Conmovido hoy veo las imágenes de Quito y de Santiago. Las sublevaciones no pretenden identidad ninguna, plantean una profundidad de campo no percibida y un fuera de campo impensado. Hay sobreabundancia de representación en todas las direcciones que convive con un abandono de las imágenes de la memoria para borrar las formulas sensibles de posibles insurrecciones. La ciudadanía está erosionada y, una representación cultural que tenía que ver con una herencia de los pueblos alzados, ha sufrido una masiva inflación hacia fascismos derivados. Esta es la paradoja y el lugar resbaladizo de cualquier imagen política presente. Pero como un antídoto los pueblos se sublevan desde abajo en Nuestra América y recrean lo imaginario de la revuelta.
Categoría: Adrian Cangi
El hambre es dolor que no cesa de llamar. Adrián Cangi*
En la vida práctica de los argentinos hay que enfrentar la “destrucción de la destrucción”, como sostiene Diego Tatián. Hay que tramar “un embarazo del tiempo nuevo en el vientre de la comunidad sufrida”, como afirma Eduardo Grüner. Ambos saben que se trata de no caer en el tiempo homogéneo y vacío de la historia de siempre con su inercia colonial, que no se salda con la fiesta de una noche por el triunfo popular. Entonces, habrá que mirar y hablar con cuidado porque todos “los usos de la retórica han sufrido la decadencia junto con la catástrofe económica nacional”, como lo ha señalado Horacio González. Y desde esa catástrofe vendrá, como parte de una memoria común una nueva gestación de los ritmos del sedimento sensible, llamada en su fundamento o razón a conjurar, reparar y componer en la misma acumulación de las fuerzas que vienen desde abajo de la comunidad sufrida. Pero acecha un dolor que muerde la esperanza en el nervio mismo de la espera y de los fundamentos posibles de lo pensable. Ese dolor anuda tierra, hambre y oficio como parte de una determinación de la “geografía espiritual” de nuestros pueblos.