Horacio González escribe en Historia conjetural del periodismo: “El periodismo que se está haciendo no contribuye con la reconstrucción profunda del lenguaje político y lleva al apócope empobrecido de los pensamientos de los políticos que traducen en facilidad electoral lo que es complejidad de la historia”. Esta semana, el propio Horacio fue expuesto al escarnio de la simplificación. Ciertamente, su mención a la experiencia armada de movimientos políticos en la década del ’70, en una entrevista (realizada por APU), sucedida por un raid mediático escandalizado haría pensar en la reacción ideológica o el cuestionamiento vinculado a una visión historiadora. Pero el problema es anterior, ontológicamente anterior. Se trata de las condiciones de la discusión pública, de sus términos y de las potencias del lenguaje (dispositivo público por excelencia). La literalidad, por un lado, y el abuso hasta su vaciamiento de la metáfora, por otro, nos dejan con menos herramientas y, sobre todo, menos capacidad vincular. Horacio lo señala en una nota en esta misma revista, cuando se pregunta, a propósito de los exabruptos retóricos de Carrió: “¿cae desplomado en su propia vergüenza el lenguaje metafórico?” Al mismo tiempo, despunta otra tensión: lo que se puede o conviene decir o no decir, lo audible en relación a tiempo político, en este caso, afectado por la histeria electoral.
Cuando se recorta la palabra “guerrilla” y se la asocia a “intelectual K”, despojando una frase del mapa de relaciones en la que emerge y despojando a quien la pronuncia de su amplia y rica trayectoria intelectual, se recorta la posibilidad de una conversación pública a la altura de la complejidad de los problemas en juego. Si lo permitimos, si nos gana la indolencia lingüística, somos también objeto de ese recorte tan evidente y malintencionado. Por eso no se trata de “defender” a Horacio González –por cierto, avezado polemista–, sino que mejor pensar cómo defendernos de nuestra propia morbidez. ¿Renunciaremos a la necesidad de imágenes complejas y abiertas cuya virtud no es otra que la de albergar sentidos contrapuestos, inconclusos, a veces dramáticos? La intervención de un intelectual, la investigación de un periodista o incluso las invenciones de la astucia popular, esa encarnada por el genio de un Charly García o un Maradona (¿herederos involuntarios de cierto Perón en este punto?), forman parte de un acervo abierto y en movimiento. ¿De qué otros recursos disponemos para hacernos cargo de los desplazamientos del sentido, de las narraciones necesarias para elaborar conflictividades históricas, de los nombres con que ampliar nuestro registro perceptivo en lugar de acotarlo al diccionario Fantino ilustrado de 20 palabras? Si, por un momento, suspendemos el goce del posicionamiento o la ansiedad por el acuerdo o el desacuerdo, nos encontramos con que los adversarios y los propios coinciden en señalar el discurso de Horacio González como “barroco”, al borde de lo incomprensible. Se lo sanciona por su apuesta expresiva antes que por los “contenidos” escandalosos (“¡dijo guerrilla!”). Se lo sanciona desde afuera, en lugar de aceptar el reto de discutirlo desde la horizontalidad que también vive en su sintaxis.
Las derechas y progresismos liberales que pretenden innombrable a la lucha armada situada de los ‘70; mientras tanto, los “propios” –no pocos aliados del Frente de Todos– penalizan a Horacio por lo inoportuno… “no es el momento”, dicen. Es legítima la preocupación –aunque la elección esté ganada–, pero de ninguna manera es aceptable que no se pueda provocar, discutir y tensionar agendas y problemáticas variadas. En nombre de cierto realismo político se tachan las disidencias, se acalla el elemento de incomodidad y se priva a la imaginación política de atravesar los umbrales de lo posible. ¿Es ‘pianta votos’ mencionar a la guerrilla setentista? ¿Es inconveniente ser caracterizado como “marxista”? ¿O el ‘pianta votos’ es Pichetto reflotando un macartismo engominado? ¿Quién puede arrogarse el barómetro de las relaciones de fuerza, la medida de lo que se puede decir o no, el sentido mismo del ápeiron (o tiempo de la oportunidad)? Una vez en la planicie del realismo político cualquier gesto imaginativo es incómodo y para algunos incluso insoportable, una vez en la comodidad del poder vuelto oficina estatal o dominio territorial ningún momento es el adecuado, no más ápeiron, solo cronos, cronogramas de gestión y cálculos de lo posible determinado de antemano. Pretendemos vincularnos de manera algo más compleja y, por qué no festiva, con nuestro incalculable para, en todo caso, calcular desde ahí.
A los adversarios y a los propios, asumiendo que esas fronteras se mueven y organizan un teatro que deseamos democrático, les recomendamos la muy buena entrevista que la Agencia Paco Urondo le hizo a Horacio González[1]. A nosotros, un “nosotros” al que vamos apostando, en, al menos, dos sentidos del término: como acercamiento (appositum) y como desafío sin garantías previas, nos recomendamos releer el último pasaje de la nota que Horacio González nos regaló para esta revista: “Entre las tantas cosas que van a votarse computamos, entonces, la recreación y nuevo regocijo de la lengua política, el retorno de las grandes figuras de la palabra. Votaremos también por el empleo real de las metáforas, que para vivir no precisan de ninguna exaltación, sino del sigilo de las imágenes, la cautela tensa del reservado símbolo.”[2] La pelea es por la lengua, por la imaginación política, por la capacidad de construir y fortalecer el lazo social, las tramas autónomas, la diversidad de registros sensibles… Por eso, si la pelea misma no contiene algo de aquello por lo que se pelea, la victoria electoral dejará un sabor inevitablemente pírrico en ese plano. Es nuestro matiz respecto del planteo de Horacio: esa discusión que sabiamente nos señala la damos y seguiremos dando más acá y más allá de la elección y de la victoria electoral de la que, claro, nos sentimos parte.
*Ensayista,
docente (UNDAV, UNPAZ), editor (Red Editorial), autor de Filosofía para perros perdidos. Variaciones sobre Max Stirner
(junto a Adrián Cangi, Autonomía, en Red Editorial, 2018), Papa negra (Ensayos en libro, 2011), Globalización. Sacralización del mercado (Errepar, 2001), publicó
numerosos ensayos en libros y revistas. Conduce el ciclo Pensando la cosa en Canal Abierto.
[1] http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/horacio-gonzalez
[2] http://rededitorial.com.ar/27/muerte-y-recomposicion-de-la-metafora-horacio-gonzalez/
Acerca de 27 de octubre
Una revista para pensar en la coyuntura electoral los posibles comunes. Una cuenta regresiva hasta la elección. Cada día una nota escrita por amigues diferentes. En cada nota el pensamiento como potencia de lo presente. Y un punto de llegada: fuerza de rebelión y de fiesta para no quedarnos solo con lo que hay.