Rubén Mira

LA CIUDAD PRESENTE (parte uno). Ruben Mira*.

La de Lammens es una campaña retro-macrista, similar a la del Macri que le ganó a la fórmula Alegre-Heller en Boca en la década del ‘90. Lo poco que se escuchó no es la alternativa sino la “mejora”. Lo que hay no está mal, pero podemos hacerlo mejor, parece decir. Poco energizante, digamos, lo de Mati, es buen tipo, le fue bien en San Lorenzo, pero hasta ahí. Señalar que en la ciudad más rica del país no es posible que haya pobres suena a poco. No alcanza para identificar a los que encuentran en la denuncia de emergentes una descarga anímica: un tipo se muere de frío en la calle, un cana mata a otro tipo de una patada en el pecho, un seguridad liquida a un señor mayor por afanar comida. Buenos tipos, discurso poco pregnante, provocador de bajón o indiferencia, llega hasta ahí. Coincidencia monocorde entre la tibia táctica de la seducción y el espanto moral de la denuncia en una convivencia naturalizada por el impasse electoral. Causa y consecuencia, constatación y diagnóstico. No más.

Triunfo cultural para el larretismo que impone las condiciones duras de lo posible: la ciudad en curso, surgida cuando, gran estratega, Néstor Kitchner separó las candidaturas de Filmus y Telerman y entregó Buenos Aires a un proyecto por entonces imposible: el macrismo. El objetivo era evitar una oposición de derecha dentro del peronismo, el ideal, armar un mapa político en el que el kitchnerismo fuera la fuerza hegemónica progresista frente a una derecha de nenes ricos con tristeza y sin chance mayor de ser gobierno a nivel nacional.  Así comenzó la verdadera pesada herencia dejada por el kitchnerismo, la de la hegemonía nacional de un proyecto netamente porteño, y por eso Buenos Aires es el único territorio donde el macrismo materializo su imaginario de satisfacción al cliente. Porque Kitchner, además de entregarle las llaves de un territorio nada despreciable a Macri, le entrego también una oportunidad histórica extraña y caprichosa: la de protagonizar políticamente la forma material de un deseo colectivo.

El deseo de modernización urbana es una prepotencia recurrente de Buenos Aires respecto al resto del país, una suerte de marca identitaria que resurge en circunstancias propicias. Cuando Macri asumió la jefatura del gobierno porteño ese deseo era transversal. Conjugaba las potencias de cambio desatadas por el 2001, con el ordenamiento de cuentas logrado por Ibarra, con un contexto relacionado con la masividad de las nuevas tecnologías y el posible aprovechamiento de los intereses residuales de la revuelta: ecología, participación, movilidad sustentable, entre otros. Había condiciones materiales y de financiación para comenzar la gestión de lo nuevo, pero, sobre todo, había condiciones, deseo. Estas condiciones deseantes no estaban cristalizadas en un imaginario común, sin embargo, activaban posibilidades políticas excepcionales.

Nadie en el espacio kitchnerisista pareció percibir ese potencial salvo Jorge Telerman con su “Actitud Buenos Aires”. Risible claro, para una imaginación cultural refugiada en un pasado inverosímil, la invención ideológica de una revolución pacífica inconclusa desde los años 70. Pero lo que allí funcionaba de manera anacrónica por estar fuera de contexto, fue el principal acierto cultural de la gestión macrista en la ciudad de Buenos Aires: el rediseño del Estado presente como presencia de marca estatal. El amarillo, la simplificación en línea grafica del escudo de Buenos Aires, la invención de la marca BA, marcaron el rumbo de la transformación de la asistencia estatal en atención al cliente y con ella la línea de transformación modernizadora del espacio urbano como intervención empresarial para la satisfacción del usuario, es decir, la conquista por parte de la lógica empresarial de un deseo colectivo de futuro aún problemático, aún no cristalizado, aún en tensión.

El mayor logro modernizador del macrismo fue haber atado ese deseo de futuro a una imagen en tránsito. No plantear un lugar a donde llegar, sino más bien un modo de ir: “Haciendo Buenos Aires”. A esa ciudad transitiva, cuyo objetivo es ir yendo es a lo que llamo la ciudad en curso. La ciudad en curso es la materialización del principal rasgo modernizador del macrismo, haber abandonado la idea del futuro como utopía pre-escrita, como programa o plan, privilegiar por encima del lugar de llegada el camino a realizar. De ahí que su principal obsesión haya sido la movilidad. En un sentido muy amplio, desde los trenes voladores hasta la peatonal Corrientes, esta idea de “tránsito” se vuelve ciudad paisaje que necesita del movimiento para ser cinética, es decir, espectacular. Segundo rasgo modernizador que se expresa en una dinámica paradojal: la apertura de flujos, metrobús, bicisendas, sendas peatonales, y la interrunpcion permanente del flujo por consecuencia de la reiteracion de obras, obteniendo de esta manera la vision espectacular de las obras realizadas y, a su vez, la espectacularización de la realización de las obras mismas.

La ciudad en curso es el espectáculo de su realización permanente, simulación de una participación en tránsito, donde el espectáculo urbano establece reglas precisas para el espectador: participación irresponsable, irresponsabilidad participativa. Es lógico que para este modelo de tránsito espectacular la aparición callejera de la pobreza sea un problema. Como la presencia de la muerte en una pintura medieval de la arcadia, los pobres señalan la alteridad del sueño de viajar sin problemas y de no tener problemas para viajar.

Coincidencia, esta vez, entre el larretismo y el lammens-kichnerisismo: el problema es la pobreza y hay que solucionarlo. En el primer caso, se trata de exiliarla, de hacerla invisible. En el segundo, de terminarla, de hacerla desaparecer. La película de una ciudad sin pobres es transversal y marca los límites de una campaña de matices y mejoras. El modelo de ciudad moderna y de satisfacción al cliente inaugurado por el macrismo apenas es rozado en la crítica de sus consecuencias más evidentes.

La ciudad en curso sigue, está lejos de ser pensada como necesidad de ciudad presente. ¿Es suficiente con destacar que el problema de Buenos Aires no es la pobreza sino los distintos modos de apropiarse de su riqueza? ¿O es necesario replantarnos también cuales son los potenciales de aquello que llamamos riqueza y pobreza para refundar una instancia deseante y redefinir cuales son los modos de ir hacia esa ciudad a la que incluso sin saber cómo será, desearíamos ir yendo? La apertura de otros interrogantes para estas preguntas será parte de la segunda entrega de esta nota. Mientras tanto, hasta es posible imaginar que el desarrollo de la crisis en curso le entregue a Mati una impensada victoria. Pero en estas condiciones, ese triunfo no será nuestro.

*Ensayista, humorista, comunicador, editor, coautor junto a Sergio Lánger de la tira La Nelly (diario Clarín), autor de la novela Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia)


Acerca de 27 de octubre

Una revista para pensar en la coyuntura electoral los posibles comunes. Una cuenta regresiva hasta la elección. Cada día una nota escrita por amigues diferentes. En cada nota el pensamiento como potencia de lo presente. Y un punto de llegada: fuerza de rebelión y de fiesta para no quedarnos solo con lo que hay.

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