Dalia Cybel Sebastián Russo

La patria de la felicidad. Epístolas (del) por venir. Dalia Cybel y Sebastián Russo*

Un instante de vibración, una promesa. La felicidad como horizonte.
Las cartas como una forma de espera, del anhelado esbozo de una comunidad por venir.

Estimado,
Le escribo desde el anhelo  
Estos últimos tiempos han sido corrosivos, tempestuosos.
Llevamos años buceando en una hambruna que achatan espíritu. 
Le escribo y afuera llueve ralo, se perdió la potencia de hace una horas.
Solo queda un chapoteo parco, un sollozo.
Le escribo aunque sea consciente que (casi insidiosamente) estas palabras perderán el hilo.

Las palabras prestadas se pierden, como las lapiceras, como los encendedores. 
La etimología de la palabra a-dicción viene de no decir. Nos enfermamos cuando nos roban el vocablo. Nos volvemos toscos, hoscos, como máquinas ensimismadas. 

La derecha nos quitó todo derecho a réplica.
Succiono todo posible goce. (Y eso que la succión y el goce están tan cerca)
Clausuró toda puerta.

La patria es la posibilidad del habla. 
La patria es la palabra. 
Batata macabra.
La patria es un abismo de significantes. 
Un libro de primaria 
Un cuadro de Cándido López con soldaditos desesperados escapando de la muerte. 
La patria es el frío que se impregna entre las sábanas cuando no hay compañía, emperradísimo  
Es el nudo en la garganta que se apura en salir. Es la cuenta de gas que no se puede pagar.
Es volver cabizbajo a la casa paterna.
La derecha convirtió la patria en esa sequía de afecto que nos obliga a mendigar abrazos. 
La derecha es fiola y subejecuta hasta a los muertos. Hasta los huesos.

Quiero escribir una carta que no sea cursi. Quiero citar a Cortázar y que no sea un cliché. No puedo, hasta eso nos robaron los progres.

Pienso en la patria y hay un abismo de significantes.
Pienso en un acto en la pampa.
 Miles y miles reunides.
¿Todavía existe la esperanza? 
Pienso en el himno
Pienso en la marcha
Ancha charla que apapacha 

La esperanza tiene sabor a bombón de fruta cubierto de azúcar. A beso con lengua. A gaseosa de pomelo.
La esperanza tiene el pelo rojo amarronado y la sonrisa fresca.
Me imagino el viento seco que raja los labios, en la planicie. Miles y miles reunides  
Pienso en la patria
¿será el café de la mañana?



Estimada,
Su carta me conmovió
Y no sólo por lo que dice, por el tono, las formas (como se dice, habitualmente, sobre el modo, el cómo del decir)
Sino por una coincidencia. Que leo sintomática. Tendremos ver de qué. Pero algo allí late, vibra.
La de haberle estado garabateando algo por wasap, una pavada, cuando usted me estaba enviando su hermosa carta:
«La patria de la felicidad es como una torta de chocolate que se corta en partes iguales sobrando porciones que nadie come», garabateé juguetonamente mientras ud lo hacía de cuerpo entero.

La patria es, claro, un coincidir
Un sentir que se iguala y no, o no del todo.
Una tristeza que es alegría, felicidad por la intensidad (a veces triste) del existir (así, de este tal modo, de esta tal forma)

Y pienso, leyendo su carta, en lo mucho que me costó a mí decir patria y no sentirla una palabra de derecha.
Y lo digo sentado en plaza Lavalle.
Mirando a mi colegio secundario.
Cerrado. De medianoche.
Donde canciones patrias entoné.
Cuestiones patrias aprendí.
Y donde la patria era (en aquellos tiempos, en ese lugar, para mí) sinónimo de disciplina, rigor, solemnidad.
Y recuerdo cuando escribo estas tres palabras, al jefe de celadores.
Que era un jefe de policía.
Al menos eso parecía.
Así lo recuerdo:
Alto, de nariz aguileña.
Y también recuerdo
Que en el primer año.
Patria también era otra cosa.
Al menos en potencia.
Y que debía ser hallada fuera de la institución o en movimiento, en el gesto rebelde de escaparnos de clase.
E ir a Plaza de Mayo
A ver a Maradona y 20 tipos más
Que mostraban la copa del mundo
A una multitud feliz.
Casi una de las primeras felicidades populares genuinas (sacando al 78 y al 82 de juego) en una larga y oscura década.
Allí, en nosotros, en mí, había un contrapunto patriótico que así y todo no terminaba de aflorar.
Patria seguía siendo el guardia cárcel

(Déjeme contarle, que en la esquina del colegio, recién había dos colectivos, uno de la penitenciaria, otro de turistas, igualados en un transporte, un colectivo y en un espacio, una metáfora, en un contrapunto -libertad/prisión- y una coincidencia -el capitalismo y su alienación- como parte de la retórica -también- patriótica, de las palabras, sus cuerpos y sus cosas)

Y si patria seguía siendo una palabra (de) derecha.
Decía
Y no una «posibilidad»
Como bellamente ud la describe.
Es por esos otros, desdeñosos, progres
Que fuimos, somos, seremos
(gomoso, acomodaticio, el progresismo como es)
La progresía. Ese artefacto arrogante. Captura palabras. Captura nombres. Para anularlos. Ya que el progre no actúa. Deja el campo liberado para que los dañinos, los que dicen la patria es nuestra, mía, y al que se atreva «pumba». Hagan eso. Pumba. Lo único que saben hacer. O lo que los excita hacer. Pumba.
Pero de repente ud. Ustedes. Las pibas. Las que se forjaron Pibas en la calle. La que las saco de su estadio de niñas, de adolescentes, pero manteniendo ese nombre, Pibas, expresión de rebeldía iniciática, no escapando de oscuridad y en silencio de celador alguno, sino a la luz del día y gritando.
Ustedes. Las pibas, floreciendo por miles, paridas por una época. Ella misma parida por ustedes. La misma que nombró el fundamento de comunidad más hermoso jamás dicho: la patria es el otro. Pero uds fueron por más. Fueron por todo. Por supuesto, como cuando se ama (no hay partes, hay todo, o que no haya nada entonces) Y dijeron Matria. La matria es le otre. Punzando la lengua. El decir. La forma. Es decir, el todo, lo todo. El sustrato mismo desde el que hablamos, sentimos, amamos.
Y hasta aquí nomás y por ahora diría, estimada, en mi lengua pobre, partida, parida, vuelta a nacer. Que necesita de tiempo (en un tiempo sin tiempo), de escucha, de nuevas formas, de nuevos cuerpos (los mismos, otros: los cuerpos) Ya que el «por qué», el «para qué», la esperanza, lo por venir, nos lo han mostrado.


*Dalia Cybel. Licenciada en Curaduría e Historia del Arte. Editora de “Géneros” en el diario el Grito del Sur. Militante feminista.

*Sebastián Russo. Sociólogo. Docente. Escritor. Dicta Sociología del Arte, de la Imagen, Teoría de la Comunicación y la Imagen e Introducción a la Cultura Argentina y Latinoamericana en la UBA, UNPAZ y UMSA. Director del MUPE/UNPAZ. Editor de VerPoder. Ensayos de la Mirada.


Acerca de 27 de octubre

Una revista para pensar en la coyuntura electoral los posibles comunes. Una cuenta regresiva hasta la elección. Cada día una nota escrita por amigues diferentes. En cada nota el pensamiento como potencia de lo presente. Y un punto de llegada: fuerza de rebelión y de fiesta para no quedarnos solo con lo que hay.


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