Descomposiciones y recomposiciones italianas

Episodio CXL

Antonio Di Stasio*

 

En Italia, en este momento, hay tres grandes grupos sociales, antes que políticos. El primero es una clase media muy empobrecida, conformada por pequeños y medianos empresarios -propietarios de empresas individuales o familiares, artesanos y autónomos- con enormes tasas de endeudamiento, gran dificultad para competir con las multinacionales y muy expuesta a los efectos negativos de los costes energéticos, casi sin seguridad social. Este grupo vota mayoritariamente a la derecha por razones muy sencillas: la promesa de bajar la presión fiscal, una amnistía fiscal para las deudas acumuladas, mantener bajos los costes laborales y utilizar el dinero público para la financiación directa e indirecta de los mismos. Lo que, por supuesto, se traduce en una pequeña propina a cambio de su dedicación al sistema productivo.

Un segundo grupo social lo constituyen los trabajadores mal pagados, en situación de precariedad y en el peor de los casos, desempleados. En definitiva, son todos aquellos que rondan o están por debajo del umbral de la pobreza relativa, es decir alrededor del 20-25% de la población italiana. Este grupo tiene muy poca representación política, compensada solo en parte por las políticas y propuestas de redistribución como las de la renta de ciudadanía, el salario mínimo y el aumento de la pensión mínima.

Por último, un tercer grupo que está conformado por una élite laboral y rentista. A saber, grandes capitalistas, banqueros, empleados con contratos fijos sólidos y la clase dirigente. Estos últimos suelen ser los más inclinados hacia una gestión tecnocrática y desarrollista del Estado, hacia una visión pragmática de las políticas económicas y sociales destinadas a preservar el modelo productivo e institucional vigente.

El primer y el segundo grupo social ha ido creciendo a lo largo del tiempo, mientras que el tercero se ha ido reduciendo a medida que se profundizaba la desigualdad social. Una brecha que, sin embargo, se ve relativamente compensada por el hecho de que la información dominante está en gran medida gestionada por el segmento más rico o vinculada a él. 

Ahora bien, si observamos las alineaciones de los partidos con sus coaliciones nos damos cuenta de que, si esa tripartición tiene un mínimo de fundamento (y según los análisis de la composición del voto lo tiene), no encuentra una correspondencia plena a nivel de representación política institucional. La derecha consigue compactar el primer grupo de la clase media empobrecida de forma bastante cohesionada, no sin atraer el consenso de los sectores más pobres (gracias a las promesas sobre la reducción de la edad de jubilación o sobre los programas de apoyo a las familias tradicionales) y en los más ricos (en todo caso atraídos por los programas de contención de los costes laborales y de rebajas de impuestos).

Por otro lado, Italia cuenta con una izquierda muy fragmentada, que ha sido representada en gran medida por el movimiento 5 Stelle (m5s) a través de políticas de redistribución (como el salario mínimo y la renta de ciudadanía) que, sin embargo, acaban siendo demasiado selectivas: parte sustancial de los pobres ni siquiera podrían beneficiarse directamente de estas medidas (la llamada renta de ciudadanía en Italia no es más que una ayuda limitada y muy condicionada a la pobreza absoluta). En particular, quedan excluidos los autónomos y los propietarios de empresas individuales que tienen más dificultades económicas y poca protección social, a los que acaba aterrando incluso la idea de tener que pagar a sus pocos empleados un salario casi digno (pensemos en las pequeñas actividades de servicios y comercio: bares, restaurantes, trabajo doméstico, etc.). Si luego se añade que el partido de 5 Stelle tiene una conexión con cierto “justicialismo” y la lucha sin concesiones contra la evasión fiscal, entonces, frente a los autónomos que pueden seguir sobreviviendo casi exclusivamente de la evasión fiscal, no se puede esperar otra cosa que un rechazo airado e irrevocable. El resultado es que incluso el electorado más pobre y aparentemente más interesado en las políticas sociales expansivas, a pesar de un apoyo no obstante importante, no se ha movilizado masivamente para defender las propuestas de redistribución parcial y selectiva del movimiento 5 Stelle.

Por último, el grupo más rico lo representan los partidos neoliberales de centro (Acción/Italia viva y +Europa) y en parte por el centro-izquierda neoliberal; es decir, por un PD (Partido Democrático) que hace de la política tecnocrática de Draghi su bandera, añadiéndole vagas promesas de una mínima intervención estatal para la redistribución, en todo caso operada desde arriba y todo ello marcado por el desarrollismo y la gestión empresarial de las instituciones públicas. Nada más que la administración del presente. Sin embargo, son precisamente estas vagas alusiones redistributivas, unidas al mito de un pasado ligado al PCI (Partido Comunista Italiano), las que permiten al PD seguir persistiendo en ciertos territorios, limitando así cualquier iniciativa de izquierda capaz de formar un polo alejada del fantasma del desatino tecnocrático y neoliberal. El resultado es que el PD, desde su ambigüedad estructural, en lugar de conectar a con el movimiento m5s, con el centro en una función antiderecha, se convierte en un factor de mayor confusión, corrupción y abstencionismo por parte del electorado. Tanto es así que son precisamente operaciones de ese tipo las que están en el origen del rechazo frontal de las clases populares a la palabra «izquierda». A menudo se asocia precisamente con el intento, típico del ala centrista del PD, de aludir a una especie de visión progresista para luego aplicar políticas socialmente regresivas de precariedad laboral, privatizaciones, alzas en los impuestos y recortes a la seguridad social.

Otro factor decisivo en las tendencias electorales fue la actitud ante las dos grandes crisis sistémicas: la crisis climática y la crisis de la política exterior y, en resumen, la guerra. En cuanto al primero (la crisis climática), la derecha simplemente se niega a asumirla como una cuestión prioritaria, dando la impresión de que favorece los intereses económicos ligados al sistema de producción y al estilo de vida actual. No se hace ningún reparo a la hipótesis de una vuelta al carbón y, en general, de un aumento indiscriminado del uso de combustibles fósiles para amortiguar el aumento de los costes de producción de las empresas. El supuesto interés nacional se antepone a cualquier cuestión de transformación de los modelos de producción o al interés general de preservar las condiciones de habitabilidad de la tierra. Por ello, se opone a cualquier obstáculo interno a la productividad con el pretexto (ideológico) de que ello sólo haría que las empresas italianas fueran menos competitivas, esto claramente en beneficio de otros Estados altamente contaminantes, como China o India.

Por otro lado, la propuesta neoliberal toma el problema de la crisis ambiental como una cuestión técnica y una oportunidad económica. Es decir, pretende dar una solución tecnológica para preservar el régimen productivo actual y reactivarlo mediante la creación de otros espacios de acumulación. La propuesta es socializar los costes de la crisis ecológica (a través de impuestos que acaban afectando sobre todo a las clases bajas y medias) apostando por soluciones como la energía nuclear y los autos eléctricos. El resultado es que, en lugar de sacrificar la calidad de vida, a menudo ya pésima, los sectores más pobres de la población prefieren negarse a creer que la crisis ecológica es algo real. Todo un terreno fértil para el conspiracionismo que lleva gran parte del consenso a la derecha más extrema. Mientras que los sectores más acomodados de la población, no solo son capaces de afrontar los costes de esta transición, sino incluso de ver en ella oportunidades para su beneficio, permitiéndose el lujo de posar como los más «racionales» y llamar a todos a su deber: por un lado, aceptando los sacrificios supuestamente inevitables para salvar la Tierra y, por otro, ofreciendo la ilusión de soluciones imaginativas (la energía nuclear, por ejemplo, está muy de moda) que a mediano y largo plazo deberían resolver cualquier problema relacionado con la contaminación sin afectar a la organización social general.

Por último, en lo que respecta al m5s, no ha sido capaz de ofrecer una alternativa real en este punto, limitándose a proponer programas de eficiencia energética principalmente en beneficio de los propietarios de viviendas y del sector de la construcción. También en este caso, partes sustanciales del precariado, especialmente los más jóvenes, están simplemente excluidos de la posibilidad de acceder activamente a los procesos de justicia ambiental y social. Además, no se ha intentado abordar la cuestión de las relaciones energéticas y de producción de forma más general desde una perspectiva de democratización generalizada. La redistribución y la transición se piensan exclusivamente en términos de alivio de las desigualdades, nunca (salvo por heterogeneidad de fines) en términos de igualación de las relaciones de poder entre las clases sociales. Nunca en términos de un ataque directo a la concentración de la toma de decisiones políticas sobre cómo, qué y por qué producir.

El último gran tema, el de la guerra y el imperialismo, dejó ver a todas las partes alineadas con la línea dictada por la OTAN. Esto puso de manifiesto, al mismo tiempo, la debilidad de la UE (Unión Europea) y su necesidad. Debilidad, porque en ausencia de una política exterior común, la posición de Estados Unidos se vuelve claramente preponderante. Necesidad, porque ahora está claro que sin ella en ese contexto sería imposible lograr siquiera la apariencia de estabilidad financiera y planificación futura. Sin ninguna pretensión de recuperar una imaginaria soberanía nacional, los derechistas se limitan a prometer la reivindicación de supuestos intereses nacionales y a reafirmar la superioridad del occidentalismo como único y verdadero interés común. Si reafirmar la superioridad absoluta de la propia nación es ahora demasiado absurdo incluso para los neofascistas, sin embargo, el orden y la primacía occidental sobre la globalización es el nuevo terreno de la identificación, la jerarquía y la guerra. La alianza imperialista entre el capital y el trabajo, elemento típico del fascismo histórico, se reconfigura en el compromiso de reafirmar el orden global en torno a la primacía y el privilegio del bloque occidental.

Este es, a grandes rasgos, el panorama social y político italiano que, en mi opinión, permite explicar con bastante facilidad la razón por la que la derecha ha vencido arrolladoramente y el abstencionismo ha hecho estragos. Toda esa parte del proletariado que en los últimos treinta años de neoliberalismo se ha visto obligado a convertirse en «su propio empresario» no ha tenido prácticamente ninguna representación política en la izquierda. Lo que queda del Estado de bienestar y la protección social sigue centrado en la figura del asalariado clásico. No se han visto programas universales de bienestar, así como nuevas políticas fiscales capaces de tener en cuenta que afectar a la fiscalidad supone afectar al salario social de muchos de estos sujetos. Tampoco se ha generado una visión compartida de reforma radical capaz de hacer visibles todas aquellas subjetividades que diariamente participan en la producción de riqueza social sin recibir ningún reconocimiento a cambio, monetario o de cualquier otro tipo. En otras palabras, las tímidas propuestas «progresistas» presentadas se centran todas en una redistribución débil y selectiva. No hay ninguna perspectiva capaz de afectar realmente a la distribución directa, y menos aún de fortalecer la transición hacia un nuevo modo de producción capaz de superar el imperativo de la creciente acumulación capitalista y sus inherentes procesos de explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza.

Sin embargo, quedan dos cuestiones pendientes. La primera se refiere a la capacidad de la derecha para gestionar la superposición de numerosas crisis que desbordarán el tejido social. La segunda se refiere a las condiciones que podrían favorecer una recomposición de clase capaz de reunir a los últimos y a los penúltimos: los trabajadores precarios mal pagos, los desempleados, los pobres y los autónomos.

En cuanto a la primera cuestión, lo veremos en breve. Con el aumento desproporcionado de los costes energéticos, es muy plausible que los desastres sociales y medioambientales no paren de aumentar. Sólo se aliviarán ligeramente con ayudas estatales de emergencia, en continuidad con el modelo de Draghi, pero con elementos de mayor discriminación de género y raza. Esto, empezando ya por la gestión de las ayudas, fomentará una intolerancia social generalizada que quedará abierta a cualquier dirección.

Por otro lado, en cuanto a la segunda cuestión, creo que no puede haber recomposición sin una reestructuración general de la izquierda capaz de centrarse en la transición hacia una nueva forma de producir compatible con el desarrollo humano y el equilibrio del medio ambiente. Relanzar la perspectiva de una revolución global en las relaciones sociales es lo más realista en una fase en la que la insustentabilidad del presente se ha convertido en sentido común y en un factor de profunda ira social. Todo esto, por supuesto, no requiere más que el apoyo de las fuerzas productivas que, en parte, ya están en funcionamiento. Es decir, es necesario retomar la cuestión de la reestructuración de la distribución de la riqueza como un proceso de democratización generalizada y real. La fiscalidad como forma de renta financiera pública y el endeudamiento privado masivo como renta financiera privada. Su crisis, administrada con las políticas monetarias no convencionales del BCE (Banco Central Europeo), es decir, con la inyección de enorme liquidez en los circuitos financieros, debe ser inmediatamente politizada en el sentido de una inyección directa de liquidez a los ciudadanos de Europa. Por lo tanto, debemos pensar en la transición ecológica como una transición hacia un modo de producción capaz de garantizar un aumento de la calidad de vida y no de la cantidad de capital acumulado. En todos estos aspectos, la cuestión de la lucha contra la inflación será la próxima y decisiva prueba entre una mayor descomposición o una recomposición social.

 

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* Doctor “Teoría e historia de las instituciones” en la Universidad de Salerno y “Ciencias de la Comunicación y de la Información” en la Universidad París 8. Magister en “Sociología y políticas para el territorio”, Sociólogo (Universidad de Salerno). Desarrolló investigaciones sobre la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: “PAH y las nuevas formas de sindicalismo social”, el dinero como institución social, la relación entre valor común y el par valor de uso/valor de cambio, y el surgimiento del fascismo en Italia. Prologó ¿Qué es el plusvalor? (Christian Marazzi) y publicó numerosos ensayos y artículos. 

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