El antisemitismo y los símbolos

De la polémica por los billetes a la historia vergonzante

Episodio XXXII

Tras más de dos meses de cuarentena, con pocas informaciones que escapen al contexto pandémico actual y con la sociedad hiperconectada y expuesta al bombardeo mediático, surgen discusiones que pueden parecer banales, pero llevan intrínsecamente aspectos relacionados con desarrollos históricos poco abordados. Y ya sea por oportunismo político o alineamientos partidarios apelan a una memoria selectiva y hasta simplista.

El disparador fue la discusión generada a partir de una noticia falsa. Ante el rumor de que se emitiría un billete de 5000 pesos y la circulación de la supuesta imagen que lo ilustraría –ambas informaciones desmentidas por el presidente Alberto Fernández– se inició un alud de opiniones. Estas se basaban en la crítica a la figura del médico sanitarista Ramón Carrillo, que junto a la imagen de la médica Cecilia Grierson, formarían parte del hipotético billete nunca confirmado. Dichas suposiciones dieron lugar al rápido pronunciamiento de funcionarios e instituciones que condenaron a quien fuera el primer ministro de Salud de la Nación, por su “conocida admiración al régimen de Hitler”, como sostuvo el ex secretario de Derechos Humanos de Cambiemos Claudio Avruj. Estas declaraciones sintonizaron con dichos de los embajadores en la Argentina de Gran Bretaña, Mark Kent, y de Israel, Galit Ronen, como así también los directivos del Centro Simón Wiesebthal. Tratando de correrse de la discusión sobre si Carrillo tenía o no afinidades por el nazismo, algo que parece haber quedado desmentido luego de la declaración del presidente de la DAIA: Jorge Knoblovits, afirmó que “la polémica está cerrada hasta que no se demuestre otra cosa”, ya que no existen pruebas que “acreditasen la falsa denuncia” contra Carrillo. 

Tal vez resulte pertinente explorar la relación de algunos de nuestros próceres o personalidades destacadas de la historia con el antisemitismo vernáculo. Sin profundizar en los orígenes del antisemitismo en la Argentina, sí vale la pena mencionar un hecho puntual sucedido durante un periodo democrático que se convirtió, junto con los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, en el mayor ataque sufrido por la comunidad judía en el país. Este fue el pogrom antisemita perpetrado en enero de 1919 en el contexto de la represión contra los obreros, en la conocida Semana Trágica.

Por aquellos días gobernaba el primer presidente electo por medio de la Ley Sáenz Peña de voto secreto y obligatorio, el radical Hipólito Yrigoyen. A partir de una huelga iniciada 35 días antes en los talleres metalúrgicos Vasena, el 7 de enero de 1919, luego de una brutal represión donde fueron asesinadas cinco personas, comenzó la posteriormente denominada Semana Trágica. Durante ese periodo se vivió una huelga general que desabasteció a la capital y tuvo repercusiones en buena parte del país. Yrigoyen movilizó al ejército al mando del general Luis Dellepiane, que junto con las fuerzas policiales sumaron más de 30 mil hombres. Además, para llevar a cabo la represión, las fuerzas de seguridad oficiales contaron con el apoyo de civiles armados que se organizaban en grupos para patrullar la ciudad. Estas agrupaciones parapoliciales, aglutinadas en un primer momento bajo el nombre de “Comisión Pro Defensores del Orden” y de “Guardia Cívica” eran presididas por Manuel Domecq García, posterior ministro de marina durante el gobierno radical de Marcelo Torcuato de Alvear. Pocos días más tarde Domecq García cambiaría el nombre de su agrupación fundando la Liga Patriótica Argentina.

Si bien la represión estuvo oficialmente dirigida contra los obreros huelguistas, fundamentalmente anarquistas y comunistas, la comunidad judía sufrió una férrea persecución. Dicho hostigamiento no se restringió a las personas, sino que varias instituciones de la colectividad fueron dañadas durante aquellos días. Los ataques contra los judíos, sus domicilios e instituciones se concentraron y se dieron con mayor violencia el 10, 11 y 12 de enero, y los barrios más afectados fueron los de Once y Villa Crespo, donde se concentraba la mayor parte de la población judía. En aquellas jornadas fueron atacados, saqueados e incendiados por la policía, el ejército y los grupos civiles armados, los locales de la Organización Teatral Israelita sobre la avenida Pueyrredón, del periódico bundista Avangard y de la organización Poalei Sion, ambos en la calle Ecuador, entre otros.

En cuanto al particular ensañamiento contra los miembros de la comunidad judía existen testimonios de testigos directos. El escritor Juan Carulla fue testigo de los hechos en el barrio de Once: “Me abrí camino y pude ver que a pocos pasos de allí se luchaba dentro y fuera de los edificios. Inquirí y supe que se trataba de un comerciante judío al que se le culpaba de hacer propaganda comunista. Me pareció, sin embargo, que el cruel castigo se hacía extensivo a otros hogares hebreos. El ruido de muebles y cajones violentamente arrojados a la calle, se mezclaba con el grito de ‘¡Mueran los judíos!’. De rato en rato pasaban a mi vera viejos barbudos y mujeres desgreñadas. Nunca olvidaré el rostro cárdeno y la mirada suplicante de uno de ellos al que arrastraban un par de mozalbetes, así como el de un niño sollozante”.

El escritor José Mendelson comparó las persecuciones contra los judíos en aquellas jornadas en la capital con los pogroms de la Rusia zarista: “Todos ellos fueron un juego de niños en comparación con lo que ocurrió en las calles Lavalle, Bermejo, Anchorena, Ecuador, Billinghurst, Valentín Gómez y otras. Pamplinas son todos los pogroms al lado de lo que hicieron en las comisarías 7ª y 9ª y en el Departamento de Policía. Jinetes arrastraban a viejos judíos desnudos por las calles de Buenos Aires, les tiraban de las barbas, y cuando ya no podían correr al ritmo de los caballos, su piel se desgarraba raspando contra los adoquines, mientras los sables y los látigos de los hombres de a caballo caían y golpeaban intermitentemente sobre sus cuerpos”.

El periodista de la Revista Popular Juan José de Soiza Reilly sostuvo que vio: “ancianos cuyas barbas fueron arrancadas; uno de ellos levantó su camiseta para mostrarnos dos sangrantes costillas que salían de la piel como dos agujas. Dos niñas de catorce o quince años contaron llorando que habían perdido entre las fieras el tesoro santo de la inmaculada; a una que se había resistido, le partieron la mano derecha de un hachazo. He visto obreros judíos con ambas piernas rotas en astillas, rotas a patadas contra el cordón. Y todo esto hecho por pistoleros llevando la bandera argentina”.

Por la ilegalidad de la represión y la desaparición de muchos de los cuerpos nunca se pudo determinar la cantidad de víctimas fatales que se produjeron durante la Semana Trágica. El investigador Edgardo Bilsky se encargó de recopilar distintas fuentes para comparar las cifras que informó cada una de ellas: “El número total de víctimas durante estos días es muy difícil de establecer. El gobierno jamás las dará. Según la prensa y diversos testimonios, el número de muertos oscilaría entre 60 o 65, para los más ‘optimistas’, y 1.000. Las primeras cifras son avanzadas por el comisario J. Romariz. Las segundas provienen de los archivos diplomáticos de los Estados Unidos, quienes dan las cifras de 1.356 muertos, y alrededor de 5.000 heridos. Las fuentes diplomáticas francesas dan las siguientes cifras: 800 muertos y 4.000 heridos. La gran prensa argentina publica a lo largo de estos días listas de muertos, las cuales darían un total aproximativo de 200 víctimas, pero se trata evidentemente de listas sumamente incompletas, donde no se incluyen a los muertos no declarados en la asistencia pública, los desaparecidos, etc. La Vanguardia y La Protesta hablan de 700 muertos y 4.000 heridos”.

En referencia a las víctimas judías la información es aun más exigua. El único dato que resulta representativo para evaluar la dimensión de la persecución antisemita y que fue extraído de los archivos policiales es el número de judíos detenidos durante la Semana Trágica. De un total de 3578 detenidos en Buenos Aires, 560 eran judíos, lo que significa casi un 16 por ciento del total. Este porcentaje de detenidos revelado por la policía expresa una desproporcionadamente alta representación de los judíos en relación con el total de detenidos, dejando en evidencia el ensañamiento de las fuerzas del orden y de los grupos parapoliciales contra los israelitas.

Días después de la represión, en el Parlamento varios dirigentes como el legislador socialista Mario Bravo, realizaron repetidos pedidos de informes sobre lo sucedido en la Semana Trágica. Durante la sesión extraordinaria de la Cámara de diputados del 28 de enero Bravo leyó el memorándum elevado por las organizaciones judías. “La colectividad entera se ha visto sometida a vejámenes indescriptibles y a persecución sistemática. Comerciantes, industriales, agricultores, profesionales, obreros pacíficos, jóvenes y viejos y hasta mujeres y niños, fueron cruelmente maltratados por los agentes del orden y por la acción de personas particulares, todos exaltados, cometiendo, seguramente por esa circunstancia, excesos lamentables”. A pesar de todas las peticiones de informes y de la propuesta para la creación de una comisión que investigue los hechos realizadas en el ámbito parlamentario, el bloque radical de la Cámara de diputados rechazó cada una de ellas.

Durante aquellos días se pudo apreciar fácilmente los tres antisemitismos que describió el historiador austríaco Haim Avni. El antisemitismo popular basado en los estereotipos difundidos en gran parte de la población, el antisemitismo institucional que expresaron los sectores civiles organizados, y el antisemitismo oficial encarnado en las fuerzas de seguridad que llevaron adelante la represión.

No son pocos los miembros del gobierno de aquellos días como tampoco los integrantes de la Liga Patriótica Argentina que materializaron aquel pogrom antisemita y que al día de hoy cuentan con calles, plazas, colegios y edificios que llevan sus nombres en todo el país. Entre los integrantes del grupo parapolicial nacido al calor de la represión se destacan su segundo presidente Manuel Carlés, designado en 1918 por el presidente Hipólito Yrigoyen como interventor de la provincia de Salta y a quien, en 1923, el presidente Alvear nombró interventor de la provincia de San Juan. Joaquín Samuel de Anchorena que fue interventor en la provincia de Entre Ríos, diputado nacional, presidente de la Sociedad Rural, del Jockey Club y del teatro Colón, director de YPF y decano de la Facultad de Agronomía de la UBA. A sus 80 años, otro de los miembros de la comisión directiva fue Dardo Rocha, quien además de fundador de varias ciudades como La Plata, Necochea o Tres Arroyos, también fue diputado, senador y gobernador de la provincia de Buenos Aires, además del fundador y primer rector de la Universidad de La Plata.

También integraron la Liga Patriótica el juez, escritor y militar Pastor Servando Obligado; el director del diario La Prensa Ezequiel Pedro Paz; el contraalmirante Juan Pablo Sáenz Valiente, ministro de Marina entre 1910 y 1916; el político radical Manuel de Iriondo, que luego sería gobernador de la provincia de Santa Fe; el abogado y político Estanislao Zeballos, ministro de Relaciones Exteriores durante las presidencias de Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini y José Figueroa Alcorta, y presidente de la Sociedad Rural; el médico y diputado conservador Luis Agote; el político radical Vicente Gallo; el perito Francisco Pascasio Moreno; el director del diario La Razón José Cortejarena y el director de los Círculos Católicos Obreros monseñor Miguel de Andrea. Posteriormente, también se unieron a la agrupación el general responsable de la represión en la Semana Trágica, Luis Dellepiane; el miembro del directorio de los talleres Vasena y senador radical Leopoldo Melo; Enrique Santamarina, vicepresidente de facto durante el mandato de José Félix Uriburu; el funcionario radical Ángel de Estrada; el miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Antonio Bermejo; el general Pablo Riccheri; los escritores Enrique Rodríguez Larreta, Ángel Gallardo y Juan Agustín García; y Jorge y Luis Mitre, miembros de la tradicional familia propietaria del diario La Nación.

En este contexto de pretendidos debates sobre la ideología de los próceres o personalidades destacadas del país, sería saludable incluir en la discusión a aquellos que tuvieron responsabilidad política directa en el pogrom antisemita de enero de 1919, como también a los que formaron parte de la agrupación parapolicial que participó activamente durante la represión y dar cuenta de la complicidad de algunos radicales y conservadores de ese período. Tal vez, el ex secretario de Derechos Humanos de Cambiemos Claudio Avruj pueda encontrar dentro de su propia fuerza política varias figuras que aun son reivindicadas y hace poco más de 100 años ordenaron la represión que determinó la persecución antisemita más grande de la Argentina.

Pero si hablamos de billetes y próceres indiscutidos a pesar de sus posturas, el gran ensayista y educador Domingo Faustino Sarmiento es un caso excepcional. En 1886, desde las páginas del diario El Censor, que él mismo había fundado un año antes, plasmó su visión sobre la inmigración judía (en tiempos cercanos a las primeras expresiones de antisemitismo en el país por parte delas elites que protagonizaron el quiebre del Banco Nación o de la Bolsa): “El pueblo judío, esparcido por toda la tierra ejerciendo la usura y acumulando millones, rechazando la patria en que nace y muere por un ideal que baña escasamente el Jordán, y a la que no piensa volver jamás. Este sueño que se perpetúa hace veinte o treinta siglos, pues viene del origen de la raza, continúa hasta hoy perturbando la economía de las sociedades en que viven, pero de las que no forman parte. Y ahora mismo en la bárbara Rusia como en la ilustrada Prusia se levanta el grito de repulsión contra este pueblo que se cree escogido y carece de sentimiento humano, el amor al prójimo, el apego a la tierra, el culto del heroísmo, de la virtud, de los grandes hechos donde quiera que se producen”.

* Licenciado en Periodismo (UNDAV), Diplomado en Genocidios y Violencia de Estado (UBA), hizo una Especialización en Estudios Contemporáneos de América y Europa (UBA). Es docente de “Periodismo Internacional” en la Universidad Nacional de Avellaneda.

*Imagenes – Fuente: Archivo General de la Nación.


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