La guerra y la pos-verdad

Episodio CXXVI

Bruno Cava*

 

Llega un punto en el que no tiene sentido seguir discutiendo. Cuantas más razones se den y hechos se presenten sobre lo insostenible de una posición, más se aferra quien la sostiene a esa posición y más se vuelve impermeable a los argumentos. Es como si, una vez pasado el centro de gravedad de lo razonable, comenzara a deslizarse por una rampa infernal de racionalizaciones y ya no pudiera detenerse. No importa si es necesario añadir más hipótesis ad hoc para enmendar las teorías de estimación o ampliar las espirales de la conspiración para negar la evidencia. Es un extraño vértigo, una especie de obsesión en la que el portador de la posición se ve envuelto.

Por ejemplo, la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin. Una parte de la izquierda brasileña, mayoritariamente implicada en la lucha antiimperialista y tercermundista, se sumergió en un estado de negacionismo sin parangón. No se puede comparar el grado de negación de los hechos de Mariupol o Bucha con el correlativo negacionismo de la pandemia o la catástrofe climática. Un virus es invisible y el calentamiento global un fenómeno de trans-escala, mientras que las masacres y ataques de las tropas de Putin están documentados con una legión de pruebas, en tiempo real, a la vista de todo el mundo.

No son personas distantes, no. Esto me deja tan perplejo que, en lugar de calificarlo inmediatamente como disociación cognitiva o simple mala fe, merece la pena una mínima reflexión. Son personas a las que no se les paga por decir estas cosas, no tienen ningún beneficio indirecto por decirlas, y ni siquiera necesitan estar diciendo estas cosas para sostener su identidad de izquierda antiimperialista y tercermundista. Lo dicen de todos modos, lo que por cierto debería advertirnos sobre la forma en que la gente apoya, desea y hasta adora a Putin, Trump o Bolsonaro, quizás no por déficit cognitivo o moral… Incluyendo a la gente en Rusiay, más aun, en Ucrania bajo las bombas, gente que sigue deseando el mismo estado de servidumbre y dominación que representa Putin. ¿Cómo explicar eso?

 

***

 

La principal matriz racional que subyace sería la oposición visceral al imperialismo representado por EEUU, el estado nacional más rico y poderoso de los treinta que conforman la OTAN y el eje conductor del capitalismo contemporáneo en su versión neoliberal. Tomemos la causa más famosa de esta vieja posición: Cuba y la revolución nacionalista cubana de 1959. Hagamos un ejercicio de empatía y asumamos, por amor al debate, toda la heurística implicada.

Es justo. Argumentar que los ucranianos tienen que aceptar la realidad tal y como es, es decir, estar bajo la influencia del imperio adyacente (aceptar la realidad, al fin y al cabo, duele menos…), ¿no iría diametralmente en contra de la posición antiimperialista? Pues bien, la Doctrina Monroe predicaba que cualquier intervención extranjera sobre los países de América debía considerarse una amenaza para los intereses de Estados Unidos. Centroamérica era el patio trasero de la Casa Blanca, y Sudamérica, al menos, una zona de influencia derivada de la propia geografía.

De ahí tantas intervenciones en Centroamérica durante el siglo pasado, «por delegación» o directamente, en Granada, El Salvador, Guatemala, Panamá, Cuba en el 61 (desastrosa invasión de Bahía de Cochinos), así como Chile en el ‘73 o Brasil en el ‘64. América para los (norte)americanos. Si Estados Unidos siempre ha actuado según sus intereses nacionales, ¿por qué no podría hacerlo Putin? Esa transposición sería por derecho. El único detalle aquí pareciera ser que los polos están invertidos.

El enfoque realista, de un John Mearsheimer, no sería más que transponer la Doctrina Monroe a Ucrania. En lugar de América para los (norte)americanos, Europa del Este para los rusos. Oponerse a la Doctrina Monroe, en este caso, debería ser, por consecuencia lógica, la posición antiimperialista de oponerse a las pretensiones expansionistas rusas, y nunca aliarse con la agenda realista del imperio en cuestión.

Al igual que Cuba recurrió a la URSS y a su manta nuclear para contrarrestar la pretensión de hegemonía de Estados Unidos sobre el continente americano, Ucrania (así como los países bálticos y otros de Europa del Este) está recurriendo al contrapeso de las fuerzas de la OTAN. Desde el punto de vista de la izquierda antiimperialista, Ucrania es Cuba y Zelensky es Fidel. Incluso desde el ángulo estrictamente realista, en el que las ideologías no son más que instrumentos para la realización del poder, el acercamiento a la OTAN y a la ideología occidental es tan pragmático como lo había sido el acercamiento de la Cuba revolucionaria a la URSS y a la ideología socialista. O al menos así deberían interpretarlo los realistas, por coherencia.

Ni siquiera estoy invocando la cuestión democrática. Siempre ha habido un mayor consenso sobre la pertenencia a la Unión Europea, pero el ingreso o no a la OTAN dividió a la población ucraniana hasta hace unos años, lo que hizo que las encuestas oscilaran en torno al impasse. Sin embargo, en 2014, Putin determinó la intervención en Ucrania, con la anexión de Crimea y el inicio de la injerencia militar directa en las regiones orientales del país. El efecto interno en la opinión pública ucraniana, a partir de 2014, consistió en que el apoyo al ingreso a la OTAN creció hasta convertirse en una clara mayoría, en una proporción de dos tercios o más. En 2019 se eligió un gobierno cuyo programa contemplaba entrar a la Alianza Atlántica y ese deseo quedó escrito en la Constitución. Y el nuevo gobierno fue elegido con más del 70% de los votos, ganando en 24 de las 25 regiones administrativas.

Quizá el aumento del apoyo al ingreso del país a la OTAN tenga que ver con las declaraciones y movimientos cada vez más hostiles de la potencia vecina que extremaría la intervención iniciada en 2014. Esto no demuestra que las divisiones internas de Ucrania estén aumentando y llegando a un punto de conflagración, que lleve a una situación de guerra civil generalizada. No. Ocurrió lo contrario. Demuestra que, a pesar de las divisiones internas en varios niveles, se mantuvo la tendencia decisiva de la unidad para pacificar el país e interiorizar los impasses y fricciones del proceso democrático –imperfecto, pero aún democrático.

Precisamente por eso, porque Ucrania empezaba a caminar con sus propios pies sin haber entrado a la OTAN (porque, dentro de la OTAN, nunca hubo consenso para aceptarla, por el riesgo que suponía para la seguridad de los demás miembros), la potencia expansionista e imperialista invadió el país. Invadió para deponer al gobierno, purificar la política nacional y desmembrar regiones enteras, para anexionarlas al viejo estilo zarista. Por el realismo bismarckiano.

Aunque las agencias de inteligencia de la Federación Rusa habían aconsejado a Putin que las tropas de asalto serían recibidas como liberadoras por al menos una parte de la población ucraniana, precipitando un desenlace relativamente rápido, según el imaginario soviético de los tanques en las calles de Praga o Budapest (de ahí el título oficial de la invasión: Operación Militar Especial, como si estuviéramos en los tiempos del Pacto de Varsovia y los rusos hubieran llegado para poner la casa en orden), lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. Lo imponderable sucedió.

La población decidió resistir en gran número, el país redescubrió la unidad de los oprimidos en torno a la bandera bicolor, Zelensky estuvo a la altura de las circunstancias y, en consecuencia, los invasores fueron recibidos a balazos. La conmoción ante este gesto fue mundial y movilizó a la multitud, que a su vez presionó a los gobiernos para que adoptaran sanciones más agudas, incluso a costa de sus propias economías nacionales. En contra de una plétora de pronosticadores, el hecho decisivo es que los propios ucranianos –no Biden, ni la CIA, ni la OTAN, ni la Unión Europea, ni «Occidente»–| decidieron resistir y resisten.

Sólo este hecho debería cambiar toda la aprehensión de la situación, si por izquierda entendemos a quienes adoptan la perspectiva de los dominados y discriminados. Tanta mistificación estalinista sobre la Gran Guerra Patriótica (que hubiera sido inviable sin el apoyo masivo de material y armas por parte de los atlantistas), al tiempo que incapacidad de ver a un pueblo en armas dentro de su tiempo histórico.

A partir del 24/2, con la resistencia, salimos del plano mezquino de las relaciones de fuerza y entramos en el de la incandescencia histórica, de algo que no era previsible. La historia es lucha y se reabre en las luchas. Los ciudadanos de a pie deciden poner su vida en peligro y resistir. Es este tipo de acontecimientos inesperados, que ya habíamos presenciado en los intentos de reprimir el Maidán en 2013-2014, lo que los realistas encuentran difícil de explicar. Porque los cuerpos que resisten se sustraen de los cálculos realizados desde las relaciones de fuerza del campo de poder. ¡»Là où il y a pouvoir, il y a résistance»! (Foucault). La calculadora realista se estanca. Es la insuficiencia irreductible de la Realpolitik, la incapacidad de diferenciar la naturaleza del poder: cuándo opera dentro de las estrategias metaestables del poder, y cuándo es subvertido desde dentro por el gesto de la resistencia. Cuando es tocado por un Exterior que recrea el marco general inicial.

Maquiavelo es considerado el padre de la política moderna y, por tanto, del realismo político. Sin embargo, quien lea Discursos sobre la primera década de Tito Livio encontrará un Maquiavelo muy diferente, fuera de la vulgata, un Maquiavelo no maquiavélico, que piensa en el valor de defender la propia libertad. A diferencia de la libertad del liberalismo económico, el pensamiento del florentino apunta a la libertad como virtud cívica, la que los ucranianos están actualizando asombrosamente.

Todavía, según la lógica adoptada por la izquierda antiimperialista brasileña, el Fin de la Historia (el Pensamiento Único, el Consenso de Washington, etc.) no ha sido puesto en jaque porque Putin habría puesto en evidencia el declive del imperio estadounidense y reabierto la multipolaridad. Esta reflexión llega con al menos 30 años de retraso (por caso, ver Imperio de Negri y Hardt). Error. El Fin de la Historia se puso en jaque cuando los ucranianos pusieron los cadáveres delante de los tanques, cuando impidieron el acceso a las centrales nucleares, cuando remolcaron los tanques con sus pequeños tractores. El tractor-símbolo de las colectivizaciones forzadas de Stalin reapropiado por la resistencia ciudadana, en adelante un ícono contra las aspiraciones de gloria imperial.

Así que vuelvo a preguntar, ¿dónde está el antiimperialismo en el alineamiento con Putin? Sólo puede ser en la idea de que, desde la perspectiva de la formación nacional brasileña, un mundo en el que hay más de un poder imperial es mejor. No sólo los Estados Unidos y el Consenso de Washington, sino también Rusia y China y el Consenso de Pekín. Aunque sea en las costas de Ucrania y los pueblos bálticos o de Europa del Este; o en Taiwán, las islas del Mar de China y los pueblos vecinos de los chinos. Aunque sea contra el inmenso hecho de la resistencia, contra las primaveras, contra el Maidán, contra los que ponen su cuerpo sin freno ante los opresores mejor armados; no importa. Lo que importa para esa mirada es un mundo multipolar en el que podamos acomodar más estratégicamente nuestros intereses nacionales.

¡Qué mundo tan maravilloso! ¿Es ese el proyecto? Aún con toda la empatía sólo pido que no se repita más “izquierda antiimperialista”, sino, al menos, “multiimperialista”. Para que las botas en la cara de las personas sean de diferentes banderas, pero sigan siendo botas.

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* Ensayista, activista y docente. Forma parte de la red Universidade Nômade Brasil. Autor de La multitud se fue al desierto (Autonomía, Red Editorial, 2016). Coautor, junto a Lucas Paolo, de Bolsonaro. La bestia pop (90 Intervenciones, Red Editorial, 2019), coautor, junto a Alexandre F. Mendes, de A costitução do comum (2017) y A vida dos dereitos: ensaio sobre a violencia e modernidade (2008), coautor, junto a Giuseppe Cocco, de New neoliberalissm and the Other (2018). Publicó artículos en Le Monde Diplomatique, The Guardian, Al Jazeera y Reveu Chimères. Coeditor de las revistas Lugar Comum y Global Barsil.

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