Walter Rodriguez

Los ’90: el sueño trunco de Diego Lamagna. Walter Rodríguez*

Es el momento en que se levanta y se va. Ve a los caballos de la infantería atropellando a las Madres de Plaza de Mayo y me dice con estupor “Mirá lo que están haciendo”. Se puso la gorrita que tiene en esa foto (la que se quedó la cana)  y se fue. Me dijo “A la noche vuelvo” y no vino más, relata María, mamá de Diego Lamagna, asesinado el 20 de diciembre de 2001 a causa de la represión policial desatada por el gobierno de De la Rua.

María, madre de Diego, tiene 73 años, Vive en un pequeño departamento de la Avenida Belgrano, en Avellaneda, típico de la nueva forma de construcción impuesta por el mercado inmobiliario: bajo costo, paredes de papel y altos alquileres para quienes no accedan a una propiedad. María vivía con $180 al mes: “Diego llamaba de Córdoba para ver si había cobrado la pensión, por eso se vino y eso me hace sentir culpable”, comenta angustiada.

La fui a visitar. Entre las pocas cosas que hay en la casa, además de una mesa y un televisor, se destacan una gran cantidad de portarretratos, en su mayoría fotos de Diego montando su bicicleta, pero también de su hija Lorena. Lorena era la hermana menor de los tres (la mayor se llama Karina) y fue asesinada a puñaladas en el verano de 2001 por su marido –un feminicidio, en tiempos en que la problemática no se enfocaba desde ese ángulo–; pero se catalogó como homicidio y no hubo condena efectiva.

“Sucedió en el verano de 2001”, cuenta María, “La velamos con un ojo en compota, ella no quiso hacer la denuncia para que no le pegara. Eso fue un viernes, el lunes la mató… en nueve meses me matan dos hijos”. Y sigue: “Todavía no me puedo morir, falta lo de Diego”.

Diego, que trabajaba en una panadería, estaba entre los cinco mejores ciclistas de Freestyle (estilo libre) del país. De chico le gustaba la música y por un tiempo tuvo su banda de rock, pero la bici lo ganó. Consiguió sponsors y viajó por Córdoba, Misiones,  Mar del Plata, Punta del Este, dando exhibiciones y vislumbraba su sueño de competir en California. Había sido tapa de Biciclub y hasta participó en el programa de Susana Giménez con una exhibición.

Durante la década del noventa todo se puso gris, triste, muerto. En Avellaneda, polo industrial por excelencia, se cerraron 77.000 fábricas, en su mayoría PYMES, las cuales generan la mayor cantidad de empleo de la Argentina.

Según un estudio realizado por el C.E.P.E.D. (Centro de Estudios para el Empleo y el Desarrollo) perteneciente a la Facultad de Ciencias Económicas de la U.B.A., la desocupación trepó hacia el final de los noventa entre 16 y 18 puntos, con un porcentaje mayor entre la juventud.

Rápidamente la situación de los jóvenes se deterioró, los pibes que se tenían que incorporar al trabajo no podían hacerlo, quedando varados en las calles. Todas las esquinas del barrio estaban pobladas por muchachos dedicados a pasar el tiempo de variadas formas.

Diego no escapó a esta condición, las dársenas donde los camiones estacionaban para cargar los cueros y sus rampas fueron improvisados circuitos en los que demostraba la magia de su Freestyle. Todos parecían divertirse, sin notar el deterioro social y económico que les iba a estallar en la cara llevándose la vida de Diego.

“Él pensaba que todos eran una mierda, para no votar se iba a Córdoba y tenía un solo sello en el documento”, recuerda María. “De todas formas era muy solidario con sus amigos y con quien lo necesitara. Pero no estaba en ningún partido político, aunque digan que lo mandó Duhalde (por los saqueos que le atribuyen al ex presidente interino), el no andaba en nada de eso”, continúa.

Las Madres le generaban admiración así que al ver por la televisión el dantesco espectáculo de la policía agrediéndolas, se puso su gorrita negra y salió… “A la noche vuelvo”.

Mientras tanto, sobre la Avenida De Mayo se daba uno de los más duros enfrentamientos. Los motoqueros, convertidos en el séptimo de regimiento, avanzaban contra la policía haciéndolos retroceder. Un testigo lo describió a la inversa: “Era un juego perverso donde la policía dejaba venir a los manifestantes para volverlos a reprimir”.

Y no extraña, los métodos de la dictadura estuvieron muy presentes en las instituciones policiales de los noventa (y siguen intactos…), había aún, por una cuestión generacional e ideológica una continuidad de su accionar. El rechazo al estado de sitio que desencadenó la reacción masiva del pueblo podría interpretarse como un hartazgo ante los métodos dictatoriales y la política económica (algunos autores señalan, en un sentido amplio, el fin de la dictadura en diciembre de 2001).

Las motos policiales circulaban con un acompañante armado de una escopeta ITAKA y disparando a mansalva, los coches sin identificación hacían fuego sobre los manifestantes y, según testigos, desde el HSBC policías disparaban hacia la concentración produciendo varias de las muertes en el lugar. Los edificios de estilo francés producto del progreso y la racionalidad del capitalismo de fines de siglo XIX observan impávidos las consecuencias de la irracionalidad del capitalismo de fines de siglo XX y comienzos del XXI.

Diego llegó a Avenida de Mayo y Tacuarí, gritó, protestó, se sacó, en alguna medida, las frustraciones acumuladas, buscó un futuro digno, pero a solo una hora de haber salido de su casa cayó producto del impacto de dos perdigonazos en el pulmón.

El 21 los muchachos de la parada de diario de la esquina de la casa donde vivía la familia Lamagna vieron con desagradable sorpresa en la tapa de Clarín una foto de Diego tirado, muerto. Inmediatamente avisaron a la familia. “Cuando me vinieron a avisar que a Diego le habían pegado un tiro lo primero que pensé es que había sido el marido de Lorena porque él se la tenía jurada por lo de su hermana”, cuenta su mamá.

Fueron condenados por el asesinato de Diego (y de otros dos manifestantes) el ex Secretario de Seguridad Enrique Mathov, el ex titular de la Policía Federal Rubén Santos, el ex Superintendente de Seguridad Metropolitana Raúl Andreozzi y el ex Jefe de la Dirección General de Operaciones de la Federal Norberto Gaudiero. De la Rúa, uno de los responsables políticos, quedó libre de culpa y cargo.

Entre humo, represión, sangre y muerte se truncó el sueño de Diego de competir en California y junto a él su propia vida. Saldo de los ’90 (y no solo), el neoliberalismo se llevó los sueños de las mayorías en este país.

*Cronista, trabaja en la Coordinación de Cultos e Integración Cultural de la municipalidad de Avellaneda, es estudiante de Periodismo de la Universidad Nacional de Avellaneda.


Acerca de 27 de octubre

Una revista para pensar en la coyuntura electoral los posibles comunes. Una cuenta regresiva hasta la elección. Cada día una nota escrita por amigues diferentes. En cada nota el pensamiento como potencia de lo presente. Y un punto de llegada: fuerza de rebelión y de fiesta para no quedarnos solo con lo que hay.


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