19/20 de diciembre de 2001. Esbozo para un enfoque generacional

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Para la apretada franja de sujetos militantes de nuestra generación –hablamos de militantes con predisposiciones críticas y afanes transformadores– el 19/20 de diciembre de 2001 fue un momento paradigmático en el que depositamos expectativas que hoy pueden parecer desmesuradas. Por un instante fugitivo fuimos aluvionales y nos sentimos amenaza y víspera. De pronto, una fuerza común y un deseo compartido lograron que lo cotidiano se comunicara con el futuro. Por primera y única vez en nuestro itinerario vital tomamos contacto con la ética de izquierda en su expresión más depurada: la ética crítica de la rebelión contra la iniquidad de los poderes opresores. Asimismo, pudimos respirar en ambientes políticamente educadores, tuvimos una experiencia de ciudadanía colectiva y logramos amasar algunas mitologías callejeras.

Communards del conurbano, releíamos Las Tesis de Abril de Vladimir I. Lenin en el Ferrocarril Roca; o Huelga de masas, partido y sindicatos de Rosa Luxemburgo en el Ferrocarril Sarmiento. En galpones con piso de tierra invocábamos a John William Cooke y a Agustín Tosco. Seducidas y seducidos por organismos de base altamente inspiradores, buscábamos unirnos a los hechizos al aire libre que acontecían por doquier.   

¿Generación? El concepto retumba idealista, pero no pretendemos asignarle una entidad que no posee. Hablamos de generación en un sentido muy elemental. Nos referimos a los retazos de algunos imaginarios sociales históricos a través de los cuales un grupo etario vivencia o interpreta un tiempo histórico preciso y comparte expectativas; a los modos diversos en que ese grupo es condicionado por lo que una época siente, piensa y conversa. La generación de marras está compuesta, entonces, por aquellas y aquellos que no vivenciamos los procesos históricos de las décadas de 1960 y 1970 y sus acontecimientos profundos; por atravesarlos en la infancia, por haber nacido en esas mismas décadas o, incluso, en la de 1980. Hijas e hijos mayores de la derrota, esa primogenitura pesó (y pesa) sobre nosotras y nosotros como una loza de cemento. Además, como seres condenados a un mundo de apariencias y a una temporalidad opaca: al contrato, la competencia, la meritocracia, la socialización individualista y la soledad; agobiadas y agobiados por el fatalismo y el escepticismo de la década de 1990, nunca habíamos tenido la experiencia de procesos de revalorización histórica de sujetos, culturas y voluntades colectivas. Ignorábamos casi todo sobre la pasión política ejercida en exceso, sobre la imaginación política relegando a “la realidad” a lugares secundarios.     

Por fuera de las escalas más pequeñas, nunca habíamos vivido la política como praxis; como creación subjetiva y autónoma de la política, obviamente vinculada, pero irreductible, a los entornos exteriores. El 19/20 de diciembre de 2001, con la explosión de energías reprimidas durante décadas, con su comunidad de vértigos, con su restauración de sentidos utópicos, con sus lenguajes que se anticipaban al pensamiento, nos hizo sentir que era posible fugar de la condición de generación políticamente frustrada e históricamente inocua. Que podíamos pisar el territorio de una plenitud y una matria/patria verdadera. Que había motivos para confiar en que un sector extenso de la sociedad civil popular argentina estaba en condiciones de constituirse en fuerza democratizadora y re-fundar una comunidad. Incluso las “clases medias” se aproximaron a la conciencia respecto de su condición subalterna y rozaron una identidad humana.

Entonces, bajo el efecto estimulante de signos promisorios, conjeturamos la apertura de un tiempo propicio para construir desde abajo nuevas formas de vida, de sociedad y de Nación, en fin: pertenencias no alienantes. Las y los más optimistas llegaron a pensar que se iniciaba un proceso largo, exento de toda linealidad, nada apacible (como quedó patentizado con la brutal represión que cegó 39 vidas) pero “ascendente” y que podía derivar en la organización de una fuerza social y política capaz de constituirse en embrión alternativo de poder; que, según las traducciones licenciosas del lenguaje gramsciano, había condiciones para conformar un bloque histórico de las clases subalternas y construir una nueva hegemonía.

Aquella fe no fue tan ingenua como puede parecer desde hoy. El 19/20 de diciembre de 2001 reactivó la crítica anticapitalista y re-encantó el universo plebeyo. Rompió con las filosofías de la inercia, recuperó espontánea o deliberadamente las mejores tradiciones de lucha popular: una especie de mestizaje entre la Comuna de París de 1871 y el 17 de octubre de 1945, sazonada con ingredientes de todas las rebeliones obreras y populares de nuestra historia: el “Cordobazo” y todos los “azos”. El pueblo movilizado; ocupando el epicentro, las periferias y los hipocentros del espacio público; construyendo y conquistando espacios públicos alternativos; desairando al mezquino artículo 22 de la Constitución Nacional; deliberando y gobernando directamente.

El 19/20 de diciembre de 2001 recompuso la credibilidad de las propuestas que auspiciaban soluciones radicales a la crisis argentina. Expuso de manera descarnada las contradicciones profundas del orden social y las limitaciones de la sociedad capitalista para gestionar esas contradicciones. Puso en evidencia la superficialidad de la política burguesa –un orden elevado sobre la “arena”, como decía Rosa Luxemburgo– su carácter de “espuma” de la realidad social y todas las miserias que esta condición acarrea.

El 19/20 de diciembre de 2001, también recuperó los cuerpos y el riesgo para la política. Le puso fin a la desaparición “democrática” de los cuerpos, a la desaparición de los cuerpos “por otros medios” propia de las décadas de 1980 y 1990 que, claro está, expresaba una línea de continuidad con el accionar –desprovisto de sutilizas simbólicas y metafóricas– de la Dictadura Militar. En forma paralela se exaltaron todos los instrumentos de base. Fue el tiempo de las asambleas y la democracia participativa y directa, un tiempo de gestación de instituciones propias de las y los de abajo, un tiempo de inmensas oportunidades (para)institucionales para la izquierda y los sectores democráticos. Las formas liberales de representación, con sus organismos y métodos tradicionales, mostraron su caducidad. La funcionalidad con la reproducción de la dominación y la posición de las clases dominantes y los modos aparentes del ejercicio del poder que promueven esas formas fueron repudiados por una parte importante de la sociedad. Se tornó evidente el contenido de clase de las formas políticas, la falacia de la neutralidad de estas últimas.

Las condenadas y los condenados de la matria/patria se alzaron. Recuperaron una parte del terreno arrebatado en las décadas anteriores y se convirtieron en protagonistas de la historia. Se salieron (nos salimos), por un breve lapso de las viejas fatalidades, de los efectos de los experimentos disciplinadores de larga data a los que habían (habíamos) sido sometidas y sometidos: el genocidio de la Dictadura Militar (1976-1983), la electoralización posterior a 1983, la pauperización y la precarización de la década de 1990. Experimentos aberrantes, por su letalidad de corto, mediano y largo plazo; por su gestión urgente o ralentizada de la muerte. El 19/20 de diciembre de 2001 quebró la organicidad gestada por la Dictadura Militar y consolidada en las décadas de 1980 y 1990, esbozó un “período crítico” que no llegó desplegarse.     

Sin dudas, el 19/20 de diciembre de 2001 tuvo mucho de reacción visceral y alimentó un conjunto de fantasías compensatorias, signo de una indefinición ideológica y política. Los elementos más disruptivos no coagularon en una ideología y mucho menos en un proyecto político. No resistieron la recomposición material y política del capitalismo argentino y las reparaciones de la ilusión de la viabilidad del capitalismo en general. Su potencia fue reconducida hacia lo institucional a los fines de extinguirla. Quedó pendiente el gran enigma y el gran desafío: ¿cómo asumir el Estado sin transferirle poder de clase?

¿Daba para más? ¿Era posible evitar que tanta acción se escapara de su agente? ¿Era posible sortear la fisura –tan neoliberal, tan trágica– entre las acciones y la posibilidad de conocerlas, entre la experiencia y la autoconciencia? Eso no importa demasiado ahora. Porque la triste verdad es que ni siquiera escribimos el prólogo de algo nuevo.

 

 

* Ensayista. Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor regular en la UBA y en la Universidad de Lanús (UNLa). Autor de varios libros publicados en Argentina, Chile, México, Perú y Venezuela, entre otros: Piqueter@s. Breve historia de un movimiento popular argentino (Autonomía, Red Editorial); ¿Qué (no) Hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatoriosPoder popular y naciónIntroducción al poder popular (el sueño de una cosa)El socialismo enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su concepto de socialismo prácticoEl hereje. Apuntes sobre John William Cooke; Marx populi. Collage para repensar el marxismo. Participó de la Coordinadora de Organizaciones Populares Autónomas (desde 2001), militó en el MTD-Aníbal Verón y, desde su fundación, en el Frente Popular Darío Santillán.