Crónicas y entrevistas I

Me llamo Victoria Gurrieri. Tengo 26 años, soy madre soltera, estudiante de Producción de Medios Audiovisuales en la Universidad Nacional de José C. Paz, militante peronista y feminista, presidenta del Centro de estudiantes de industrias culturales. Atravieso la cuarentena en la casa de mi madre, aunque aisladas porque ella es personal de salud, y con mi hija de dos años.

Me llamo María Iribarren. Vivo hace 62 años en la ciudad de Buenos Aires. Estoy casada. Soy (no soy, trabajo de) coordinadora académica de las Tecnicaturas en Industrias Culturales de la UNPAZ, donde además enseño Historia del cine. Atravieso la cuarentena en el pH que comparto con Erre, en el barrio de Floresta. Él se ocupa de las compras.

Era habitual, en la universidad, reunirnos para evaluar un reclamo estudiantil, alguna actividad o intervención. Era habitual, cruzarnos en los pasillos. Tomar mate con lxs otrxs delegados del Centro.
Ahora, nos llamamos para saber cómo está la otra. La madre, la hija. Nos usamos de correo. Intercambiamos noticias, sensaciones, un abanico de estados emocionales.
Decidimos ponerlos por escrito. A dos columnas.

1)¿A qué le tenés miedo?

Victoria
Aunque diga que a nada, a muchas cosas, pero sobre todo al olvido. La atazagorafobia es la fobia a la disolución de los recuerdos en la nada. Se trata un poco del miedo a que las personas que quiero se olviden de mí y también miedo a que la especie humana como la conocemos quede enterrada, olvidada. En otro plano, partiendo de que somos una partícula de tierra y agua flotando en el espacio y que todo lo que construimos puede ser destruido por un asteroide en cualquier momento, mi mayor miedo hoy se encuentra en no complacer(me), siento que viví una vida dedicada a otrx y aún ahora al borde del abismo sigo haciéndolo.

Quizá por miedo a la extinción de los pensamientos me concentro más en las artes, para de alguna forma dejar plasmada una parte de una esencia en algún lado… Por si acaso logramos reedificar un mundo mejor para las futuras generaciones. Supongo que esa sensación es producto del momento histórico que estamos viviendo, agudizado por la paranoia que infunden los medios de comunicación masiva, que hablan de la pandemia como si fuera el fin del mundo, olvidando que después de la humanidad, el planeta va a seguir existiendo.
Me asustan también las consecuencias: las secuelas del aislamiento en la juventud y la locura.

María
Durante muchos años le tuve miedo a la oscuridad. Aunque los miedos supremos fueron, desde siempre, a ser rechazada y a volverme loca. A no encajar y a desencajarme, por eso mismo. En 2020 el miedo se me hizo cuerpo en el cuerpo. ¿Podría sobrevivir al Covid-19 respirando poco y mal? La pregunta me llevó a los confines de la adolescencia. Me devolvió imágenes de otros encierros, de otros “afuera” peligrosos, amenazantes…

Aquél, había sido el miedo absoluto. La contemporaneidad de una generación que estaba siendo asesinada.
Ahora, otra vez, el miedo total. ¿Habrá revancha para el cuerpo que soy? ¿Volveré a ver al hijo? ¿Podré terminar el libro? ¿Seguirá Erre conmigo, hasta el final? ¿Veré el final?
“Lo personal es político”, pienso. Logro salirme del círculo de pensarme en pandemia, aterrada. ¿Cómo voy a darles clase a medio centenar de pibxs sin poder mirarlxs a los ojos?

2) ¿Cuál es la peor incomodidad?

Victoria
La mayor incomodidad es la incertidumbre. El no poder salir, la interrupción forzada de un sistema de vida generó un cambio de paradigma en lo social pero también en lo doméstico y familiar. Este cambio se refleja en las rutinas diarias, el sedentarismo, las relaciones interpersonales, el nivel de estrés y ansiedad, las preocupaciones, las obligaciones y responsabilidades de contener, rendir y subsistir sin desmoronarse (como si unx no tuviera derecho a romperse). Se trata de una incertidumbre generalizada: ¿cuándo y de qué forma va a terminar el aislamiento?, ¿tiene sentido cursar de manera virtual en un momento como este?, ¿en qué plano quedarán las relaciones humanas, ahora virtualizadas? Incertidumbre sobre la coyuntura política, sobre las relaciones internacionales, la crisis económica mundial… En síntesis, lo más incómodo es la incertidumbre sobre el futuro, tanto cercano como lejano, porque también se altera el ámbito de los ideales: ¿qué defender, por qué hacerlo y cómo luchar cuando no se puede salir a poner el cuerpo?

María
Gesticular frente a la notebook. Perder la voz hablándole a la pantalla. Volver a entrar a la clase de ZOOM cada 40 minutos… Cuántas veces por semana… ¿Se desquiciaron todes?
Me fastidian las obligaciones salvadoras. Levantarme temprano. Practicar gimnasia. Mantener rutinas saludables… ¡Ja, si parece joda! La religión de la productividad se llevó puesto mi plan de renunciar a la vida útil.
¿Hay una cordialidad virtual? ¿Buenos modales por HangOuts? ¡No me jodan! La homilía de la pedagogía es mil veces peor que el analfabetismo digital de lxs aristócratas universitarixs. Lo más incómodo es darme cuenta de que (ya) no encajo. Y eso me desencaja. ¿Erre lo sabe? ¿Me estoy volviendo cyborg?

3) ¿Qué mundo utópico nos esperará afuera, cuando todo acabe?

Victoria
El más quimérico es la de la patria grande: América latina unida convertida en potencia mundial plagada de justicia social en cada rincón defendiendo los intereses populares, fin del neoliberalismo en el mundo, aprendizaje y evolución.
Me gusta y me cuesta a la vez pensar que la pandemia deje un aprendizaje y un cambio para bien, que se priorice el bienestar del pueblo en general y no de unos pocos.

María
En las vacaciones de verano había visto Bacurau, la película de Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles. Una suerte de contradistopía que narra, en clave de épica lisérgica, la resistencia de un pueblo que todavía no existe. Me gusta pensar que ese podría ser un futuro deseable. Soy consciente de que es una fantasía peligrosa. ¿Hubo alguna pandemia que sanara las desigualdades, las injusticias?

4) ¿Qué te da esperanzas?

Victoria
A veces, no siempre, me da esperanzas la humanidad. Hace poco, un profesor de UNPAZ organizó un fogón virtual de poesía mediante Zoom, en el que muchas personas leyeron sus producciones en medio de la incertidumbre del aislamiento. En ese momento sentí que no estamos tan mal si aún quedan poetas masticando, deconstruyendo y volviendo a esculpir la realidad desde la trinchera de las palabras… Me dio esperanzas encontrar a ese grupo invisibilizado que ansía acabe la tormenta para seguir pintando el mundo. Por otro lado, me dan esperanzas los avances científicos y la medicina, tengo fe en que los científicos encuentren una forma de acabar con la pandemia y salven muchas vidas.

María
Espero volver a la calle. A Erre. Al hijo. (A mí).
Mi esperanza mejor está en Victoria, en sus compañeras y compañeros. En sus cuerpos en acto. En sus ojos limpios. En sus hijos indomesticables. En sus realizaciones. En su porvenir que es personal y, por eso, político. Poético.

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