El espectro pendémico en Brasil

Episodio XXI

Cualquiera que nade en el océano conoce el riesgo de quedar atrapado en un cambio en de las condiciones del mar. De repente, las aguas se agitan y las olas crecen hasta el espanto. El nadador experimentado sabe que es inútil luchar contra la corriente. Tratar de llegar a la costa lo más rápido posible puede ser la ruta más directa hacia la muerte, especialmente si las enormes olas la abruman. Lo mejor es dar la espalda a la orilla y sumergirse en dirección a las olas para superarlas antes de que se rompan. Los que han estado en esa situación conocen la paradoja. Después de pasar la primera ola, hay que prepararse para la siguiente, sólo que, en ese punto, se está aún más lejos de escapar. Cuantas más olas se pasan, más se es lanzado a las profundidades desconocidas, esperando encontrar una condición menos destructiva. 

La pandemia del Covid-19 golpeó a Brasil en el mismo momento en que su gobierno prometía una gran recuperación económica. En crisis desde los años de Dilma Rousseff (2011-2016), éste debería haber sido el año en que el país cosecharía los “beneficios” de las reformas de austeridad implementadas por el gobierno de Bolsonaro en 2019, con el objetivo de recuperar la producción, el empleo y el consumo. Sin embargo, la década perdida del capitalismo en Brasil fue la década ganada de las movilizaciones sociales: el levantamiento metropolitano en 2013, las masivas manifestaciones anticorrupción y, finalmente, el movimiento de los camioneros que paralizó la logística nacional en 2018.

La situación, con la llegada de la pandemia es, por lo tanto, ambivalente. Una composición social precaria, dada la fragmentación territorial, el empobrecimiento y la falta de infraestructura coexisten con una sociedad intensamente movilizada, una composición política incandescente y susceptible de proyectos de cambio audaces. 

Si el consenso médico mundial prescribe el aislamiento social, la realidad brasileña está teñida de decenas de millones de personas que viven en las favelas. Algunas de las comunidades cuentan con una infraestructura mínima derivada de los programas de urbanización de las últimas décadas, como Rocinha (100.000 habitantes) o Maré (140.000 habitantes), pero la mayoría de las favelas ni siquiera cuentan con servicios básicos de salud, se agrupan niños, adultos y ancianos que forman familias extensas o ad hoc, con un gran número de hijastros, agregados y protegidos. En muchas zonas pobres, lavarse las manos adecuadamente ya es todo un desafío. Además, hay alrededor de 100.000 personas sin hogar en las metrópolis de Brasil, muchas de ellas drogadependientes (incluidos los niños), que ni siquiera tienen un hogar para aislarse. Debido a la crisis económica, en San Pablo, entre 2015 y 2019, el censo de personas sin hogar indicó un aumento de 15.000 a 25.000 personas sin hogar. Por ahora, la propagación del virus ha comenzado con las élites económicas y políticas, pero las condiciones reales de existencia en el país sugieren la llegada de un terrible «strike» de los pobres.

Otra pregunta que debe responderse inmediatamente en la prescripción de aislamiento social es dónde obtendrá ingresos la población más pobre (que en el Brasil es la mayoría). Es inútil bombardear con noticias alarmantes porque, al final, la mayor preocupación siempre será: qué comer, cómo alimentar a los familiares, cómo comprar medicamentos para aliviar los muchos problemas de salud que existían antes del covid-19. En una economía en la que ha prevalecido la inseguridad laboral, con grandes fracciones de trabajadores con empleos inestables en el sector de los servicios, en micro y pequeñas empresas, o empleados en la economía informal, ¿cómo mantener un ingreso mínimo cuando las carreteras están vacías y la demanda de «no esenciales» se reduce prácticamente a cero? Los que componen la clase media urbana tienen espalda gracias a sus ahorros o por la red de riqueza familiar para sobrevivir dos, tres, seis meses sin ningún ingreso; pero esta no es la realidad de la mayor parte del país. Si no hay nada que comer, la ruta esperada es que los suburbios se unan y pasen a la apropiación violenta de los suministros.

El federalismo nunca ha estado tan presente como hoy día en las noticias. Los 27 gobiernos estatales, encabezados por San Pablo (40% del PBI nacional), han tomado medidas drásticas para combatir el virus, lideradas por la ciencia. En una posición de guerra, se erigen en poder decisional que salva vidas. Así pues, se polarizan con respecto al discurso del presidente, que adopta la posición contraria: con la excepción de las figuras de riesgo, el coronavirus no causaría nada más que una gripe, este es el imperativo para apoyar la actividad económica. La oposición discursiva entre el estado de excepción y el retorno a la normalidad, sin embargo, oculta una suposición común: el dualismo de manual entre la vida y la economía, que se refleja en los círculos de la izquierda -donde la economía significa los patrones. Como si la economía no fuéramos nosotros, con nuestras complicadas vidas, y como si la pandemia no hubiera bloqueado, de principio a fin, una determinación social y económica permeada por asimetrías y desigualdades. El concepto de biopolítica, al menos en la obra de Michel Foucault, es un concepto derivado de la economía política y se refiere al momento en que los cálculos del valor empiezan a comprender la vida y la muerte de la población tomada como un cuerpo integral. Una forma de gobierno que modula el hacer vivir y el dejar morir es normal, fundamentalmente, para las personas que dependen del sistema de salud de un país del tercer mundo.

La actitud anti-científica y en favor de la normalidad del presidente lo ha llevado a un rápido aislamiento. Los cacerolazos que fueron tan cruciales para el movimiento de destitución de Dilma en 2016 han vuelto a la vida cotidiana nacional. En pocos días, Bolsonaro perdió sus alianzas políticas en el Congreso, en el poder judicial, entre los gobernadores, y se profundizó su condición de paria internacional, haciendo compañía al Presidente de Bielorrusia. Empezó antagonizando con su ministro de salud, que prefirió recomendar una serie de medidas de contención y actuó en colaboración con los estados federales. Incluso dos súper-ministros del gobierno federal, Paulo Guedes (Economía) y Sérgio Moro (Policía), así como el vicepresidente, rompieron explícitamente con el discurso presidencial.

¿Con quién cierra filas Bolsonaro? Con el núcleo duro compuesto por los cuatro hijos varones (una quinta hija femenina no forma parte de él), una constelación de iglesias neo-pentecostales y el gurú Olavo de Carvalho, una especie de Aleister Crowley. La transposición política de la apuesta virusplanista (los negacionistas del virus) se produce con el intento de una conexión directa con los más pobres, cuya primera preocupación no sería el contagio, sino el hambre y la penuria. Por esta razón, hizo circular un video poblado de negros e indigentes titulado «¡Brasil no puede parar!”. Además, el propio Bolsonaro visitó personalmente los barrios pobres para escuchar a la gente en la calle. Esto escandaliza no sólo por la falta de cumplimiento de las normas sanitarias, sino también porque el propio presidente está sospechado de contagio.

Sin embargo, el mayor drama es la perplejidad sobre el campo de acción en estas condiciones. Desde el colapso de la gobernabilidad, la tendencia que surge hoy en día es que los líderes autoritarios, facultados por el discurso de la excepción, terminen asumiendo el poder del Estado. Los gobernadores de San Pablo y Río de Janeiro, los dos estados más grandes de la federación, han crecido políticamente como outsiders gracias a un programa de endurecimiento del orden público y de guerra militar contra el crimen. El vicepresidente es un general de línea dura muy conocido en la tradición tecnocrática del ejército brasileño. Los movimientos que apuestan por la máxima maoísta, según la cual el desorden es una condición excelente, confunden la eventual caída del presidente con el ascenso de un gobierno provisional debilitado (como el de febrero de 1917). La tendencia, de hecho, es la consolidación de un gobierno aún más fuerte y las condiciones para otro Bolsonaro, nuevo y más eficiente. Al mismo tiempo, se están construyendo zonas de aislamiento en estadios y salas de conciertos, se está considerando el uso de barcos para confinar a los enfermos y el uso de las fuerzas armadas para imponer toques de queda, lo que no puede dejar de traer a la memoria los últimos tiempos en que estas mismas prácticas se utilizaron en América Latina para combatir otro tipo de «virus». Ahora esto se ve aumentado por el mapeo digital de los conglomerados…

Otra confusión es la de quienes creen que la pandemia llevará mágicamente a un balance positivo. Se habla del fin del neoliberalismo, del capitalismo, del antropoceno, como si la sola llegada de la catástrofe elevara la sociedad a una mentalidad superior. Es una posición idealista que no explica las verdaderas articulaciones que llevarían de la crisis a un cambio positivo, mientras que el escenario que se avecina es, más bien, peor. Otros simplemente se hunden en el pantano de la escatología: nosotros recibimos una bofetada por nuestros vicios capitalistas, Gaia se venga de la humanidad prometeica. Se trata de una posición doblemente antropocéntrica. Nada de esto ayuda a dar un paso adelante.

El dilema del militante hoy en día es cómo organizarse en estas nuevas condiciones. Si la presencia física en los territorios significa actuar irresponsablemente como vector de contagio, ¿cómo se puede actuar en la comodidad de la propia casa cuando la mayoría no puede permitírselo? ¿Cómo resultar útil a la movilización médica y de ingeniería para la producción de vida? ¿Cómo hacer frente al agravamiento de las privaciones, la desesperación, las enfermedades mentales de masas? ¿Cómo lidiar con la estrategia del presidente que trata de conectarse con los pobres, irguiéndose como un canal para escuchar los males que la pandemia está profundizando? ¿Simplemente tenemos que esperar lo peor, para que la probable acumulación de cadáveres desmienta el coraje de los bravucones? ¿Cómo acercarnos al terreno fértil de los antagonismos, que se exasperarán?

Nos quedan una confusión general de los múltiples puntos de vista y algunas iniciativas interesantes, como la de un grupo de arquitectos y diseñadores que, en contra de las soluciones verticales, tratan de fortalecer las redes locales de solidaridad y formulación de problemas. Pero dada la dimensión continental del país y la inmensidad de las favelas (2.000 en la región metropolitana de San Pablo, 1.200 en Río de Janeiro), muchas de las cuales sólo son alcanzadas por las iglesias y el tráfico de drogas, es difícil ofrecer optimismo en el análisis.

Habrá muchas oleadas que pandemizarán a todo el mundo. Nos referimos a la primera ola de la enfermedad, seguida de la segunda, la económica. Sin embargo, las olas se juntan, porque incluso las medidas más básicas para hacer frente a la enfermedad implican acciones económicas vinculadas a la producción y la logística de herramientas, equipos, medicamentos, vacunas, infraestructura. La escasez económica afecta inmediatamente a los más pobres, junto con el virus. Además, el coronavirus mismo puede venir en oleadas, como lo hizo la gripe española hace cien años, o como ocurrió con la pandemia del SIDA, con sus recurrencias cíclicas. Ondas síncronas de una física de ondas críticas añadidas a las diversas ondas anteriores, desde la apertura del ciclo de crisis del capitalismo global en 2008. Cómo vivir juntos, y cómo actuar en estas condiciones, sigue siendo un desafío no resuelto que apela a toda nuestra inteligencia común.

* Ensayista, activista y docente. Forma parte de la red Universidad Nómade Brasil. Autor de La multitud se fue al desierto (Autonomía, en Red Editorial, 2016). Coautor, junto a Lucas Paolo, de Bolsonaro. La bestia pop (2019), coautor, junto a Alexandre F. Mendes, de A costitução do comum (2017) y A vida dos dereitos: ensaio sobre a violencia e modernidade (2008), coautor, junto a Giuseppe Cocco, de New neoliberalissm and the Other (2018). Publicó artículos en Le Monde Diplomatique, The Guardian, Al Jazeera y Reveu Chimères.


IGNORANTES es una revista de contenidos en formatos imprevistos ligada con la actualidad desde la incertidumbre y la pasión política.


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