No te alejes tanto de mí… algo está pasando

Episodio IV

Ariel

Quisiéramos advertir la violencia de una medida, la cuarentena, en términos de comprensión de nosotros mismos: suspensión de las actividades (libidinales, económicas, ¡de cuidado!), encierro de niños y niñas sin contemplar la percepción bien distinta del espacio-tiempo respecto de un adulto (como insiste Lucía Scrimini), debilitamiento del sistema inmunológico, ensimismamiento psíquico, repliegue sobre la propiedad privada, hacinamiento y mayor exposición a enfermedades de quienes ya estaban expuestos por sus pésimas condiciones materiales de vida, entre otras cuestiones. Con una salvedad: hay anticuerpos económicos y subjetivos en la clase media que supimos conseguir… Quisiéramos, al mismo tiempo, señalar la violencia policial en condiciones de cuarentena como parte de una agenda democrática acuciante, así como el riesgo de ubicar a las instituciones militares en una especie de “nueva etapa”, cuando sigue tratándose de un modelo de institución basado en la obediencia debida, de extremo verticalismo (ni hablemos de patriarcado) y siempre disponible para los giros autoritarios de turno. Con otra salvedad: a las y los blancos de la clase media que supimos conseguir no nos cagan a palos tan seguido, ni nos humillan los uniformados. Quisiéramos ampliar las discusiones médicas y científicas de la hora, teniendo en cuenta que el ministro de Salud de la Nación dijo el 4 de marzo en una conferencia que se trata de “un síndrome gripal habitualmente con menos consecuencias que la gripe común… lo cual no quiere decir que sea fácil ni que la gripe común sea fácil”, o que el gobierno de India recomendó alimentación ayurvédica, entre otras posibilidades, o que algunos “locos” de distintas corrientes médicas y terapéuticas también tienen algo para decir y lo dicen. Con una última salvedad: para la clase media que supimos conseguir no hay nada más confiable que un profesional de la ciencia –si lleva guardapolvo, mientras no sea docente, mejor. Y, al parecer, “Quedate en casa” es una consigna que asume la hegemonía de una subjetivación difusa que por comodidad llamamos clase media. ¿Progresista? ¿Medio facha? Es cuestión de balcones con media hora de diferencia… Desde el punto de vista de la hegemonía de la consigna eso no importa. 

Pero, al mismo tiempo, quisiéramos no ser tachados de antemano, ni insultados (aunque a algunos insultos le encontramos el gustito) por estas inquietudes. Nos gustaría encontrar el punto de encuentro con quienes parecen no tener dudas sobre lo que se vive, ya que partimos del mismo dolor e incluso concedemos que quizás tal como están constituidas nuestras relaciones sociales e instituciones no haya demasiado más que hacer… Finalmente, los casos en el mundo muestran diferencias y distintas tendencias y escalas, de modo que toda visión totalizadora resulta no solo inútil, sino contrafáctica. 

Es necesario desasociar la peligrosidad real del virus de la subjetivación basada en el miedo y el cercenamiento de la vida en términos morales… Hay una duda, algunas pocas certezas y una medida desproporcionada respecto de cualquier duda (porque va más allá de las dudas y de la duda sobre sí misma). ¿Qué sabemos y cómo lo sabemos? Aceptar la cuarentena, no sólo acatarla, implica tomar por absoluta las medidas de los gobiernos o, al menos, considerar prudente tomarlas por buenas. ¿En nombre de qué discutirlas? En principio, en nombre de una forma de vida no exceptuada de sí misma, ni negadora de los riesgos permanentes que supone, más allá del riesgo específico llamado “coronavirus”. Problema/corona virus, solución/sociedad responsable. Es un esquematismo llamativo, simplista y –aun considerando que así fueran las cosas– zonzo. Tal vez la realidad misma resulte zonza y sin salida. Por eso es curioso el énfasis con que el discurso progresista que vive en el sentido común militante y no militante se golpea el pecho antes de cada advertencia. “Responsabilidad”, “Solidaridad”… Incluso la legitimidad que se arroga para juzgar al resto: “Pelotudo…” Como siembre, los adalides certeros de una certeza simplona se miran en el espejo de su contrario: los que, en nombre de su vida individual, su vidita que consideran más importante que cualquier apuesta colectiva –a la que igualmente, quieran o no, le deberán algo– violentan las prerrogativas oficiales, salen impotentes a sus balcones a aplaudir la desenfocada idea de que los políticos se bajen sus salarios, justo en el momento en que se supone que tienen que trabajar más que nunca (o, en algunos casos, simplemente trabajar). Vivimos, entonces, una cuarentena dentro de la cuarentena, el encierro entre la superioridad moral del progresismo y la impertinencia de los pequeños “dueños” de su vida, vivida, como siempre que hay dueños, a costa del resto. El cuidado moral, ciego a las paradojas del cuidado, y el descuido individualista, igualmente ciego a las paradojas de su indiferencia. 

La linealidad del esquema problema/solución nos pone en un brete lógico. Se dirá que no vivimos de la lógica, sin embargo, las lógicas viven en nuestras acciones y modos de percibir y pensar. Mientras pensamos que nos ponemos a salvo, nos exponemos ya no a un virus, sino a la forma que nos damos para lidiar con la exposición real. Rememoramos un rasgo antropogenético: somos animales expuestos, abiertos al mundo, abiertos como herida e invención. En ese sentido, la exposición al regreso al infinito, a la recursividad que repite cada vez en un nivel lógico distinto un problema que se supone intentábamos elaborar o superar, es el terreno en el que nos movemos. Uno de los ejemplos que da Virno en su exhaustivo trabajo sobre el par conformado por interrupción y recursividad al infinito, es la relación entre lenguaje y metalenguaje: expresar en palabras el hecho de que se habla. Se explicará un lenguaje-objeto por medio de un metalenguaje que, a su vez se convertirá en lenguaje-objeto de un nuevo metalenguaje y así al infinito. Pero esa repetición espiralada la percibimos desde una posición siempre detenida, una forma de pensar y actuar inercial o cristalizada, respecto de esa recursividad infinita que, por sí misma no sería otra cosa que la disolución de la posibilidad misma de pensarla. De modo que el “problema” se complejiza, y ya no se trata solo de la resolución del problema (por ejemplo, el coronavirus), sino del problema de la resolución. No es un trabalenguas, sino el meollo de la cuestión: ¿cómo se conjura la espiral infinita?, ¿qué tipo de interrupción podremos considerar deseable, honrosa o, al menos, pasable? El dispositivo antropológico de la recursividad al infinito, cuya fórmula Virno enuncia con los sintagmas “y con eso basta” / “y así sucesivamente”, indica que no funcionamos de acuerdo al esquema problema/solución, sino que nos debemos una ética que se define por otro tipo de esquema o, mejor, dinámica: problema/problema. Pasamos de un problema a una elaboración que nos conduce a un nuevo nivel, seguramente más complejo, de problema y establecemos un nuevo corte para poder vivir, ya que entrevemos la amenaza del regreso al infinito.  

Está en juego el problema del cuidado. Hay un peligro, siempre lo hay. La estructura de las sociedades modernas se funda en la existencia de un peligro que anida en la propia naturaleza humana. No un “enemigo invisible” (triste metáfora de la seguridad interior), sino un factor que dispara un problema. ¿Qué hacer con el peligro? Se nos ocurre lo que la modernidad forjó para nosotros: doctrinas de seguridad, restricciones, vigilancias de todos los colores, organización de formas de autodefensa, etc. Es decir, formas peligrosas de lidiar con el peligro. Por eso el problema del cuidado no es ni tan sencillo ni tan lineal. No nos cuidamos de un peligro, sino, a la vez, de las formas que vamos adoptando para conjurar los peligros emergentes. Cuidado del cuidado. Es la unidad de medida a tener en cuenta, el punto a detenerse ante la posibilidad de su recursividad infinita (cuidado del cuidado del cuidado, y así…). El desafío pasa por alimentar un presupuesto doblemente distinto al hobbesiano. Por un lado, porque no partimos de la idea de que los demás, en tanto desean lo mismo que nosotros, actuarían agresivamente para imponerse ni que habrían de alimentar las mismas expectativas respecto de nuestra agresividad potencial. Y, en caso de que existiera la agresión, la defensa es siempre una posibilidad situada. Por otro, porque no acreditamos en la certeza de que, imponiendo un corte a las expectativas (impregnadas también de recursividad al infinito), simplemente los riesgos se disolverían y, eventualmente, los problemas se resolverían. Por eso, para nosotros, no se justifica la obediencia en última instancia basada en la presuposición del hombre como lobo del hombre. No porque presupongamos su contrario, sino porque experimentamos la ambivalencia, el carácter problemático y la necesidad de pensar y actuar en función de la naturaleza de los problemas, en tanto nos forjemos la capacidad de leer lo que nos pasa en términos del par redundante (redundancia de la repetición como diferencia) problema/problema. Construir o dar lugar a una instancia en la que la confianza sea posible, en la que nos cuidemos del cuidado mediante un dispositivo de confianza (una red, un espacio habitable, una forma de imaginación política) es el desafío mayor. Retengamos: no la solución, sino el (problemático) desafío.

Europa reacciona como una democracia débil (si aún es posible sostener que existe una Comunidad Europea), con un Estado de gran tradición bienestarista, al tiempo que vapuleado por el ciclo neoliberal. Pero Europa no solo reacciona como una democracia débil, sino poco democráticamente. Las jerarquías se repliegan sobre sí y la cadena de autoridades se confirman a sí mismas en nombre de la emergencia: políticos, científicos, comunicadores, militares, policías. Las cuarentenas y los controles se formulan con torpeza y el conocimiento de su eficacia se desprende de la formulación misma, es decir, no lo hay. Si un problema se “resuelve” poniendo en otro plano (o en todos los otros planos) en riesgo al sujeto del problema, ¿no se corre el riesgo, como se suele decir, de tirar al bebé junto al agua sucia con el pretexto de limpiar la bañadera? Arruinar lo que, en esta vida, ya ruinosa, guarda una posibilidad de belleza, un instante de lucidez, una apuesta afectiva, no puede ser otra cosa que una empresa de ruindad. 

Nuestro presidente, pretendido socialdemócrata a la europea (como se le escuchó hace poco en un discurso en una universidad francesa), con tono amable pero firme, pidiendo disculpas por esa firmeza, es decir, cuidando que no se confundiera su énfasis con un dejo autoritario, llamó a la ciudadanía a una cuarentena a la europea. No hay por qué dudar de sus buenas intenciones ni de su capacidad, ni de su semblante, todo lo contrario. De hecho, el gesto casi afectivo en el intento de conjurar la dimensión inevitablemente autoritaria de la medida debe ser reconocido como parte de un sano teatro político. De la mayoría de los gobernadores, en cambio, no puede decirse lo mismo; y de sólo imaginar esta situación bajo un gobierno de Cambiemos…  

Pero, justamente, por tratarse de un gobierno progresista que creemos bienintencionado es aún más factible imaginar que la soberbia de la moral progresista es estructural. Un periodista de C5N dice: “El sistema político argentino está demostrando que está a la altura de las circunstancias, habrá que ver si la sociedad civil también”. No dejan de felicitarse al tiempo que insisten en tratar a la población según la idea kantiana de “minoría de edad”. Esa es la distribución que se mece en las cabezas y en los cuerpos del progresismo, es su mayor coincidencia con una sensibilidad conservadora que define el andar subjetivo de las voces mayoritarias. Un virus remueve nuestras miserias e intentamos consolarnos con una vaga idea de solidaridad. Un virus nos muestra frágiles y festejamos nuestra ciencia como baluarte de una vieja victoria ante la naturaleza. Un virus nos pone al borde del colapso y nos lanzamos miradas bonachonas cuando los gobernantes nos prometen un nuevo –¿y culposo? – Estado de bienestar. El recorrido del coronavirus se acompaña de una suerte de viralización de las instancias de poder que nos mantiene a todos con la atención puesta sobre las medidas del gobierno, los avances de la ciencia médica, la colaboración de los militares o “la solidaridad de la gente” tal como la presentan los medios de comunicación. Sin embargo, sobrevuela un estado de sospecha generalizado con sus consecuentes formas de delación (como, por ejemplo, la línea telefónica 134 para “denunciar el incumplimiento de medidas de aislamiento domiciliario…”) ¿Y el cuidado?

Quisiéramos no “trotskearla”, no criticar de raíz todo lo que se está haciendo, no pelearnos como primer reflejo, sino solo llamar a pensar en los bordes de lo que se nos propone y se viraliza como sentido común. El consenso que se nos propone (Jorge Asís, afilado e impasible para la chicana, recordó el consenso y la unidad nacional en tiempos de Malvinas), como todo consenso es doble: consenso en torno a lo que pasa y lo que hay que hacer, y consenso en torno al consenso como algo inevitablemente bueno… y así al infinito. Decimos humildemente que NO. Si hay consenso es porque hay diferencia, y esta vez, no hasta el infinito. Dejémoslo ahí: consenso y diferencia, ahí nos instalamos, hasta ahí nos movemos si no nos apresan por violar la cuarentena. Y otra cosa más: ¿ocasiones para violar la cuarentena no contempladas en el DNU? Situaciones de represión policial, de violencia de género, de acompañamiento a quienes lo necesiten, entre algunas más.   

Lucía

Aquí hay balconeadas de «quedate en casa la puta que te parió». Yo salí hace un rato. El cartonero atrincherado en la esquina, porque no puede vender sus cartones. Le «pescaba» a una señora grande las frutas del conteiner de basura. Y ella llenaba sus bolsas. Totalmente invisibles a los que pasan con sus compras… (para lo que sí se permiten salir). Charlé con ellos de guita, de comida y de remedios naturales. La señora a punto de ir al hospital por su dolor de panza… los únicos $100 que tenía no le alcanzaron para un Sertal… por suerte.

  ¡Qué formas de actuar permitirían enfrentar la impotencia frente a la soberbia del «cuidado»? Leía que alguien preguntó a la antropóloga y poeta Margaret Mead «¿cuáles son los datos del comienzo de civilización?», a lo que ella respondió: «el fémur». Es decir, cuando se encontró un fémur reparado se dedujo que ahí hubo alguien que tuvo conducta solidaria, llevó al herido para su cura. De lo contrario, como cualquier animal herido, inhabilitado a correr, se lo hubieran comido. Le llamamos «civilización» a la solidaridad, que, por otra parte, se ve a menudo entre animales, en fin, esos que también somos. Al contrario, vemos «civilización» en la «organización» de la pirámide que diferencia de acuerdo a la Ley del Más Fuerte.

Por otro lado, hay una eterna búsqueda de equilibrio en el universo, el planeta, nuestra existencia. A esto le llamo Naturaleza, es decir, una búsqueda permanente de equilibrio que nos incluye con nuestras culturas e historia, una búsqueda que no necesita de la civilización. Ya que hay una inteligencia de la existencia. Le llamo, en cambio, Civilización a la organización piramidal que necesita de la fuerza de una base que, con sudor, lágrimas, sangre, aplastamiento sostiene efectivamente la pirámide que brilla en su cúspide. Discuten los de la cúspide si dejan actuar según el libre albedrío ante un minúsculo enemigo o si se controlan los cuerpos de la pirámide según les convenga. Los del libre albedrío dicen “que mueran los que tienen que morir”, NO DICEN “moriremos los que tengamos que morir”. Los que controlan los cuerpos no pueden no dejar afuera una masa incontrolable. Ambas posturas “dejan morir” lo incontrolable.

Sin embargo, no se puede pensar desde esas posiciones cómo es el devenir de la naturaleza, de la que no pocos especialistas se arrogan su conocimiento. Los millones de años de civilización hacen a los hábitos de escisión de la civilización respecto de un todo ligado a la búsqueda de equilibrio. 

¿Quiénes percibimos que es un imposible la CUARENTENA UNIVERSAL? ¿Quiénes percibimos que si vives en la calle es imposible guardarte «en casa»? ¿Habría una posición, un tipo de existencia, búsquedas fuera de la pirámide? ¿Hay un afuera de la pirámide? ¿Cuáles son esas insistencias que desde hace millones de años vuelven sobre el ritmo de EXISTENCIA? 

¿Se puede, por conciencia o voluntad, sostener el ritmo de la Naturaleza? ¿Y eso fuera de la pirámide civilizatoria? ¿Esa desesperada actitud nuestra de argumentación es solo una voluntad libertaria? ¿O algo se mueve en algunos cuerpos buscando una tendencia cuando el conjunto siente su desbalance? En esta ocasión crítica donde el desbalance ecológico adquirió enorme visibilidad, sentimos angustia desde las diversas posturas; desde esa angustia se argumenta buscando fuertes certezas. Cuando sentimos «manipulación» manoteamos para sacarnos la certeza del otro, pero ya quedamos «contaminadas» y agudizamos la búsqueda terapéutica para deshacernos de las certezas-otras porque, aparentemente, son las que no nos dejarían actuar. O sea, las dudas nos afligen y muchos recurren a buscar en la ley normalizadora el apoyo, y como la ley emerge de las necesidades humanas, por eso se sospecha acertada. Las dudas crecen amordazadas por el disfraz de cumplimiento de la ley, negadas como tales. ¿Es tan simple como que encerrando a los humanos se limpian los canales? ¿Ergo? ¿Simplemente somos el problema de la ecuación?  Sin embargo, se lucha contra la muerte de esta humanidad roñosa y ¿se acusa al fascista de querer exterminarla?

Dice Fernando Callejón que los virus informan a las células. ¿Qué estaría diciendo el virus hoy? ¡“Pandemia”!, o sea, contagio… Entonces, el aislamiento sería la medida necesaria. Aun sin ser completamente fiel a Callejón, me ayuda a seguir pensando, uso como puedo sus conceptos. El virus viene a traer información del conflicto de la humanidad, ya no de un cuerpo. Todos sabemos cuál es el conflicto: la miseria, la represión social, el ecocidio… Entonces, el aislamiento respecto de ese conflicto (¿antes que del virus?) sería LA SOLIDARIDAD: salir inmediatamente a hacernos cargo de qué necesita cada uno, cada célula en relación a ese conflicto. Interpretar el mensaje, comprenderlo y actuar, actuar DIFERENTE a como lo estamos haciendo hasta ahora, porque el mensaje avisa que no lo estamos haciendo.

Bueno, estamos investigando cómo hacerlo, pero… ¿qué tal si se trata de “aislarse” del conflicto del que nos habla el virus, en lugar de matar al mensajero?

María

Para un diagnóstico, leo a Kiarostami: 

“Llena está

la luna

y mi soledad

duplica

esta noche”

… las mejores mentes de mi generación bajo diagnóstico de muerte. Espirales en reversa…

En el 76, el aislamiento fue agónico. La amenaza era (también) el otro. Cualquiera podía estar “marcado”. Resultaba improbable saber cuándo comenzaría la persecución sigilosa. La cacería sin tiempo. Eficiente.

Al salir a la calle, repetías la coartada mentalmente. Quién soy. Qué hago. Adónde voy. De dónde vengo. Siempre. Al volver, el aviso al retén para confirmar que estábamos sanos y salvos. (Si renuncio al balbuceo “inclusivo” es para no falsear el habla histórica).

No saber para no delatar. O que duela menos. El Estado deseaba aniquilarnos.

……………….

Vuelvo a mirar: 2020. Esquirlas de las mejores mentes de mi generación bajo diagnóstico de muerte. Nos sobra pasado.

El aislamiento que nos sobrevivió. El otre que vuelve sujeta/espejo de amenaza. Contagio. Muerte garantizade. 

Hoy, generación + 60. Les muertes que otra vez se nos parecen. 

Sin embargo, es el cielo protector (bilingüe y disidente). Y la sintomatología congelada (eficiente) de lxs que (todavía) vendrán.

Hernán

Griegos y romanos despreciaban el trabajo, cuestión de esclavos. La Modernidad lo sobrevalora e impone una ética según la cual “el tiempo es dinero”. Desde entonces rige de continuo el “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Desprecio del cuerpo mediante, como enseñara León Rozichner, el cristianismo fue decisivo para la consolidación del capitalismo.

De ahora en más, el tiempo de ocio, arrebatado al imponer horas y horas de trabajo –bajo persecución de “vagos y mal entretenidos”, incluso–, es robado también por otros aparatos de captura. Netflix y las redes sociales “son la cultura”. No hay escape, tampoco tiempo libre; menos cuando el capitalismo en fase zombie, ese que hace de la fábrica unavieja catedral de la sociedad industrial cada vez más vacía y de la escuela no más que un “hospital de día de futuros desocupados” (D. Dufour), se aferra al retorno de la esclavitud apostando a la desaparición del Estado, al emprendedor libre y la panacea del trabajo on-line 24/7. 

El encierro que propone el capitalismo, hoy en cuarentena por un virus que lo tiene a mal traer pero que lo ayuda a sacarse de encima ese material descartable que son los viejos y los pobres, es el previo y decisivo encierro que destruye al sujeto.

Si es que se tiene qué comer, el confinamiento obligado por la pandemia restituye una dimensión perdida. En una grieta abierta por el aburrimiento que sobreviene al consumo bulímico de series, a los posteos, noticias e imágenes que nada ya te dicen, reaparece el tiempo robado y aparece así una experiencia que solo los anarquistas se animaron a exaltar como es la del ocio, la única que le devuelve al tiempo su espesor y al sujeto la posibilidad de hacer preguntas del tipo: ¿hacia dónde va la sociedad?, ¿a dónde el Estado?, ¿a dónde esta masacre que llamamos civilización? El título de un film argentino advertía el límite que teníamos para hacer estas preguntas: Si trabajamos (si estamos alienados por la industria cultural, agrego), no podemos pensar.

En estos días habrá quienes puedan “sentarse a la sombra de una higuera y meditar sobre sí mismos. Porque”, como decía Félix de Azúa, “lo opuesto al trabajo no es el ocio, sino la reflexión”, esa que dé finalmente algún fruto, cambiándonos.

En la Era Feudal el señor exigía tributos; a cambo, contenía a una mayoría que aceptaba mansa casa, comida y hasta cuidado de la salud. No poca cosa. La feudalización de la sociedad posindustrial, con sus Señores que miran desde radares vigías, propone algo bien distinto: expulsa a millones y salva a unos pocos; acorde pasan los días, cada vez menos. Adiós comunidad, ya de iguales, ya de desiguales, adiós. Tiempo de crisis y sobresaltos es éste el del Covid-19: tiempo a recuperar.

Ambos, el cuis en una leyenda wichi, Prometeo en el mito griego, robaron el fuego, vital como es sabido. Va de suyo que acorde avanza el capitalismo, la pelea es por los recursos, escasos también se sabe; pero no es la única pelea en juego. Como expusiera Jonathan Craray en 24/7 El fin del sueño, una pelea decisiva es por el tiempo. Habrá que robar, a quienes nos han robado durante siglos, ese fuego que, así como anima, consume: el tiempo. 

Si el anarquismo no fue solo estrella fugaz, cuando pase el temblor una pelea a dar debería ser por las cuatro horas de laburo. Que yo sepa, ese infierno que propios y extraños llaman progreso permite que las máquinas trabajen por uno. Es un pedido imposible pues la máquina de extracción de plusvalía y sangre solo parece detenerla un virus. Por imposible, es el pedido que hay que hacer.

¡Gracias por el ocio! Que valga al menos para recuperar lo perdido, el tiempo. 


*

Ariel Pennisi: Ensayista, editor, docente (UNDAV, UNPAZ), coautor de Filosofía para perros perdidos. Variaciones sobre Max Stirner (junto a Adrián Cangi; Autonomía, en Red Editorial), autor de Papa Negra (EL) y de Globalización. Sacralización del mercado (Errepar). Coeditor de Revista Ignorantes (junto a Rubén Mira)

Lucía Scrimini: Médica (UNC), terapeuta (psicoanálisis, niñez, medicina china, magnetoterapia), investigadora del campo de la salud, es integrante del colectivo “Salud!” (forma parte del libro Mujeres colectivas, 90 Intervenciones en Red Editorial)

María Iribarren: Gestora cultural, periodista especializada en lenguajes audiovisuales y docente de cine y literatura. Coordinadora de las Tecnicaturas en producción y realización de Industrias Culturales (UNPAZ), fue redactora en Tiempo Argentino, Clarín, Veintitrés, etc. Trabajó como periodista y gestora cultural en el Ministerio de Cultura de la Nación.

Hernán Sassi: Doctor en Letras, docente (UNDAV, ISFD N° 1, Abuelas de Plaza de Mayo), autor de Cambiemos o la banalidad del bien (90 Intervenciones, en Red Editorial). Editor de la revista “En lo profundo”.


IGNORANTES es una revista de contenidos en formatos imprevistos ligada con la actualidad desde la incertidumbre y la pasión política.


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