Fisuras de la cuarentena

Episodio XXIII

I

Es evidente que las metáforas militares se han apoderado en gran medida de la descripción de las acciones vinculadas a la cuarentena. Muchos compañeros han publicado agudísimos artículos señalando la proliferación de la lengua castrense en los compromisos profesionales y técnicos que involucran a esta decisión de reclusión del “demos”, ordenada por el Estado. Se escuchan: “Hospital de campaña”, “primera línea de lucha contra el virus” y otras expresiones semejantes. Incluso el “enemigo invisible”, de honda raigambre, pues lo han empleada casi todas las autoridades mundiales. Estos deslizamientos de la lengua militar a los actos sanitarios y de protección ante el contagio, evidencian la puesta en el horizonte público de varias cuestiones. Una es el modo en que se desplegaron las acciones de control de las restricciones generales de movimiento, lo que compone un gran espectáculo social y político de generalización de confinamiento masivo. Se lanzan normas de violación personal a las excepciones que le Estado determina, hay distintas penalidades a quienes no las cumplen y en los medios de comunicación se señalan los casos de personas que invocando o no “derechos personalísimos”, se empeñan en continuar sus rutinas en espacio abiertos sin concebir que cada uno puede ser irradiador de un peligro hacia otros. Más allá de la floración de numerosas conductas individualistas esta índole, estos medios comunicativos necesitan que alguien encarne la figura odiosa del “enemigo del pueblo”, puede ser una anciana con su reposera tomando sol en Palermo o un alegre surfista que se dirige a la playa con sus tablas de navegación. Irresponsables, seguro. Pero también necesarios para la máquina de señalamientos e imputaciones.

Como el “combate contra el virus invisible” exige una sistematización de las conductas más heroicas, se han creado los paladines que emergen de la lucha. ¿Quiénes son los héroes? Esta noción es vaga, pero suscita emociones y pasmos diversos. Si hay cierta notoriedad en los héroes, esta surge de un previo anónimo mayor; si hay una divinidad en los héroes, esta surge de su condición estrictamente humana; si hay un valor extraordinario en los héroes esta surge de una cotidianeidad apática, y si hay una acción extraordinaria en los héroes esta puede surgir de un arranque súbito espontáneo e irreflexivo. Hay héroes. Toda institución los tiene pues una institución surge de ciertas prácticas pautadas en oficios y conocimientos específicos, que permiten asociar al sacrificio toda acción extra cotidiana. Pero también hay héroes porque las instituciones más problemáticas, como las instituciones policiales, destacan sus actos riesgosos en casos seleccionados para mantener la idea de “servicio público”, oscureciendo al mismo tiempo lo que se sumerge en las ilegalidades o el envilecimiento de buena parte de sus comportamientos. Ahora vemos que la policía se declara, o la declaran un sector de donde emanan los héroes de este momento. 

La reciente publicidad de la Policía de la Ciudad sobre el tipo de heroicidad de la que estamos hablando parte de la imagen de “los héroes de siempre”. El célebre héroe cotidiano, que brota de la vida misma, de la profesión misma, de la indumentaria misma. La primera escena de esta publicidad institucional en la ciudad vacía es un policía que se ata los cordones de sus borceguíes. En el primer cuadro queda claro el símbolo que se desea suavizar. El empleo de la patada de distanciamiento con zapatos reforzados debe ser parte de los nuevos entrenamientos que, como se ha visto, pueden tener resultados letales. Los personajes policiales que se ven en la película van de la amabilidad en el trato “con nuestros ancianos”, hasta escenas de salvataje en casos de urgencia. Esto no puede negarse que ocurra, pero lo que se presta a una objeción terminante es el tono meloso de la publicidad, la aureola sentimental que rodea a los uniformados, en medio de un esquema de persuasión que llega hasta el desafío de intentar una mudanza en la lengua popular, que en todo tiempo y lugar ha señalado a la policía con claves de ironía y desconfianza. Se pretende ahora que expresiones como cana o gorra se dejen de lado. Hubo antes propagandas institucionales de la Policía Federal llamando a la inscripción de cadetes, con escenas benévolas o arriesgadas, como ellos mismos dicen, “al servicio de la comunidad”. Ahora todos estos eufemismos han sido superados, cuando estamos ante un film de autobombo profesional “post-Chocobar”. 

Se trata, entonces, de mostrar un mundo idílico donde no hay patadas mortales en el pecho de una persona indefensa o tratos arbitrarios permanentes a los jóvenes que con toda razón les dicen “tira” a estos “héroes de siempre”. La vestimenta que se diseñó para la policía de la Capital se inspira en la figura del gimnasta con pulovercito o beisbolista con gorrito para el sol, lejos del viejo uniforme prusiano de la “Federal”. Pero sobre su adiestramiento, su ideología, su tecnología, esta publicidad de “héroes cotidianos”, indica que estamos ante una superficie de imágenes endulzadas que se sostienen por detrás con una cada vez más diestra instrucción para emplear tecnologías de administración masiva de modelamiento de conductas individuales, de acciones colectivas en la polis e incluso de disciplinamiento del lenguaje. Esto último en relación a cómo hay que denominar a las policías en la ingeniosa y movilizada lengua popular.  

¿Pero si el heroísmo fuera una oculta noción de sacrificio que se suelta espontáneamente de un reaseguro que toda conciencia tiene sin saber que abre paso a otra cosa? ¿Y si fuera una suma de actos profesionales de apariencia insípida o rutinaria que nunca dejaron de tener un oculto respaldo de una emoción contenida y alguna vez se rememoran? ¿Y si entonces solo se fuera héroe al final de una trayectoria de vida que permite un balance en callada voz, sin estridencia, con una conclusión confidencial, fue un héroe?  ¿Y si, además, las profesiones clásicas, el médico, el enfermero, el camillero, envueltos como todos en indiferentes rituales, en un momento inesperado sintieran el llamado del carisma olvidado que los hace salir al ruedo para amparar una vida más allá de los formulismos y como quién dice, se tira al río para salvar al ahogado sin calcular consecuencias? El héroe es un trazo sigiloso de nuestra conciencia, no puede ser la vocinglería de un discurso inflamado que vacía símbolos para dejarnos indiferentes, y entronizar al estado policial y de control como gema final del heroísmo burocrático. El héroe en verdad es lo contrario, es una vacancia que siempre se halla en un rincón de la vida y de repente, no sabemos cómo, las pequeñas criaturas lo asumen o asumen ellas mismas esa condición. Y ahí puede serlo cualquiera, vestido de la forma que sea, con los distintivos de una profesión o el asombro de que fue héroe porque surgió de la nada y volvió a la nada,

II

Esta adjudicación heroica a las fuerzas policiales se realiza al margen de toda verosimilitud, y la necesaria prudencia es parte de ese verosímil. A la luz de otras elaboraciones simbólicas gubernamentales, como la publicidad de YPF, que propone la lucha contra el virus desde el punto de vista patriótico –desde la mención a Manuel Belgrano o a Juana Azurduy–, se produce un enorme e inconveniente salto de nivel o confusión entre franjas de la realidad. Llamamos “franja de la realidad” a cada sector ontológico definido por un lenguaje singular que recorta su significado específico en una porción práctica de la vida, y a la vez esta le otorga existencia al propio lenguaje significante. La biología, la infectología, la religión, la política, la guerra, los asuntos policiales, la navegación, la arquitectura, tienen sus expresiones lingüísticas articuladas, que les son propias. En el ámbito de la náutica decir navegación no es una metáfora, pero sí lo es en el campo de la informática. En el campo de la biología decir microbios no es una metáfora, mientras lo es en el campo de la lucha política, en el campo de la biología decir virus no es una metáfora, pero sí lo es en el campo de la informática, que es la franja de las realidades prácticas menos dotada de lenguaje propio y más expropiadora de las lenguas ya elaboradas o cristalizadas. En el campo de la guerra, decir “enemigo invisible” no es una metáfora, sí lo es en el campo de la historia y los sentidos de la vida social.

¿Es esto lo que se nos quiere decir? Que cuando se habla de cuidado –en el sentido de la formación de una comunidad, aleatoria pero preparada siempre para reaccionar con reciprocidad política y amorosa hacia un desconocido, y donde siempre se presupone en primer término que el desconocido no es hostil–, no se puede al mismo tiempo descuidar tanto el modo en que el lenguaje pasa de una esfera a otra. En este caso, del idioma de la guerra al idioma de la preservación de la vida social y de la sociedad como vita activa. Sabemos que el movimiento de la lengua exige extraer recursos de todos los planos de la existencia viva del habla. 

Por eso, no es de ahora que muchos términos de la guerra pasen a la política –como conducción, despliegue táctico, infiltrados, estrategia de saturación, frente, batalla cultural, derrota, etc.–, que términos de la biología pasen a la política –anticuerpos, células–, que términos de la guerra pasen a la biología –enemigo invisible, ataque bacteriológico–, y esto es así porque no hay una colección homogénea de enunciados que no busque revitalizarse permanentemente con términos exportados de otros órdenes conceptuales. Incluso el mismo vocablo “exportar”, usual en el comercio exterior, es tomado por el lenguaje informático –el más desprovisto de lengua singular y propia–, que se nutre precisamente de términos de la arquitectura –arquitectura informática–, de la náutica –navegación– o de la carpintería o ingeniería –herramientas. Y de las manualidades escolares –cortar y pegar. 

Sin esas transfusiones permanentes no se podrían hablar. De ahí el papel contradictorio de las metáforas, que no lo son en un ámbito y lo son en otro. El referido concepto de “enemigo invisible” puede no ser una metáfora en la guerra, pero lo es en el lenguaje de la biología. Entonces, lo que es necesario en el pensamiento, que un saber penetre a otro y lo haga temblar, se convierte en un conjunto de frases oprimentes.

III

Pero si, por un lado, pensar consiste precisamente en producir esas transferencias como un necesario juego de lenguaje, este acto tiene un reverso muy desaconsejable cuando estamos ante una situación nueva y riesgosa donde en nombre de un bien superior –el cuidado de la vida–, se asumen medidas explicadas con vocabularios que ingresan en prácticas reales de control de la vida, con fuerte participación de fuerzas policiales que actúan con protocolos que se evaden, numerosas veces, del concepto de cuidado. Pues todo conduce a la incriminación del réprobo de la comunidad –el que no cumple con ceremoniales y que queda eximido del amor comunitario prestablecido–, todo lo cual deja el sentimiento preocupante de que se ha montado un emplazamiento que fija a las personas a una gestión central automatizada que computa todos sus movimientos. Con el riesgo adicional de que esto escape a la atención de las propias autoridades políticas, si es que no se sintieran, también éstas, atraídas por la ultra información, demográfica, infectológica y de movimientos íntimos, que se obtiene por el celular de vigilancia que todos portamos en nuestros bolsillos. 

Como la situación de gravedad encarnada por el virus adquiere dimensiones poco conocidas e involucran arduos debates sobre la disposición histórica del capitalismo, que desplazó la antigua plusvalía del tiempo de trabajo material con la del trabajo inmaterial de las imágenes, símbolos y finanzas, tiemblan también los viejos cimientos de la filosofía occidental en cuanto a la naturaleza, la vida animal y el concepto de hombre productivo y sujeto trágico de la historia. Estas nuevas plusvalías nos coaccionan permanentemente, desde el dibujito humanizado de coronavirus que en la televisión parece un muñequito rechoncho con antenas de un marciano cordial que nos visita anualmente, hasta la formulación de la realidad de un desastre en la escala de lo histórico universal. De ahí surge un modo de la relación de los planos que exceden el que describimos tan sumariamente como lo inherente al propio lenguaje. Y al excederse obtenemos la inconsecuente vinculación de la situación del contagio de la enfermedad con una lucha comunitaria de índole patriótica. Esto lleva a la forja del héroe policial. Siendo así, esto se hace profundamente inconveniente para el propio planteo de la cuarentena.

Pero no es solo esa fisura de la cuarentena. A estas soluciones rápidas y publicitarias, en su mayoría improvisadas al compás de los programas de la televisión central que viven de encapsular y replicar hechos dramáticos y agitar sentimientos de pánico y de reclamar la implantación de heroísmos surgidos de leyendas ya establecidas (se habla con inusual frecuencia de la unidad nacional, de la comunidad organizada, con verdadera despreocupación conceptual), debemos agregarle otra cuestión difícil de tratar y que sigue siendo planteada de diversas formas. Se trata del sistema de “preferencias” que expresa el Presidente de la Nación, y que es su recurso principal para ejercer una pedagogía verosímil. En su último discurso alargando el aislamiento dijo que prefiere una fábrica en cuarentena que una fábrica con enfermos. Es una variante de la preferencia de la salud sobre la economía. Más allá de la significación ambigua de ambos campos de interés, el sanitario y el económico, esto introduce un problema –pues se debió aclarar especialmente–, que no significaba una disyuntiva tajante o una opción obligatoria. Más bien será una “falsa opción”. No obstante, si la idea de preferencia fuera tomada con más convicción y contundencia, habría que aprovechar la “preferencia por la vida” sin dejar, en efecto, descubierto el flanco de la economía, (ya ven, una metáfora casi de guerra), pero para eso se trata de saber y de responder en torno a cuál economía. Debe ser una que se ofrezca como alternativa real, humana e imaginativa al capitalismo sans phrase, como se solía decir antes, cuando se deseaba convertir en elegante una afirmación. Quiere decir, afirmar algo sin adornos, agregados o ulterioridades. Tal como es el capitalismo en su significación última, sin aderezos, un invento que exuda sangre y lodo por sus poros.

Si la preferencia queda a merced de los vientos huracanados que recorren el planeta, transportando ideas mancilladas, proyectos mustios, arrasamiento de la naturaleza, trastocamiento de la vida animal, tecnologías que nunca son neutrales aunque así se presentan, corre el riesgo de que no logre anclar la cuarentena en el corazón de una justificación plenamente operante en el conjunto social, porque se reconoce su peligro para la vida al mismo tiempo que se procede a enunciar las interpretaciones políticas que homogeneizan la sociedad con tientos “securitistas”. Además de obligarse a usar metáforas inadecuadas. Suponemos así que lo más importante es redefinir otro tipo de razón económica no capitalista, que se equipare a la vida que se desea poner al frente de la decisión política. De lo contrario, se mantendrán otras fisuras, que aprovecharán los recientes firmantes de una carta amenazadora –Vargas Llosa al comando de las sombras raídas del neoliberalismo activo– contra lo que llaman Ogro filantrópico. Esta fue una desafortunada frase de Octavio Paz, mentor espiritual de estos aventurerismos avanzados para la defensa “liberal” del corroído capitalismo, invitando a hacer un nuevo cálculo sobe las vidas. Sin la perturbación que ahora introduce el Ogro Estatal.

Este debate aconseja también tener cuidados. Ellos dicen que, en vez de limitar la producción y circulación tradicional para salvar vidas, hay que conquistar nuevos terrenos de elaboración política para que el cálculo que hacen las corporaciones sobre las vidas –que se abran los tráficos del capital en todas sus variantes, aunque la cuenta de muertes crezca inexorablemente–, puede ser la resignada tabla de salvación a la que se abandone una parte de la población empobrecida. Que además de la falta de opciones laborales sufre la expansión de las nuevas formas de vigilancia. De las que he leído, no hubo hasta ahora una buena respuesta a la carta de Vargas Llosa y sus coreutas de siempre, esos ex presientes que desean romper la cuarentena para adjudicarle las víctimas consiguientes al gobierno y gozar del aplauso poco caritativo de los señores Rocca y compañía, que volverían a gobernar a los gobiernos, con sus fábricas rodeadas de cadáveres, humeando de satisfacción por haber derrotado al pobre Ogro, que no pudo convencerlos con sus meras preferencias por la vida. 

Como vimos, la preferencia por la vida como consigna magna que busca entroncar con otras opciones de la economía política, debe cuidar que en el aislamiento no se produzcan fisuras, ni de clasificación, simbolización o categorización, ni de innecesarios saltos de nivel en la búsqueda de motivos de entusiasmo colectivo y mucho menos erigir héroes en los ámbitos equivocados. Para que los que reniegan del referido Ogro, pero focalizan su ataque en las acciones públicas que tienen un fondo adecuado, no encuentren como aliados a los que intuyen estados de vigilancia basados en el aprendizaje de estas nuevas fórmulas coactivas, y con razón se ven lesionados por la promoción de heroísmos perturbadores e innecesarios. Pues el sacrificio real, sin duda, está en otras partes.

* Ensayista, Doctor en Sociología, fue director de la Biblioteca Nacional y docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Autor de numerosas obras, como La ética picaresca, Restos pampeanos, La crisálida, Perón. Reflejos de una vida, Filosofía de la conspiración, entre otras.

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