Messi no tiene dueño

Messi no tiene dueño

Ariel Pennisi*

 

 

Desde agosto de 2021 Lionel Messi fichó en el París Saint Germain. El PSG un club cuyo equipo juega en la primera liga del fútbol francés, que fue fundado en 1970 y comprado en su totalidad, entre 2011 y 2012 por el grupo Quatar Investment Authority, el Fondo Soberano de Inversión de Catar, que basa sus gigantescas ganancias en la explotación de petróleo y gas licuado. Ubicado al norte de Arabia Saudita, Catar es el país península bañado por las aguas del Golfo Pérsico (que en 1990 había sido bañado por la artillería estadounidense más aliados en guerra homónima) donde tendrá lugar el mundial en noviembre de este año. Catar pasó de ser un pobre protectorado británico a un país soberano en 1970 bajo régimen monárquico, por fuera de los Emiratos Unidos, con una importante expansión financiera e inmobiliaria a nivel mundial. ¿Una monarquía-empresa? La democracia supone para las grandes empresas un escollo: derechos laborales, regulaciones, responsabilidad ambiental, entre otras prerrogativas de interés público, son cuestiones que los grandes empresarios y los políticos que trabajan para ellos pretenden eludir, maquillar o directamente atacar. La lógica del capital busca la mayor acumulación posible en el menor plazo realizable, en lo posible, sin regulaciones. Pero en este caso, se conjugan de manera singular el soberano y el capital, son uno solo.

La ciudad capital, Doha, cambió su fisonomía en la última década gracias a inversiones billonarias; a su vez, la designación de Catar como sede del mundial movilizó más de doscientos mil millones de dólares en construcción de estadios y reformas de todo tipo. Hay quienes se preguntan si se trata de una ciudad vuelta “no lugar”, que encapsuló la memoria y la cultura en un museo, donde la asepsia borra las marcas corporales, en definitiva, la posibilidad de una vitalidad. ¿El mundial funciona para la monarquía-empresa como parte de su expansión, como un grado más en su apertura y alianza con occidente o se trata de un caso de sport-washing? En cualquier caso, parece un mundo de dueños, que decide desde y para los de arriba. Tal vez, el surgimiento en 1996, en el seno de Catar, de la cadena internacional de medios Al Jazeera –la cadena árabe más grande en el mundo– constituyó una herramienta de vinculación con bases sociales movilizadas, hasta entonces lejanas (por caso, la Primavera Árabe). Al mismo tiempo, Al Jazeera se mostró un eficaz factor de presión cuando Arabia Saudita, junto a los países socios en el bloqueo a Catar en 2017 exigió el cierre de la cadena.      

 

 

¿Puede esta apresurada introducción aportar un elemento de análisis a la explicitación del malestar, por parte de los hinchas del PSG, en desmedro de Messi? Puede resultar algo exagerado, como el mismísimo fútbol, pero la resonancia existe siempre que se evite una mirada lineal. El PSG, un club de corta historia en comparación a la mayoría de los clubes deportivos centrados en el fútbol más importantes del mundo, fue reinventado por el dinero, por la lógica de unos inversionistas que se inscriben en la historia reciente de Catar. La operación, a su vez, forma parte de una modalidad que se va imponiendo en el fútbol al más alto nivel y que no deja de resultar algo violenta: la creación de equipos de figuras a base de negocios multimillonarios. Procesos difíciles de habitar, como las ciudades “limpias”, casi transparentes levantadas en meses para su consumo de alta gama. ¿Qué mueve a los hinchas del PSG? ¿Qué alientan o vivan? No parece tratarse de la pasión bastante inexplicable que nos atraviesa y hasta nos suele poseer cuando presenciamos un partido de nuestro equipo, muchas veces llamada “irracional” o incluso catártica, pero, en cualquier caso, arraigada en el cuerpo. En el caso de los franceses que huelen a petróleo de Catar, hay una racionalidad que no se ensucia con la posibilidad de la derrota, que no asimila bien los estados de ánimo cambiantes de un equipo ni se dispone a lo que pueda brotar aun de la irregularidad de dos magos argentinos que cuenta entre sus filas.

Los amargos hinchas del PSG se quejan del rendimiento de Messi, no gritan sus goles y llegaron incluso a silbarlo. No le perdonan su preferencia por la Selección Argentina, su insolencia ante los dueños del club. ¡Qué incapaces de dejarse afectar por lo que ofrece Messi, incluso el gran momento de Di María! Una hinchada que se subjetiva como dueña y reacciona reactivamente cuando Messi les muestra que no les pertenece. El fútbol, incluso ahí donde pululan las inversiones bien lejos del potrero, incluso cuando un club no es un club, una hinchada no es una hinchada y el dinero viene de un país que se parece más a un parque temático que a una nación, siempre alberga un margen para el desequilibrio, siempre regala un gesto, aunque sea gracias al lastre de la historia del juego como don, antes que competencia. O esos instantes en que la competencia aparece como estructura que permite jugar y no al revés. 

Tras el último partido competitivo de la Selección Argentina antes del mundial, consolidada con una gran victoria como candidata, con Messi y Di María desplegando en pleno su gracia, crece nuestra alegría “irracional” y una convicción: ¡Qué feo ser hincha del PSG! El fútbol desde el punto de vista de los dueños no acepta los avatares de las vidas de sus deportistas y castiga a jugadores que considera antes empleados. No es que en nuestro país no hayamos sido ingratos con el mejor del mundo consagrando el dicho “nadie es profeta en su tierra”, no es que las hinchadas no sean caricaturas masculinas prepotentes y algo veletas, pero el régimen de esos desencuentros y de esas reversas es del orden del ritual que permite emerger y sostener un sentido vital. ¡Quién dijo que Dioniso nos lleva siempre por el mejor camino! En cambio, los hinchas amargos del PSG, que es una marca antes que un club, dejan ver la saturación del sentido por la propiedad hasta en la fibra más íntima de la pasión, ahí donde no queda casi nada, ciudad impostada en el desierto, imposibilidad de recibir el don de Messi.

 

***

 

* Ensayista, editor, docente. Enseña e investiga en la Universidad Nacional de José C. Paz y la Universidad Nacional de las Artes. Es autor de La globalización. Sacralización del mercado (2001), Papa negra (2011) y Co-autor de El anarca (filosofía y política en Max Stirner), Filosofía para perros perdidos. Variaciones sobre Max Stirner (junto a Adrián Cangi, 2018, 2021), de Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogías, guerra, izquierdas (con Federico Mare, María Belén Rodríguez y Ariel Petruccelli, 2022) y compilador y autor de Linchamientos. La policía que llevamos dentro (junto a Adrián Cangi, 2015). Codirige Red Editorial y Revista Ignorantes junto a Rubén Mira. Conduce y coproduce el programa “Pensando la cosa” en Canal Abierto. Integra el Instituto de Estudios y Formación de la CTA A y el Grupo de Estudio de Problemas Sociológicos y Filosóficos en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA).   

*Ilustración: Micäel

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp