Política terapéutica. La disputa anímica del presente

Episodio XCII

 Emiliano Exposto*

 

 

“Sueño con una terapia marxista que pueda abordar las heridas psíquicas de la sociedad de clases”,

Mark Fisher.

 

1.

León Rozitchner lee en Freud la «crítica más dramática e irrefutable del individualismo burgués». En su libro Freud y los límites del individualismo burgués, sostiene que el problema freudiano no es solo la «cura individual», sino la “cura social y colectiva». Sin embargo, aclara que su libro sobre Freud “está dedicado a los militantes de izquierda, no a los psicoanalistas, o a los psicoanalistas en tanto militantes”. El archivo freudiano no se reduce a la práctica convencional de la clínica como actividad profesional. Al contrario, es importante en la medida en que permite plantearle a “la izquierda militante un punto ciego que Freud ilumina para la política”. Se trata del terreno de los deseos y pasiones, de las sensibilidades y afectos como vectores de antagonismos. La disputa anímica por la “cura colectiva” está determinada por la lucha de clases. El problema, no obstante, es redefinir por dónde pasa la lucha de clases aquí y ahora.
La crisis en la imaginación de futuros emancipatorios se encarna en nuestra vida anímica como crisis subjetivas desiguales, en ansiedades y angustias. Nuestras dolencias son gestionadas por los progresismos, violentadas por los fascismos o mercantilizadas por las industrias farmacéuticas. Los movimientos sociales intentan politizar las emociones amplificando nuestras autonomías y desobediencias. Las luchas feministas y disidentes o las revueltas populares pueden tener una eficacia terapéutica.
¿Podemos sanar nuestras vidas precarizadas a la vez que transformamos el mundo? No hay fórmulas universales ni imperativos morales, solo un campo de posibles ambiguos. En los discursos actuales, la salud mental oscila entre la omnipresencia banal, la impotencia política y la politización activista desde abajo. El artefacto llamado política terapéutica tal vez refiera a una estrategia para mapear posibilidades de “cura popular” en el presente. Una soberanía sanitaria. Una agenda en la disputa anímica.
¿Cómo activar una huelga psíquica para reapropiarnos de las condiciones materiales, imaginarias y simbólicas que constituyen nuestra vida anímica? Una política terapéutica podría ser una práctica a la escucha del saber de los cuerpos precarios. Una lectura interna al movimiento insurgente de lo real. Un contacto con la disputa anímica en curso, donde la justicia psicosocial puede hacer de la dignidad colectiva un antídoto para el dolor. El desafío es introducir una “función clínico-política” en los lugares de trabajo, en las organizaciones, en los barrios, en la virtualidad, en las instituciones. Desprivatizar el ajuste anímico construyendo comunidades terapéuticas de base para hacer algo con lo que nos pasa. Colectivizar deseos, amarguras, incertezas y miedos.
Hoy la fuerza del fascismo se nutre de explotar nuestras tristezas. Es una reacción violenta ante las potencias ambivalentes de los sentimientos inadecuados de los cuerpos en lucha. La “cura” es inseparable de la transformación del sistema productor de muertes y enfermedad. No hay “cura” sin reapropiarnos de las condiciones de la existencia, sin una ofensiva anímica donde la subjetivación antagonista se ejerza en territorios reales. El laboratorio del futuro se está gestando en todas aquellas experiencias ambiguas donde la politización de las tristezas y anhelos logra combinarse con una reorganización de los placeres, alegrías y fragilidades. ¿En la revolución molecular del presente germinan los comunismos realmente existentes?

2.

La tarea de la teoría crítica no consiste en explicar las determinaciones económicas de los sujetos, sino en verificar el modo en que las luchas sociales existen anudadas en cada cuerpo. El carácter clínico del pensamiento estriba en detectar posibilidades contradictorias inscriptas en el presente. En la actualidad las revuelas populares son expresión del inconsciente social, señalan una irrupción del deseo en el orden opresivo. Tienen la potencia de realizar posibilidades. La terapia política consiste es escuchar estas posibilidades de cambio social, mapeando potencias destituyentes, constituyentes e instituyentes en las experiencias. Reside en detectar efectividades reales en las luchas concretas, y no meras posibilidades puras del pensamiento abstracto.
En términos de León Rozitchner, la eficacia política de una acción verdadera supone el transito del deseo revolucionario insatisfecho hacia la transformación de la sociedad y del sujeto. Este tránsito subjetivo involucra un complejo trabajo sobre nosotros mismos. La distancia entre la opacidad del deseo de cambio insatisfecho y la realidad colectiva a transformar, produce malestar. La identidad entre trabajo y vida provoca angustia emocional o ansiedad competitiva. No siempre podemos politizar nuestras heridas psíquicas y modificar los placeres. Debemos estar alertas para no hacer de la politización un imperativo moral. Porque hay ocasiones en que simplemente se pacta; hacemos una transacción ambivalente, inconfesada. La propia experiencia no siempre llega a ser un terreno de intervención y sabotaje contra la normalidad. Pero en momentos de crisis, cuando todo parece implosionar, tal vez sea posible construir una terapia política para abordar los malestares de las vidas precarizadas. Una política terapéutica para enfrentar los obstáculos reales que inhiben el deseo emancipatorio.
Cuando la misma cooperación social deviene la materia del conflicto, la estrategia política puede admitir un registro clínico o terapéutico de “cura social”. No se pretende psicologizar los problemas sociales y los desafíos políticos, sino hacer pasar la política por la experiencia viva de los cuerpos, con sus ambigüedades y opacidades. Una terapia marxista, en esta línea, presupone asumir que toda eficacia se dirime en lo real de un enfrentamiento: el choque del deseo revolucionario con sus obstáculos concretos. En este antagonismo, el deseo puede subsumirse a la reproducción del capital; o al contrario, puede producir una subversión permanente de las relaciones sociales, ambientales y subjetivas. La sensibilidad clínica del pensamiento, la capacidad terapéutica de la política, no se dirime en las condiciones formales de posibilidad del pensamiento, sino en las condiciones materiales de realización de una política eficaz.
La investigación militante y la política radical redefinen la cuestión clínica, al plantearla como el tránsito del deseo revolucionario hacia la transformación del orden colectivo. Nuestras angustias, depresiones, cansancios o ansiedades indican una señal de inadecuación contra la subjetividad dominante. La política terapéutica asume el punto de vista de los malestares, la perspectiva de los cuerpos en lucha. En el enfrentamiento entre el deseo revolucionario insatisfecho y la realidad, el criterio de verificación más dramático está en la lucha de clases. En el conflicto social, la derrota y el fracaso pueden equivaler a la muerte y el terror. El antagonismo entre el deseo revolucionario y los obstáculos reales de las correlaciones de fuerzas prolonga la distancia entre nuestros dolores y la transformación social. La elaboración de esa distancia supone que el transito sea construido colectivamente. El enfrentamiento en la dimensión afectiva se juega en la capacidad de rediseñar modos de vida, fantasías y disfrutes.

 

3.

La producción de conocimiento crítico es inseparable de la producción clínica de subjetividad y de la producción política de acción emancipatoria. El proceso de construcción de saber antagonista no se puede escindir del proceso clínico de subjetivación insurrecta y de elaboración de un contrapoder colectivo. La invención de nuevos dispositivos para nuestros cuerpos, vulnerabilidades e interdependencias, tiene que pasar por nuestros deseos, ambigüedades y malestares. En otros términos, no hay biopolítica democrática sin la construcción de una psicopolítica popular y desde abajo.
¿Cómo puede la izquierda radical marxista aprender de las experiencias disidentes, locas y feministas de politización de los dolores y disfrutes? Requerimos coordinar una agenda micropolítica para desprogramar el realismo capacitista, manicomial, sexista, antiplebeyo y patologizante del capitalismo decadente. ¿Cómo construir una relación no neoliberal con la vida y un vínculo no fascista con la muerte? Si el colapso ecológico nos plantea los desafíos señalados por el ecomarxismo, nuestros colapsos psicosociales deben dejar de ser banalizados y jerarquizados, como es el caso de la moralización progresista del padecimiento y de la sospecha impotentizante de la izquierda clásica.
La conquista de un psicomarxismo podría hacer de los espacios de militancia una plataforma de sanación individual elaborada en adyacencia a una experiencia colectiva de lucha y organización. Un sindicalismo de la vida anímica tal vez sea una estrategia ambigua de politización de las heridas psíquicas de unas vidas proletarias cada vez más dañadas por el trabajo precario, la incertidumbre y la violencia. La reconstrucción estratégica de la izquierda radical tal vez requiera ser acompañada por una terapia marxista. Una práctica micropolítica desperdigada un poco por todos lados para sanar nuestras vidas rotas, encontrando en la “cura individual y colectiva” la potencia de activar otras fuerzas. En el seno de las prácticas militantes, la clínica puede presentarse como política terapéutica, y la terapia política como un cierto analizador de masas.

 

4.

Hoy en día lo terapéutico es un aspecto de la disputa general contra la normalización capitalista. El colectivo Espai en Blanc llama poder terapéutico al gobierno capitalista de nuestras emociones. El psicopoder utiliza diversos dispositivos como autoayuda, coaching, psicologías oficiales, medicina alternativa, psiquiatrías dominantes, psicoanálisis convencional, sobremedicación, etc. Toda la subjetividad es puesta a trabajar. El capitalismo explota nuestras emociones, síntomas y goces, confiscando incluso una suerte de “plusvalía psíquica” de nuestras frustraciones, deseos y pánicos.
Mark Fisher resuena con los activismos feministas y disidentes al proponer la formula “politizar el malestar”, como estrategia para rechazar la privatización del padecimiento y la patologización de las vidas. La violencia terapéutica del capitalismo es contestada por ciertos movimientos sociales, los cuales proponen dispositivos alternativos para hacerse cargo del padecimiento al generar experiencias comunes de alegría, solidaridad y acompañamiento. Estas luchas permiten crear otros modos de vivir, imaginar y pensar, impugnando el capacitismo de la política convencional y el felicismo neoliberal. Diego Sztulwark sugiere una política del síntoma, mediante la cual afirmarnos en los malestares y deseos que encarnan una inadecuación contra el poder.
La desobediencia terapéutica es una práctica presente aquí y ahora en ciertos movimientos sociales y activismos. En estas vivencias de contraviolencia resulta imposible escindir entre clínica individual y política colectiva. Al interrumpir el extractivismo psíquico, impugnan los mandatos capacitistas, cuerdistas o sexistas. Es urgente hacer pasar la experiencia militante por unas prácticas que puedan abordar el padecimiento subjetivo como premisa para reorganizar nuestras pasiones colectivas y reimaginar las revoluciones sociales. La banalización izquierdista de nuestras emociones es la otra cara de la moralización progresista del sufrimiento psíquico.
La desobediencia terapéutica busca ser una práctica propiamente despatologizante. Una terapia política que pueda abordar las heridas psíquicas de la sociedad de clases desborda la clínica convencional como actividad profesional. Excede la práctica institucional de la política y rebalsa la reducción académica de la teoría crítica. Al problematizar los vectores económicos, sociales y colectivos de nuestros ánimos, hace de la salud mental un problema político en los trabajos, movimientos y organizaciones.
La pregunta por la «eficacia terapéutica» de una política nacida de los cuerpos y experiencias concretas, parte de asumir que cada sujeto es el índice de elaboración de unas verdades históricas. El sentido emocional de la catástrofe en curso se vivencia en nuestros colapsos psíquicos. Existen activismos para los cuales la política se puede entender como una experiencia terapéutica dedicada a elaborar una distancia que separa lo vivido de lo pensado, el cuerpo de la representación, al sujeto del mundo a transformar. El dolor de los otros viene a operar como motor del propio deseo emancipatorio. La eficacia no se dirime solo en el plano de la acumulación de fuerzas, leyes y masas. Depende de la capacidad cualitativa de movilizar afectos, de activar fuerzas diferentes a los modelos de la normalidad. Esto pone en juego todos los sentidos a la hora de hacer política y construir poder popular. Hablamos de la virtud de prologarse en los otros expandiendo la propia potencia. Porque la potencia colectiva emerge en la reconstitución de los saberes y poderes del cuerpo en la cooperación.

 

5.

Requerimos un nuevo concepto de lo político, una nueva experiencia de la política, cuyas imágenes de cambio social, métodos de organización y enunciados sean capaces de gestarse a partir de las vivencias de los cuerpos, pasando por nuestros malestares y disfrutes. Crear nuevas cualidades subjetivas, constituir fuerzas de signo antagonista a las figuras del orden. Las imágenes de cambio social deben verificarse en nuestros modos de vida, redefinirse a la luz de la configuración de las nuevas luchas y dificultades de movilización. Si existe la posibilidad de conquistar un nuevo concepto de eficacia política, quizás reside en una experiencia ambivalente de “cura”. Esta permitiría captar el carácter terapéutico de satisfacción del deseo emancipatorio. Habilitaría una clínica de la transición permanente, nunca un salto en el vacio. Una práctica de subjetivación en el conflicto entre el deseo y los obstáculos del orden.
El realismo político queda hoy contenido en los límites de lo posible y en lo meramente probable del consenso democrático, incapaz de vetar el ascenso de los fascistas. Un realismo político revolucionario precisa reimaginar que llamamos trabajo, economía, lucha de clases, enfrentamiento y conflicto. ¿Por dónde pasa el antagonismo? ¿Qué significa vencer? ¿Cómo construir poder popular destituyente, constituyente e instituyente? ¿Quiénes son hoy los comunistas? ¿En qué prácticas y modos de vida se están creando elementos prácticos de comunismos aquí y ahora?
La eficacia de una alternativa política al dogmatismo, el progresismo y el realismo capitalista, también se debate en el cambio del modo de percibir, escuchar y hablar, en el enlace concreto de los cuerpos aliados y en lucha, en los deseos de otra política.
El trabajo precario es una fuente generadora de dolencias psíquicas. Se trata de síntomas políticos encarnados. A su vez empleamos estrategias defensivas de negación del malestar afectivo ante las situaciones de riesgo, desgaste mental y estrés laboral.
Si la desigualdad, el ajuste y el endeudamiento son factores estructurales del capitalismo que agravan nuestras heridas, entonces la disputa por la salud mental es un campo estratégico en la lucha anticapitalista. Necesitamos activar una política clasista, feminista y democrática en el terreno de la salud integral obrera y popular. Una política terapéutica construida desde un punto de vista popular o interseccional. Una terapia política que parta de reivindicar el no saber al tiempo que se lucha por el poder.
Atravesamos tiempos de catástrofe, donde colapsan las premisas que organizaban nuestra vida en común. Nuestras experiencias en primera persona de ansiedad, depresión o cansancio son premisas políticas ambivalentes. Urge una política a la escucha y en contacto con estas vivencias. Una lectura interna de las posibilidades opacas dinamizadas por ciertas prácticas, luchas y vidas en la crisis. El trauma, en la línea de Ann Cvetkovich, puede ser un campo ambiguo y doloroso de invención social.

 

6.

Si la política fuera realmente eficaz curaría en lo colectivo la vida psíquica precarizada por el trabajo capitalista, el endeudamiento y el ajuste. Destruiría los obstáculos reales que impiden la canalización del deseo emancipatorio en la realidad. Invalidaría las salidas individuales como soluciones privadas y solitarias ante el drama colectivo.
Para Rozitchner, el «descubrimiento más fecundo» de Freud es «la lucha de clases incluida en la subjetividad del hombre como núcleo de su existencia más individual, y que, por la forma que le impuso el individualismo burgués, ignora de sí mismo». Una nueva lucha de clases ampliada atraviesa nuestras mentes y cuerpos. Las prácticas de subjetivación son antagónicas, ya que enfrentan los automatismos de la vida capitalista y las experiencias autónomas. Los antagonismos sexuales, raciales y clasistas constituyen nuestras pasiones y creencias. Resonando con ciertos movimientos, Amador Fernández Savater plantea el desafío de reimaginar las revoluciones. Esto necesita una mediación: la “cura” individual» requiere la “cura colectiva» (y viceversa).
La eficacia política no se dirime solo a nivel de la conciencia. La lucha de clases tiene eficacia subjetiva: modifica las formas de pensar, sentir, actuar y padecer. Hay cuerpos que resisten la vigilancia psíquica del capitalismo, combatiendo el control de las mentes y la criminalización de las anomalías al engendrar situaciones de insumisión.
La politización de las emociones no es una cuestión automática y sencilla. Supone un doloroso trabajo de sí, una labor colectiva sobre heridas y placeres. Hoy los feminismos y las disidencias mentales, sexuales y corporales, al interior de una lucha de clases ampliada, evidencian el carácter terapéutico de una agenda micropolítica que parte de los cuerpos y territorios, de sus ambivalencias e interdependencias. Su eficacia involucra una mutación en los modos de existencia. Implica una alianza con nuestras crisis y síntomas, desarrollando una contracoherencia partiendo del malestar y el disfrute. El deseo insatisfecho es una premisa existencial para elaborar otra cualidad en la política radical. Una nueva potencia política atravesada por la fragilidad, opuesta a la prepotencia neoliberal, a la impotencia progresista y a la omnipotencia izquierdista.

 

7.

La vida anímica de las clases trabajadoras y populares es un terreno de una lucha de clases ampliada. El tránsito eficaz del deseo revolucionario insatisfecho hacia el cambio social, tiene que partir del sentimiento de una inadecuación respecto de los modelos capitalistas de vida, de una contracoherencia sobre los imperativos dominantes. De este modo, la “cura” debe necesariamente que abrirse sobre el campo de la acción política, ya que esté determina el campo histórico de la “cura social». La política terapéutica exige el desarrollo de cierto «proceso analítico» a nivel del antagonismo social, donde la subjetividad es arena de las luchas sociales, donde el cuerpo es materia prima de la conflictividad política. Esto exige una escucha clínica a nivel de la lucha de clases. Porque solo en la lucha la “cura” adquiere su verdadero sentido, y la terapia política reencuentra, como su fundamento, la rebelión colectiva. Las revoluciones no han muerto, han cambiado los modos de experimentarlas. Las revueltas en curso otorgan las premisas ambiguas para reimaginar las revoluciones.

 

* Investigador y militante. Integra la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs trabajadorxs (IMPA). Junto a Gabriel Rodriguez Varela, publicaron Manifiestos para un análisis militante del inconsciente (Red Editorial, 2020).

 

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Manifiestos para un análisis militante del insconciente.

Emiliano Exposto y Gabriel Rodriguez Varela

Los psicoanalistas no han hecho más que interpretar el inconsciente capitalista, pero de lo que se trata es de revolucionarlo. El objetivo táctico de un análisis militante es expropiarle la propiedad del inconsciente a la burguesía psicoanalítica. Su objetivo estratégico la revolución permanente e inmanente de las relaciones sociales que generan lo inconsciente capitalista. Plan de un ataque que no pretende psicoanalizar las subjetividades militantes ni constituirse como un activismo dentro de la clínica psicoanalitica. ¿Es posible disponer una intervencion marxista en el campo de problemas del psicoanalisis y en el marco del malestarismo de las teorías críticas? El análisis militante propone una ambiciosa ofensiva. Su tarea: contribuir a dinamizar procesos transversales de politización situada de lo inconsciente, implicándose hacia el interior de experiencias de lucha y organización de los trabajadores, de los oprimidos, en el combate por su autoemancipación.

 

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