Tiro al cana (diez apuntes sobre el nacimiento de un deporte saludable)

Especiales I

I

Cuando hablaba de la revolución del ‘93, mi viejo contaba que después de los sucesos centrales se disparó una venganza colectiva. Como la cana había participado activamente en la represión del levantamiento, después de la derrota, con las armas que se tenían o con las que habían quedado, los derrotados practicaban un nuevo deporte desde las ventanas y los balcones: el tiro al cana. Sí, cuando el cana aparecía, le encajaban un par de balazos para que tenga… y el cana tenía que salir corriendo, sin ninguna posibilidad de identificar quién le estaba tirando, pero con plena consciencia de dónde venían los disparos. Como resultado de este ejercicio, la presencia amable del vigilante de la cuadra, mito fundante y recurrente de la policía “buena”, fue desterrada a balazos por aquellos que habían sufrido en carne propia el peso de la represión buchona. Por un tiempo, en la ciudad no se vieron policías. 

II

Con nosotros adentro de las casas, la situación actual parace invertir el imaginario del relato post-revolución del ‘93: ciudad sin gente, calles con policías. Ambas visiones idílicamente opuestas reponen un punto de llegada deseable, un lugar a donde arribar, reparador, sin conflicto, en tanto uno de los factores de la conflictividad fue conjurado. Dicha simpleza solo puede proceder de una separación taxativa. No suceden así las cosas. No es tan simple separar unos y otros, ellos y nosotros. Los canas, a diferencia de los milicos, no son fuerzas armadas, son fuerza de seguridad. El desplazaiento enunciativo es mínimo, pero su alcance no. Todos deseamos estar seguros. Si nosotros somos los que estamos inseguros, ellos reestablecen nuestra seguridad, pero al transformarnos a nosotros en seguros, son ellos los que se colocan en condiciones de inseguridad. De esta recursividad proviene la deuda en la que supuestamente siempre estamos y que no terminamos de reconocer. En el caso de los milicos, para que esta circularidad se componga, hace falta una situación excepcional, una alteridad. En el caso de los canas, es suficiente con que un pibe nos pegue un tirón en el celular, cosa de todos los días. La escatología sacrificial y su inserción en la vida cotidiana está servida para el publicista de turno. 

III

Los canas también son los uniformados. La secuencia del corto publicitario que nos motiva insiste progresivamente en la vestimenta, en la institucionalización de un hombre sin atributos, que no se muestra, que es pura transformación, en instituido. El leve contrapicado dialoga de manera bizarra, tanto con el origen remoto, como de manera empática con su emergencia actual, es armadura para la batalla, pero también es vestimenta laboral de todos los días. El salto de lo sacrificial a lo heroico toma forma. Separación: normal, anormal; poderosos, empoderados. El héroe, desde Aquiles al empleado que trabajaba enfrente del escritorio del poeta Fernando Pessoa, es una diferencia verticalizada, una separación hacia arriba, para ser necesita ganar en altura. La idea de mostrar al héroe como diferente, pero también como cercano es mucho más vieja que la guerra de Troya y su uso publicitario tal vez haya sido similar al que se intenta ahaora, reducir al mínimo la distancia entre el héroe y el común para seguir afirmando la separación, la diferencia. 

IV

De las muchas particularidades que supone este spot, tal vez la que me resulte más notable sea que la afirmación heroica coincida con la afirmación de una progresiva restitución la de la institucionalidad. La heroicidad no está en el sujeto que se viste, sino en el que resulta del haberse vestido, es decir, no está en el agente sino en la policía misma. En momentos en los que la propagación de la subjetividad policial se hace viral, apoyada por la posibilidad del ‘ortiveo’ digital 24 hs., el trabajo colaborativo en las redes, el panóptico de balcones; la pieza publicitara más que una invitación a avanzar en esa dirección se proyecta en retroceso. En lugar de afirmar las posibilidades de esta circunstancia inédita para amalgamar el buchoneo explicito, se repliega tranquilizando las aguas del escrache. “Tranquilos, policías somos nosotros, ustedes no, ustedes solo hagan su trabajo, nosotros haremos el nuestro, porque para eso estamos”, parecen decir. Todos juntos sí, pero no revueltos. Separación heroica, separación institucional y división del trabajo coinciden en una sola figura, la corrección conservadora. 

En el doble sentido de reinstaurar el sentido institucional de lo correcto y también de la modificación normalizadora de lo ya hecho, pero no bien hecho. La tan deseada cercanía entre la institución policial y los ciudadanos al fin ocurrió, el problema es que ocurrió de tal manera que pone en riesgo no ya a la policía, sino a la idea de institucionalidad misma, amenazada ahora en su sentido, no por supresión, sino por abundancia. Solo en ese sentido puede pensarse que el virus se parece a una revolución, la participación insurgente debe ser reencauzada en ordenamiento instituyente. Parecería ser que lo policial depende tanto del uso monopólico de las armas como del uso monopólico de la visera. Si hay buchonería que no sea por gorra propia, sino en colaboración para la cooperadora. Cruje por exceso el espíritu de la institución sólida. Hay demasiados usuarios en la red. Antes de que la red colapse, hace falta poner un poco de orden en nuestras pasiones, como decía el Marqués de Sade en medio de la orgia. 

V

Digresión: todos somos docentes, todos somos policías, sería el desplazamiento posible hacia este presente azul. El trabajador, héroe anónimo de lo cotidiano, el policía trabajador heroico de todos los días, sería su antecedente de propaganda clasista. Lo que vuelve como siniestro en el corto publicitario es el uso que la izquierda hizo de la escatología heroica. El uso en el corto más que un intento de vaciamiento es una apropiación. Lo extraño es ver el mismo juguete en otras manos. Mi viejo también destacaba la magnitud de la repercusión de la muerte del Jefe de la Policía Ramón Falcón contando que después del asesinato el periódico La protesta publicó en su primera plana un titular que decía NO SOMOS ICONOCLASTAS PERO… y debajo una gran foto de Simón Radowitzky. Hasta sus hermanos anarcos supieron rendirse a la heroicidad del individuo. Sucede que en los grandes planos la heroicidad puede ser superpuesta con facilidad al acontecimiento: el protagonista, los hechos son inseparables, grandes, inalcanzables. En lo micro, en cambio, la heroicidad no ocurre, y para que ocurra, debe ser inoculada. Salir de la izquierda es también abandonar sin reparos la escatología del heroísmo, su separación vertical, su pedagogía moral y, junto con ello, todas sus mediaciones posibles.

VI

Toda publicidad efectiva se basa en la apropiación mitificada de registros sensibles comunes, condensaciones de sentido que nos interpelan porque formamos parte de su construcción colectiva. Por eso, su antídoto no puede ser una verdad de otra altura, que restituya una verticalidad moral de saberes. Si lo que está en juego en estos momentos, como decía, es la historicidad de las distintas versiones de las fuerzas armadas y su restitución al ascetismo atemporal, al bien moral de las instituciones, la historicidad a introducir no debería ser la de la denuncia de las atrocidades históricas en las que participaron los canas, sino la valoración de la experiencia común del enfrentamiento cuerpo a cuerpo, que es aquella que nos restituye al mismo espacio físico, pero también al mayor distanciamiento ético. En el marco de los grandes acontecimientos, en las plazas frente a los distintos palacios de gobierno, la cana juega de local, en el micro enfrentamiento, más asiduo, consecuencia no de la degradación de las instituciones sino del roce de los cuerpos en la calle, en el día a día, somos nosotros quienes mejor conocemos la cancha, quienes tenemos más capacidad de mutación y raje. El uniforme de ellos es uno, el nuestro puede ser múltiple. Y si alguna vez nos alzamos con un triunfo en el campo visitante fue cuando pusimos en juego, como en el 2001, aquellos saberes adquiridos en la fricción diaria, en la calle, en los recitales, en las canchas, no planificados ni acumulados para llegar al helicóptero como objetivo, sino por pura necesidad vital acá y ahora.

VII

Me detengo, entonces, en ese estado post revolucionario del ‘93. Parto de un lugar que es el mismo a donde quiero ir, me afirmo en el goce del enfrentamiento sin esperar ninguna resolución ni resultado. El enfrentamiento es en sí mismo. Sabiéndonos ya derrotados, la pelea por nuestro territorio de convivencia urbana y la invención de diferencias éticas radicales. La práctica del tiro al cana tiene un potencial poético, abre el juego festivo de los posibles. Imagino por un momento aquella ciudad permeable al campo. La parroquia de Balvanera, que está en Bartolomé Mitre y Azcuénaga, en el barrio de Once, era el feudo cuyo caudillo era Leando N. Alem, por eso se lo consideraba un caudillo de los suburbios. Una ciudad orillera y despareja, sin policías a la vista. De pronto, un policía se anima, es un cana de esos con un gorro con punta, avanza aunque con cierto temor. Suena un disparo, el cana se detiene en una especie de desconcierto, después empieza a caminar rápido, suena otro tiro, el cana corre y en la carrera el sombrero se va moviendo como si fuese la cabeza de uno de esos muñecos que tienen el bocho grande montado sobre un resorte. Imagino por un momento sentimientos, trato de reponer el componente coral de la escena. Pensamientos que vienen a la cabeza del que tira y de los que ven, ¿en qué coinciden los que participan de esa complicidad disparatada?, ¿cómo se expresa físicamente la venganza? El que tira y ve desde la ventana o el balcón o la terraza, los que ven la escena, los que andan por la calle, todos, imagino, coinciden en la misma sonrisa: ¡mira como corre el cana, no le dan las patas para rajar!

VIII

No me interesa la veracidad en lo que contaba mi viejo sino su potencia.La memoria colectiva sabe tejer su venganza. Pienso ahora en un canto de hinchada: “… llegó la policía… ooo…ooooo… llegoo la policía… hoooo… ho ho ho hooooo…¸en cómo derivó de manera genial en: “…cagones de Malvinas… ho ho ho hoooooo….”Imprescindible reponer la tonada festiva que acompañaba al insulto a los milicos y a la afirmación de la palabra policía como insulto en sí mismo, unificando en esa misma tonada la llegada de la cana a un estadio con la farsa sangrienta de Malvinas. Condensación que solo lo común vuelve posible. En ese tono de fiesta el insulto se volvía a la vez potencia insultante y contagio colectivo. Sonrisa pilla que se transforma en risa común, síntoma saludable de la aparición de un nosotros gozoso, la memoria colectiva ejerce siempre su particular forma de justicia en comparación con la broma y el carnaval. Se enmascara para enfrentar al enemigo en la calle y se raja para atacarlo también en sus atributos de poder: la seriedad, la autoridad, la soberbia del uniforme armado. La memoria colectiva lleva rastros del dolor en sus formas, pudor en el silencio metonímico, recelo frente a los brillos de la metáfora, pero no es una forma doliente. Es parte de la derrota de los vencidos, pero sus estrategias comunes, anónimas, hablan de una derrota que gracias a su perseverancia no termina de ocurrir.

IX

Gorra, ortiva, cana, azul, licuado, botón, gabardina, vigilante, robocop, ley, vicera, buchón, yuta, rati. ¡Que fiesta decirlo con una mezcla exacta de desprecio y alegría! Es la familiaridad que nos liga con la cana en el nosotros callejero expresada como diferencia ética radical. Lo intuye el publicista que intenta abolir esos nombres fraguados en el cuerpo a cuerpo. El spot propone llamarlos “héroes de todos los días”, pero es la forma en que ni siquiera se anima a nombrarlos como policías, porque policía es, en sí mismo, una nominación despectiva. Son los nombres que se supieron ganar y que guardan en su desmemoria genealógica, la memoria más activa y común del enfrentamiento. ¿Qué importa de dónde surgieron? No hay que saber, hay que decirlos, sentir lo que se siente al decirlos. Son nombres que significan tanto que no significan nada, son la memoria hecha cuerpo, reacción instintiva que quiere a la vez pelear y gozar en la pelea, reír peleando junto a nuestros muertos más que llorar por los héroes caídos. Porque para construir complicidades, nada mejor que la risa. 

Les dejo para masticar en este sentido este otro video, también hecho por la yuta, para integrar a los ratis, menos cuidado, pero tal vez más afectivo, por si hiciera falta alguna prueba de que, en plan de acercar el bochín, generación espontánea mata publicista de agencia…

* Ensayista, humorista, comunicador, editor, coautor junto a Sergio Lánger de la tira La Nelly (diario Clarín), autor de la novela Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia). Publicó Burroughs para principiantes y Cervantes para principiantes (junto a Sergio Lánger).


IGNORANTES es una revista de contenidos en formatos imprevistos ligada con la actualidad desde la incertidumbre y la pasión política.


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