Trabajar sin contarse cuentos: policías, sacrificios y violencias

1.

Un policía no es un policía o, mejor dicho, un policía es mucho más que un policía. Un policía puede ser padre, hijo o hermano; hincha de River o de Boca; joven o adulto; militante peronista o macrista; estudiante o abogado; mujer o varón, lesbiana o gay. Quiero decir, un policía son un montón de cosas. Cuando reponemos la vida cotidiana de los policías, cuando pensamos su trabajo diario al lado de los múltiples roles que encarnan, entonces podemos decir que la policía está hecha de la misma complejidad que tiene cualquier trabajo. Más aún: las trayectorias previas de cada policía también son muy distintas. No todos llegaron allí haciendo el mismo recorrido. Algunos de ellos viven a la policía como una estrategia de pertenencia y otras como la oportunidad de resolver problemas materiales concretos. De modo que no todos los trabajadores policiales le piden lo mismo a su trabajo. Acaso sea precisamente por todo aquello que los policías vivan a la policía de muy diferentes formas. Y acaso sea por eso mismo, también, que tengamos que explorar el universo policial sin contarnos cuentos. 

Uno de los cuentos favoritos de muchos cuadros de la institución consiste en postular a la policía como una vocación, una suerte de destino manifiesto que a veces llega espontáneamente, de un día para el otro, como una suerte de llamamiento o inspiración justiciera, y otras veces con el paso del tiempo, a partir de la camaradería y el espíritu de cuerpo que teje con sus pares. Es comprensible que se trate de un trabajo que tiene muchas especificidades que no tienen otros trabajos. Pero lo cierto es que la “familia policial”, la postulación de la policía como una “hermandad” o “segunda familia”, será lo que permita activar otros intereses, por ejemplo, postular a la policía como una institución separada y separable del resto de la sociedad, no contaminada, alejada de la corrupción de la sociedad civil. 

Ahora bien, la policía no es un saber que se trasmite entre la parentela, no se improvisa, sino que se construye. Y para ello hay un montón de artefactos culturales a través de los cuales se tramita esa identidad canónica. A veces las identidades se aprenden viendo televisión pero otras veces formando parte de rituales que tienen la capacidad de interpelar sus emociones profundas, de masajear sus pasiones, sus temores y aspiraciones, y sus resentimientos también. Vaya por caso los funerales policiales tan bien estudiados por la colega Mariana Galvani en su libro Cómo se construye un policía. La policía, además, es una experiencia sincrética donde cabe de todo un poco: la virgen de Luján, San Jorge, y otras estampitas que los policías saben guardar en su gorra. La tesis de maestría de Adriana Clavijo es un trabajo interesante también para comprender las performances pastorales durante la formación policial. 

Finalmente, hay que tener en cuenta el sacrificio. En efecto, la apelación al sacrificio tiene un papel central en la construcción del self policial. Una composición subjetiva que se demora en el tiempo, que hay que aceitarla con otros recursos. Porque ser-policía es un sacrificio, implica resignar muchas cosas, no solamente horas de sueño, sino la vida con su familia, asados con los amigos. Ser-policía implica soportar el frío o el calor y, sobre todo, el tedio. Cuando su destino es la calle y tiene que deambular de una esquina a la otra durante seis horas por día, o fue apostado de granadero en un supermercado chino. Estos sacrificios no están a la altura de los héroes. Por eso los policías necesitan contarse cuentos. La vida de los policías está llena de conversaciones a través de las cuales se revisa un anecdotario donde todos tienen la oportunidad de contar sus hazañas o proezas y ganarse el prestigio y la reputación de sus pares.  

La apelación constante al sacrificio es precisamente lo que convierte a los policías en héroes. Y los héroes no pueden ser trabajadores, mucho menos trabajadores sindicalizados. Ser-policía es una entrega, un servicio a la patria, un sentimiento, algo que se lleva en la sangre, la sangre azul. El sacrificio enaltece la entrega, es un mecanismo de distinción que le permite convertir su labor, generalmente devaluada, en una actividad especial.       

2.

En las últimas semanas, y en el marco de la pandemia, hemos visto publicidades oficiales y escuchado a altos funcionarios haciendo arengas a los policías para exaltar su compromiso y entrega. En esos spots televisivos y declaraciones se los postula como héroes. El precio del reconocimiento es su compromiso, o mejor dicho el sacrificio es el costo que tienen que invertir para ser héroes. No hay héroes sin sacrificios. 

Vimos al ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, dando una arenga con impronta castrense a la tropa Bonaerense, diciéndoles que no es momento para los flojitos, que no hay lugar para los tibios, para los librepensadores, son momentos de entrega, para hacer cumplir duramente con la ley de emergencia. 

Escuchamos los audios de Marcelo F. Sain, ministro de seguridad de la provincia de Santa Fe, dando instrucciones a policías con un lenguaje contaminado, muy poco profesional para que estos “hagan su trabajo” y “apliquen la ley”. Concretamente les decía a los jefes que “el Estado de derecho no es ser blanditos con la ley sino ser duro en la aplicación de la ley… Y nosotros tenemos que ser duros con la gente que incumple la ley porque en unos días va a haber muertos.” “Hagan que sus subordinados cumplan estrictamente lo que manda la ley, con la dureza que la ley nos permite (…) trabajen de policías, dejen de ser administrativos, laburen de policía”. Más aún: “pídanles que filmen, que hagamos prensa, porque la idea de la detención no es la privación de la libertad de la gente, es la sanción ejemplificadora, para lo cual hay que ponerle megáfono al hecho, en el sentido que tenga repercusión social.” 

Hasta ahí el destrato, porque después grabó otros mensajitos de WhatsApp, con una perspectiva paternalista, repartiendo agradecimientos, abrazos gigantes y sugiriendo –esta vez– ser flexibles y criteriosos, y sobre todo recomendando a los jefes de la policía que “cuiden a los policías y a las policías que están en la calle, ellos están jugándose la vida en contacto con gente que quizá esté contagiada, es muy valiente como el de los médicos y los enfermeros”.

Finalmente, el spot institucional del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, “Héroes de siempre”, que cierra con la consigna “gracias a todos esos héroes de siempre que nos cuidan pase lo que pase”. Una compilación de imágenes muy distintas que pretenden resumir el quehacer policial a una función hecha con concentración y seriedad, además de peligros y abnegaciones más o menos anónimas y cotidianas.

3.

Como se puede ver, las autoridades suelen apelar a la gramática del sacrificio para que los policías hagan su trabajo. El espíritu de sacrificio es un insumo moral que los funcionarios suelen invertir para ganarse la adhesión de los policías. Pero esa gramática suele ser fuente de unos cuantos malentendidos, sobre todo en aquellos policías que hicieron de su trabajo una vocación y se sienten superiores, llamados a ser los guardianes del orden público, la reserva moral de la democracia.    

De hecho, para el resto de los mortales, sobre todo cuando se trata de jóvenes morochos que viven en barrios pobres y andan con ropa deportiva, el sacrificio policial no será gratuito. La violencia policial puede ser la otra cara del sacrificio. Hace unos días, conversando con mi amigo antropólogo, José Garriga Zucal, autor de numerosos libros y compilaciones sobre la policía, entre ellos el libro Sobre el sacrificio, el heroísmo y la violencia, me decía que había que poner el ojo en el sacrificio. Estábamos hablando sobre las escenas de hostigamiento policial que estaban circulando por las redes sociales, donde se veía a los jóvenes forzados a bailar, haciendo saltos en rana mientras cantaban el himno nacional argentino, etc. No voy a volver sobre esas escenas porque estimo que los lectores deben haberlas visto. La violencia policial, me decía, es el precio que algunos actores tendrán que pagar cuando “ellos” se sacrifican. El sacrificio llegaba con la autoridad que hay que reponer. El sacrificio legitimaba la autoridad que se reponía apelando a formas de humillación y algunos “toques” o “correctivos”.  

No negamos los riesgos de los que está hecho el quehacer policial, la incertidumbre vital que implica su labor, la portación de un arma que lo expone y convierte su trabajo en algo especial. Pero convengamos que los riesgos laborales no son muy distintos a los que tienen los trabajadores de la construcción cuando se suben a un andamio, o los riesgos que corren los recolectores de residuos cuando levantan las bolsas infectas, o los trabajadores que trabajan en las destilerías o refinerías y todos los días respiran humos tóxicos, o los peones de campo o huertas que trabajan al lado de plantas que reciben litros de fungicidas y pesticidas, o los bomberos y enfermeros o médicos que atienden a pacientes infectados con Covid19. Una persona que tiene que salir de su casa para comprar pañales a un familiar que está internado en un geriátrico, ¿por qué no debería ser un héroe? De modo que conviene no exagerar. Las sobreactuaciones de los funcionarios son demagógicas. Hay que tramitar la pandemia sin contarles cuentos, con responsabilidad. Sobre todo, porque la pandemia pasará, como todo, pero los cuentos van a seguir dando vueltas.  

*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control; La máquina de la inseguridad y Vecinocracia: olfato social y linchamientos.

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