Una grieta que une más que un candado

Episodio LI

El secuestro.

Aturden todo el día. De un lado gritan: “¡odian!”, del otro lado gritan: “¡odian!”. De un lado gritan: “¡mienten!”, del otro lado gritan: “¡mienten!”. De un lado gritan: “¡autoritarios!”, del otro lado gritan: “¡autoritarios!”. De un lado gritan: “¡no respetan al otro!”, del otro lado gritan: “¡no respetan al otro!”. De un lado gritan: “¡hay que acabar con la grieta!”, del otro lado gritan: “¡hay que acabar con la grieta!”. Me detengo acá para no seguir aturdiendo al lector.
Este juego de ida y vuelta tiene algunos matices. A veces, esclarece brutalmente que algo se está secuestrando, como es el caso mencionado arriba, pero otras veces ese secuestro se disimula un poquito más poniendo alguna “diferencia” en boca de los que están “de un lado” respecto de los que están “del otro lado”. Incluso hasta puede llegar el caso en que esa diferencia se encarne en posiciones aparentemente irreconciliables, en tal caso el secuestro es casi perfecto, casi imposible de detectar.
Esta operación específica de “secuestrar” la podemos presentar bajo la forma de un degradé del color negro. Comienza intenso para ir debilitándose pasando por sus grises hasta terminar confundiéndose con el blanco de la hoja. El resultado final ofrece a la mirada de la experiencia directa dos polos distintos, el negro y el blanco. ¿Qué enseñanza podemos sacar? Que entre ambos extremos no hay ninguna ruptura. Es el triunfo de la unidad, de lo uno. Y si al final del degradé reapareciera nuevamente el negro, empezaríamos a sospechar: “caramba, empieza en negro y termina en negro, ¿no serán lo mismo?”. Son dos maneras históricas en las que lo mismo se conserva: en el primer caso, lo blanco no es otra cosa que el negro degradado (y viceversa) y, en el segundo, resulta que al no haber modificaciones en los extremos la unidad es más evidente.

 

Lo secuestrado.

Vamos a cumplir casi medio siglo en que el neoliberalismo mundial oprime a todo el planeta sin que encuentre enfrente una acción, un pensamiento y una organización encarnados en las luchas y rebeldías de los pueblos, digno de llamarse una política. Desde mi modo de ver esto se puede enunciar así: en nuestra época la vida social de los pueblos carece de política, porque la palabra política condensa toda lucha que se inscribe en el lazo social dominante para subvertirlo en nombre de la igualdad y la no dominación. Por eso decimos: la política es una excepción inmanente al lazo social existente. Es una experiencia autónoma de otras prácticas humanas, y asume en diferentes épocas formas que son otras tantas invenciones que no representan a ninguna otra cosa que no sea aquello que ella misma hace venir al mundo.
Cuando en la historia de la humanidad irrumpe una política, entendida de la manera arriba descripta, provoca inmediatamente una reacción del orden social cuestionado. Es el lugar y origen de las políticas reaccionarias, que se abroquelan tras el peso que tiene lo ya establecido,  y pueden llegar a remodelar  su ideología dominante para fortalecerse en vistas a la lucha política que tienen que dar en defensa del sistema establecido. De esta manera podemos ver cuál es el corazón de toda lucha auténticamente política: por un lado, una política inventada (siempre desarticulando al orden) y, por otro lado (como consecuencia de aquella) una política reaccionaria defendiendo al orden. En este enfrentamiento no hay lugar para ningún degradé. Hay ruptura, creación y pensamiento igualitario por un lado y, por el otro, hay tradición, soldadura y renovación de la ideología conservadora.
Intenté que no queden dudas de que lo secuestrado por el juego de esta ridícula y falsa “grieta” es la política, así como la entiendo, junto con algunos compañeros, que debe ser.

 

El secuestrador

La última gran creación política para enfrentar al capitalismo se hizo dentro de la matriz del marxismo-leninismo y su desfondamiento final se produjo con la derrota de la Revolución cultural de Mao. Las dos formas políticas que reaccionaron contra ese proceso revolucionario que amenazaba el reinado del capital, fueron las llamadas democracias representativas y los diversos fascismos. De pasada, aquí podemos ver una grieta trabajando en serio: el enfrentamiento entre las democracias y los fascismos era efectivo, real e incluso con batallas armadas, pero compartían en el fondo un terreno común: enfrentar al comunismo y representar a sus respectivas burguesías en las luchas por sacar la mejor tajada en el reparto capitalista del mundo.
Si queremos identificar al secuestrador debemos dirigirnos directamente al entramado que se formó alrededor de las fuerzas reaccionarias que triunfaron ante la amenaza del proyecto comunista. Conviene no olvidar que fueron ellos los que le dieron el sentido político a su triunfo. La reacción mundial le puso el broche de oro a esa secuencia política que se derrumbaba. Ese broche de oro en su punto más universal dice: “la caída del comunismo ha sido el triunfo de las democracias sobre las dictaduras totalitarias”. Mientras que la secuencia política marxista-leninista no ha producido ningún balance acerca de su fracaso, y sus restos sobreviven como desechos estériles cobijados a la sombra de la legalidad que le concede el orden burgués al que, en el discurso interno de sus aparatos organizativos, aún juran que quieren destruir.
Como buen secuestrador quiere mostrarle al mundo que él no tiene nada retenido. Nada que ocultar, todo está a la vista y así lo muestran: la política es la gestión del orden económico-social existente que se realiza desde el Estado por medio de los partidos que representan la voluntad del pueblo por medio de elecciones. Todo dentro de la ley, nada fuera de ella, en caso contrario, caemos en lo opuesto: la dictadura y el totalitarismo. Este es el padrenuestro que secuestró a la política. Es lo que reza casi uniformemente todo el mundo, un rosario que une sus cuentas que son: gestión-orden-económico-Estado-partidos-representación-elecciones, para luego, terminada la oración, “expulsar” al diablo: la dictadura. La única variación que queda es rezar el mismo rosario pero cambiar la cuenta que dice “elecciones” por la que dice: “golpe”.
Esta es una grieta que cuenta con un consenso mundial casi asfixiante. Sus notas esenciales las podemos sintéticamente enumerar así: la política y el poder se ejercen en el Estado de derecho; el pueblo solo interviene por medio de representantes elegidos que se organizan en partidos que son órganos del Estado, cualquier otra asociación de la gente por fuera de los partidos, deberá siempre dirigir sus reclamos al Estado; los poderes están divididos y hay una última instancia constitucional que define sobre la legalidad de las leyes. Si el que maneja el Estado no ha sido elegido y gobierna sin atender a los poderes encargados de legislar las leyes, entonces es una dictadura. Se permiten todas las ideologías salvo las que explícitamente no aceptan el sistema democrático.
Esta última prohibición es la que instala una falsa grieta (democracia o dictadura) para disimular al candado que nos obliga a someter la política a la gestión (como sea) del orden social existente. ¿Y las políticas que quieren revolucionar al orden? ¡No! Olvídense, nos gritan. Esas políticas terminan siempre en un desastre, es el triunfo del terrorismo. ¿A caso la caída del Muro no es suficiente prueba? Sí, pero es una prueba que nos obliga a echar luz sobre ese ciclo político emancipador que se agotó. Si pretendemos renovar las ideas emancipadoras, debemos hacer un balance crítico de ese pasado diferente al que hicieron los vencedores. Nuestro incipiente pensamiento sobre qué entendemos por política, –como lo hemos sintetizado más arriba– es el resultado mínimo del ejercicio crítico, en pleno desarrollo, que nos propusimos hacer y del que sacamos algunas consecuencias que ponen en evidencia cuál fue la piedra insuperable contra la que chocaron y se diluyeron esas luchas. Es la piedra que articula el triplete: representación-partido-Estado. Podemos sintetizar las conclusiones de este balance así: la experiencia marxista-leninista trabajó sobre la idea de representar al pueblo (el proletariado) por una organización que tenía la forma de un partido, que se constituye en el sujeto político del proceso, y que se propone como objetivo central tomar el Estado convencido de que ahí residía el poder capaz de destruir a la vieja sociedad y crear la nueva.
Detengámonos en este triplete: representaciónpartidoEstado, para ver cómo está presente en las tres formas políticas dominantes del siglo pasado. 1) Democracias republicanas: el ciudadano representado por partidos para ocupar el Estado y desde allí gobernar; 2) Fascismos: una esencia nacional (religión, raza, patria, etc.) representado por un partido para ocupar el Estado y desde allí gobernar; 3) marxismo-leninismo: el proletariado representado por un partido para ocupar el Estado y desde allí gobernar. Ante esto, la conclusión debe ser tajante: hay que abandonar la idea de que la política es un simple medio. No, la política es una estructura autónoma que encuadra a quien dice que está “haciendo política”. No advertir esta circunstancia trae consecuencias irreparables.
Lo mínimo que nos tiene que llamar la atención, es que, si bien los contenidos de las políticas allí desarrolladas son claramente diferentes, ese triplete es una constante estructural de las tres. Re-fundar nuevas políticas de emancipación significa, entre otras cosas, desarmar radicalmente ese triplete. 

 

Los gritos de lo secuestrado.

Inesperadamente un grupo de Madres se presentaron en la Plaza de Mayo, sin representación alguna, organizadas por el solo hecho de estar sus cuerpos juntos, dirigiéndose al Estado no para ser reconocidas (ni incluidas) sino para exigirle la aparición con vida de sus hijos arrancados con vida y mostrándole que no tenían miedo a la muerte, el amo absoluto con el cual el poder del Estado siempre cree descansar tranquilo. Este acontecimiento aún está a la espera que de él se saquen consecuencias insospechadas, pero tuvo la potencia suficiente para ser el comienzo del debilitamiento del muro de la dictadura. Habían cruzado una línea, un límite, habían abierto una ventana para que se filtre una verdad política. Pasaron algunos años y ante la claudicación del radicalismo sancionando las leyes de obediencia debida y punto final, una de esas madres, Hebe de Bonafini sentenció: “Alfonsín es lo mismo que Videla”. Un nuevo rayo, pero esta vez para herir el corazón mismo de la “grieta” entre democracia o dictadura con la que el neoliberalismo empezaba a colonizar al planeta. Escándalo y divisiones por todos lados. La fuerza de esas irrupciones inesperadas estuvo en la mira de los gobiernos para que no se desmadren, y con el tiempo muchos de sus personajes empezaron a ser absorbidos por fuerzas políticas que durante  más de 20 años no figuraban en sus “programas” y así lograron diluirlas e incluirlas en el Estado (con el rango de Secretaría) dentro del marco ideológico reaccionario de los “derechos humanos”, que era y es la punta de lanza de los dueños del mundo que bajo el pretexto de defenderlos, justifican sus invasiones y guerras de rapiña con las que asolaron y asolan al mundo después de la caída del Muro.
A fines de la década del 90 del siglo pasado vivimos una nueva irrupción, un nuevo grito proveniente de lo que esta vieja y podrida carcasa de la política de Estado secuestra. Los “excluidos” del sistema dijeron presente asumiendo la forma de los piqueteros. Hacía mucho tiempo que el país no atravesaba un sacudón político de esa intensidad: las calles ocupadas, discusiones asamblearias, fábricas tomadas, etc., y todo eso al margen de los sindicatos, de los partidos políticos, del Estado, etc. “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo, fue la huella imborrable que dejó estampada y que hoy está a la espera de ser recuperada. Si hay algo que asusta por igual a los involucrados en esta “grieta” y los une profundamente es un retorno de ese “que se vayan todos”. Como ya lo dijimos, cuando aparece algo nuevo que perturba a la política establecida la reacción no se hace esperar, así que el “incendio” del 2001 tuvo un bombero, el kirchnerismo, que de boca de su máximo dirigente aceptó que había que “apagar ese incendio”. Lo recordó muy bien Duhalde en el reportaje concedido a Clarín el 8-1-17, donde en primera plana lo publican: “No podemos permitir otro ‘que se vayan todos’”.
Otro grito de lo secuestrado. Cuando salió el fallo de la Corte del dos por uno (2×1) que amenazaba con dejar en libertad y con condenas mínimas a una cantidad importante de represores, a la semana (10-5-17) la gente salió a la calle en todo el país con los pañuelos blancos, a Plaza de Mayo fueron más de 500.000 personas. El pueblo en la calle y pese a Lilita Carrió, La Nación, Clarín (el periodista Santoro se pronunció a favor del fallo), la Corte Suprema, etc., el Congreso tuvo que sacar en dos días la ley 27.362 que prohibía aplicar la fórmula del dos por uno a condenados por delitos de lesa humanidad. La Corte misma “cambió” de posición frente a semejante embestida. Fue la única vez que el Macrismo tuvo que recular en sus cuatro años de festival neoliberal y obscenidad política.
A la luz de este estallido popular, imposible de encuadrar políticamente si 40 años atrás no se hubiera producido el acontecimiento Madres de Plaza de Mayo, se pueden observar una vez más los efectos políticos liberadores que produce la emergencia de una situación que rompe con la matriz política con la que el neoliberalismo aplasta a todo el mudo, obligando a elegir entre dos opciones presentadas como incompatibles entre sí: dictadura o democracia, y una vez elegida la “democracia” atarnos al carro de la “representación, el partido, los programas las elecciones, y el Estado”.
No se puede dejar de mencionar la potente irrupción del movimiento feminista que tomando las calles, rodeando los edificios públicos en donde los “representantes del pueblo” debaten, muestran una clara foto de que se puede abrir una verdadera grieta: los que operan sentados en las cárceles de sus bancas y los que pisan el asfalto en una comunidad basada en su decisión de estar presentes.

 

Macri, basura, vos sos la dictadura.

Fue la consigna mas verdadera, más potente y con mayor capacidad de mostrar el candado que la grieta disimula. Por esa razón fue unánimemente rechazada por ambos lados de la “grieta”. A nadie le asombraría que el PRO de Macri rechazara esa consigna, pero ver cómo la entonaba la juventud en sus actos para que inmediatamente su conductora los interrumpiera con gestos elocuentes de desaprobación, diciendo: “¡no, no, no!, ¡eso no, no nos confundamos!, nos guste o no fueron elegidos en elecciones”. Parece que la “grieta” no agrieta todo.
Esto no es para nada superficial. Si un gobierno que destrozó la economía para beneficio de una ínfima oligarquía, lo endeudó hasta ahogarlo, arrojó a millones de personas a la pobreza, que armó un poder judicial mafioso, que vigiló desde los servicios de inteligencia a cuanta persona se le dio la gana, y se soportó en un aparato mediático inmenso para desfigurar y entorpecer cualquier posibilidad de que circule algo creíble; si a un gobierno de esa naturaleza no se lo puede llamar una dictadura, entonces estamos perdidos.
Pero sí, se lo puede y se lo debe llamar una dictadura, es la dictadura del capital, que usa el atajo de la grieta para mejor ejercer su salvaje dominio. Que en el campo del “pueblo” y del “anti-pueblo” (otro nombre para la misma grieta) se siga bailando su danza inútil. Nosotros creemos que ya es hora de terminar con esta farsa y buscar por otros caminos para reinventarnos en nuevos procesos políticos emancipadores. Escuchemos esos gritos que se lanzan desde lo que ha sido secuestrado… Allí podemos encontrar una señal para poder empezar a decir: en vez fomentar como una virtud el “rol del Estado”, activemos el rol del pueblo; en lugar de la “intervención del Estado”, apuntalar la intervención del pueblo; y en vez de clamar por la “presencia del Estado”, trabajar por la presencia del pueblo. Quizás estemos en las vísperas de comprender que cualquiera sea el disfraz que use, el Estado no cumple otra función que no sea garantizar el orden existente. Quizás empecemos a dar vuelta la página de una política estéril para empezar a escribir Otra política.

* Filósofo, activista político, abogado. Fue fundador y director de la revista Acontecimiento. Tradujo El ser y el acontecimiento (Alain Badiou) e introdujo el pensamiento de Badiou en Argentina en la década del ’80. Es autor de Subvertir la política (Autonomía, en Red Editorial) y, entre los numerosos artículos y ensayos que escribió, es uno de los autores de Disparen contra Marx (90 Intervenciones, Red Editorial). Son legendarios sus grupos de estudio de filosofía política.

Ilustraciones de Sergio Lánger: dibujante, humorista gráfico, arquitecto. Sus primeros chistes aparecieron en 1979 en la revista Humor (Registrado). Publicó La Nelly (una tira diaria con guión de Rubén Mira) en Clarín de 2003 a 2015. Colabora con la revista Barcelona desde sus inicios (2003), donde publica las historietas “Mamá Pierri”, “Clase Media” y “Ríase la gente”, etc. Publica en Lento (Montevideo), en la revista Mongolia (Madrid), en el semanario Courrier International (París). Colaboró en los principales medios gráficos locales e internacionales, tanto en multimedios como en fanzines under. En 1993, fue cofundador de Lápiz Japonés, una revista de experimentación gráfica de arte y cómics. Entre los libros que reúnen sus trabajos se destacan Langer. Blanco y negro (2000), Burroughs para principiantes (con textos de Rubén Mira,2001), Manual de historia argentina, de Carlos a Néstor (2003), Nelly Argentinísima (2005), For Export (2007), For Export II (2011), Satánicos (junto con el dibujante chileno Pepe Palomo, 2013) y Judíos (2014).



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