Volver mejores o irse peor… Alberto Fernández y la pandemia

Episodio XI

En estos años Jorge Asís parece haber hecho a un lado su faceta de escritor y actúa de fiscal. La marroquinería política, La mafia del bien y su blog, antes de cada libro, son algunos de sus alegatos para ese tribunal impiadoso que es la sociedad, siempre ávida de pruebas que culpabilicen al político de turno. 

Al salir del ostracismo que se autoimpuso en los primeros meses de la gestión de A. Fernández, tras revelar un diagnóstico admitido por propios y extraños según el cual, al apuntar todos los cañones a la renegociación con el FMI, el gobierno realmente “no arrancaba”, en su rol de arúspice televisivo vaticinó: “No sea cosa que la pandemia salve al gobierno”.

Si se dan por válidos los sondeos de opinión, todo indica que su augurio fue acertado: la imagen del presidente no paró de crecer desde que empezó a tomar medidas frente a la pandemia, aunque, al igual que la donna de Verdi, la imagen positiva “è mobile”; ergo, esta “fiebre popular” será pasajera. Es lo de menos. Lo interesante es lo que propone como pieza de discusión el vaticinio turco: la pandemia tal vez sea una oportunidad. No cualquiera. Una de esas que el presidente deberá aprovechar, lo cual no parece tarea fácil.

Entre la sangre y el tiempo: el socialdemócrata y su circunstancia

Escenario de “lobo suelto, cordero atado”, durante cuatro años en la Argentina, gracias a un expeditivo decreto que pulverizó la “Ley de Medios”, a la estigmatización y persecución del kirchnerismo (apañada por “inodoro Py”) y a la invalorable ayudita del amigo del Norte que extendió chequera, el poder concentrado jugó a piacere. Ni más ni menos que el “se robaron todo”, el saldo es ya sintagma: tierra arrasada.

Las primeras medidas de A. Fernández así lo demuestran: salvataje Arroyo o la “Tarjeta de pobre”, como la llamó un ex-funcionario kirchnerista; relanzamiento del Programa Remediar para auxiliar a adultos mayores que no tenían para comer ni para medicamentos; congelamiento de combustibles y de algunas tarifas. Fue esta una política de contención para paliar la miseria que se había oficializado en 2019 cuando se promulgó la Ley de Emergencia Alimentaria. En palabras del presidente y más de uno de los funcionarios, eran medidas para “poner un freno a la caída” y sostener a “los que han quedado atrapados en el pozo de la pobreza y la marginación”.

Si bien la propuesta de mediano plazo era reactivar la economía en base al mercado interno, la administración solo podía instrumentar paliativos y la percepción general, trasladada puertas adentro donde la propia tropa discutía sobre la correlación de fuerzas y el momento justo de lanzarse a transformaciones mayores, era que, como se dijo, “el gobierno no arranca”.

Hasta que un día apareció una peste mundial, ese “enemigo invisible” –¿el capitalismo?– como lo llamó A. Fernández.

Eurófila desde la colonización y su amiga la dependencia, fue cuando el virus golpeó en Europa que la Argentina actuó; con celeridad, y dados los resultados hasta ahora y el crédito que dan los expertos y la población, con acierto. 

La determinación fue la opuesta a la que supone una guerra mundial, aunque las consecuencias en materia económica y social se le parezcan: desmovilización total. La decisión, acaso una de las más importantes desde el inicio de su mandato, se resume en una disyuntiva planteada por el presidente sobre la cual tintinea otra expresada por Perón, dicha ella también en una encrucijada: “Entre la salud y la economía, elijo la salud”.

Ahora bien, como crítica o elogio, desde que asumió propios y extraños tomaron a A. Fernández como un socialdemócrata. Las intervenciones públicas desde que dejó el gobierno de C. Fernández, los artículos de su autoría que integran Pensado y escrito. Reflexiones del presente argentino y dilemas de una sociedad fragmentada (2010), las medidas económicas antedichas, su sobrio discurso de apertura de sesiones y su opción por el respeto de las instituciones frente al debate abierto sobre los “presos políticos”, todas y cada una, confirman bien la tibieza que le achacan parte de los propios, bien las virtudes de demócrata celebradas por extraños que hacen del elogio un tiro por elevación a C. Fernández, culpable a perpetuidad para esa parcialidad.

Néstor Kirchner y Cristina Fernández: de profesión, abogados. Sin embargo, la historia los recordará por algo más que por su título. Nadie preveía que Néstor Kirchner sería pilar de una nueva etapa en la lucha por los Derechos Humanos. Nadie podía avizorar –ni siquiera el “turco” Asís– que Cristina Fernández se transformaría en la figura política más importante de la década. Las decisiones que tomaron y los enemigos que se ganaron por tomarlas les dan el lugar que ocupan en la historia, que es el verdadero juez.

Alberto Fernández: de profesión, abogado. La historia, a la que no le importa lo que hiciste sino lo que hacés con lo que las circunstancias hacen con vos, apuntó su título universitario, también el consenso ciudadano al definirlo como socialdemócrata, no menos que las rimas que lo asocian a Raúl Alfonsín. Esa escriba impiadosa que es la historia está atenta en estos días. Acaso lo apuntado, a lo que se suma el considerarlo hasta ayer nomás mero “títere de Cristina”, quede como nota al pie.

Es esta una coyuntura difícil. Alberto la aprovecha y se lo ve presente a toda hora. Llama a la historia y le dice que deje las notas al pie y empiece a escribir a primer renglón de página; de página nueva, aclara, inflando el pecho a modo de compadrada de quien sabe que, pasada la pandemia, empieza otra historia, “la peluda”, como decimos en el barrio: el momento de decisiones incómodas para el establisment, absolutamente inusuales para un socialdemócrata. 

Su momento crucial es ese precisamente, el del día después: el momento en el que ya no le sugiera al dueño de Techint, luego de que éste despidiera cientos de trabajadores en este contexto, “hermano, esta vez, colaborá”, ni le recuerde tampoco a los bancos privados la fortuna que ganaron con las Lelic y Lebacs durante cuatro años, esperando que, como acto de contrición, bajen las tasas para las PyMEs, esto es, dejen de “llevársela a cuatro manos”, como también decimos en el barrio. El momento en el que el presidente solo rete o sugiera ya será parte del pasado.

El cálculo y la audacia

I.

En campaña y en los primeros días de gobierno, el presidente recuerda a Néstor Kirchner. Lo elogia una y otra vez, un modo de pagar deudas con ese líder y amigo. El Kirchner hotelero, el de los bolsos que el periodismo patrullero perfila como oscuro personaje de Los Soprano y Asís computa como jefe de una maquinaria recaudatoria para el financiamiento de la política, ese fantasma presente 24/7 durante el macrismo gracias a los medios hegemónicos, se desvanece ahora; mejor dicho, toma el cuerpo de un personaje mundano, común, pedestre.

En estos días A. Fernández no descansa. Se lo ve hiperactivo en reuniones, presente en los medios; “duerme solo una hora”, confiesa su hijo y replican las redes. Con la pandemia reaparece el Kirchner libreta en mano, el almacenero. El almacenero es ahora A. Fernández, quien, como piloto de tormenta, entre la salud y la economía ha optado por la primera, decisión temeraria según los corifeos de un establishment que no ve con buenos ojos que el confinamiento obligado de la población se prolongue. No sorprende esa reacción. Entre la bolsa y la vida, la avidez de usurero que mueve al establishment exige optar –lo sabíamos, es ése el verdadero mal, no una gripe– por la primera. Los despidos de Techint son sólo una prueba.

Mientras tanto, el Covid-19 mata principalmente a ancianos, una desinfección de lo descartable sin protocolo de buenos modales que le viene al dedillo a neoliberalismo, un modo de vida, antes que quirúrgica receta económica, que reina en el globo desde hace décadas. Como respuesta a esta gripe fuerte que descoloca al capitalismo o cuanto menos lo desnuda un rato, un fantasma recorre Europa, también Estados Unidos –que se acuerda de que en el Capitolio hubo un Roosvelt–, es el retorno de lo reprimido: el Estado de Bienestar ha vuelto solo que, forzado a aggiornarse a la carrera, deberá adaptarse a las sociedades de control vía Big Data.

A. Fernández sabe que priorizar las personas a la economía puede “cubanizar” su gestión; de seguro, va a peronizarla; y por supuesto, puede llegar a kirchnerizarla a punto de ahuyentar rumores de quienes les bastó una foto suya con Morales y Perotti para inaugurar el postkirchnerismo.

Antes que una rígida doctrina, según definiera Horacio González en Kirchnerismo: una controversia cultural (2011), el kirchnerismo es “un conjunto de preceptos y de ánimos de acción”. “La Patria es el otro” es uno de los primeros, el más sintético y antisistema. Su modus vivendi, que no sin acierto se definió como la “fuga hacia adelante”, esto es, la determinación de ir a contrapelo de la época con decisiones incómodas para el establishment –como la estatización del petróleo, de la aerolínea de bandera y de la caja previsional, entre otras patriadas–, es la prueba de ese “ánimo de acción”. 

Pasada la pandemia, que acaso para A. Fernández no sea más que un guiño de la propia historia para que entre en ella, preceptos y ánimos de acción van a marcarle un rumbo a A. Fernández –ineludible si es que no quiere terminar como su querido Alfonsín–, uno muy distinto al del manual del socialdemócrata que lo nutrió hasta acá. Dicho de otro modo, la pandemia, su extenso “día D”, lo obliga a “girar a izquierda”. El tiempo corre y el tren no pasa muchas veces. A. Fernández lo sabe.

II.

Al igual que un aumento insignificante de una tarifa que fue chispa en Chile, un virus global es eso inesperado –pero que está en el mazo, cuidado– que abre una oportunidad. La pandemia le regala a A. Fernández algo más que un relato y una centralidad. Le permite pasar de la administración de la escasez a la audacia y el riesgo: dejar de ser un piloto de tormenta y convertirse en Comandante del barco del Estado. No de otro modo se pasará de una simple gestión a un gobierno que quede en la memoria; no de otra manera se tendrá chances de entrar en la historia.

Libreta en mano, A. Fernández ya no apunta cuántos días patear una deuda. Esa era su módica audacia en los cien días de gracia, aquella que marca el rechazo de un “reperfilamiento” y el inicio de la auditoría de una deuda no solo impagable por una insolvencia programada –desde el 76´ con actualizaciones periódicas hasta la gestión de Macri–, sino también inadmisible por fraudulenta e inmoral.

En un futuro próximo, cuando la realidad haya forzado a aquel socialdemócrata a asumir la audacia y el riesgo, llegará el momento de escuchar que, con su tono campechano que hoy parece más afín al de Néstor Kirchner que nunca, A. Fernández le diga a la historia, secretaria fiel que apunta todo: “Dale, escribí en hoja nueva: `Volvimos mejores´”.

* Doctor en Letras, docente (UNDAV, ISFD N° 1, Abuelas de Plaza de Mayo), autor de Cambiemos o la banalidad del bien (90 Intervenciones, en Red Editorial). Editor de la revista “En lo profundo”.


IGNORANTES es una revista de contenidos en formatos imprevistos ligada con la actualidad desde la incertidumbre y la pasión política.


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