(Despedida de la Revista Ignorantes)
Como ocurrió en estos casi tres años de Ignorantes, en estos párrafos hablan las amistades sin saberlo…
El cierre no podía ser decoroso. Cuando hay exceso y hasta voluptuosidad, la aclaración oscurece, el intento por enmendar embarra y la simple retirada deja sabor a gesto indefinido. Es decir, no hay escapatoria. No nos borramos, es Revista Ignorantes la que se borra en su efecto. Desde las primeras intervenciones con las revistas de una sola salida 27 de Octubre y 10 de Diciembre (ambas en el contexto eleccionario de 2019), hasta las 100 notas de Ignorantes durante los primeros 100 días de la pandemia y luego su pasaje a la intermitencia deliberada –la “aparición esporádica”– el entreverado régimen de deseo que explica la dinámica de Red Editorial sostuvo una particular relación entre temporalidad, interés e incidencia. No nos interesaba un órgano de divulgación de ideas, ni un medio de publicitación de los libros y actividades, ni una revista cultural o política… todas posibilidades dignas y de las que se encuentran buenos ejemplos. No sabíamos con precisión lo que queríamos, pero sabíamos que algo de ese no saber debía permanecer abierto y, seguramente, la vitalidad de lo recorrido tuvo que ver con eso. La insistencia se la debemos al creativo y perseverante Lalo Díaz diseñador y programador núcleo.
¿Cuál es la diferencia entre editar revistas y libros de manera independiente, con textos bien interesantes y bien curados, colecciones que los acogen, y la tarea editorial como resolución de un problema? ¿Por qué insistimos en responder que no somos una editorial cuando nos preguntan? Hay algo de broma en nuestro andar, pero no es chiste lo que se produjo y lo que fluye. Antes que trabajo editorial, comercialización tradicional, organización militante, empresa familiar (muchas veces asombrosamente parecida a la anterior), vidriera de los pensamientos que nos gustan y de las autorías que creemos el resto debería conocer (¿se podría evitar ahí el gesto vanguardista?), la búsqueda tiene que ver con los modos de vincularnos, las articulaciones existenciales, políticas, estéticas… Es más importante la forma en que se relacionan estas prácticas con la fiesta y la ranchada, que el concepto del último francesito, la feminista más megusteada del momento o la línea que bajan los getones para enseñarnos a militar. Sencillamente no les creemos, pero aun interesándonos, el lugar desde el cuál les leemos, recortamos y absorbemos sigue siendo el compromiso con las vitalidades que nos mueven.
Una operación que está a la altura del problema, es aquella que, realizándose, reinventa el problema, lo desplaza respecto del esquematismo que distribuye las acciones entre “problema” y “solución”. El problema no estaba ahí como un objeto a ser tratado, desentrañado y resuelto; el problema es ya la solución entrañable, y lo que reinventamos son las entrañas. Cuánta “línea de fuga” en las bocotas alternativas de la hora, siempre desde el mismo lugar. Ante la lluvia de neologismos, nuestro paraguas agujereado no es gran cosa, pero, al menos, nos permite cierto estilo en el andar, no siempre perceptible ni para quienes así caminamos.
Los callejones sin salida, la impotencia tan epidérmica son un lastre difícil de procesar, cierto. Pero el momento pide desplazarse, elaborar una razón pilla para cada circunstancia; no una sustancia para cada accidente, sino un accidente más para esta insoportable levedad del decir y la más insoportable solemnidad del Ser. Un accidente que habilite la invención del dulce de leche, es decir, un malentendido por el cual lleguemos a creer que un accidente produjo lo que nos gusta, un accidente parecido a esas dinámicas cósmicas que con el tiempo se vuelven mundos.
Tal vez, la encerrona de los alternativismos tenga que ver con la incapacidad de plantearse nuevos problemas o, mejor aún, dar con el problema que toca, el problema en juego. Es ésta una época de purismos que quedan viejos, algo ridículos, de cinismos que se pliegan sin resto a lo que manda, demasiado cautos ante la posibilidad del ridículo, de intentonas que se gastan por el camino, de nostalgias autocomplacientes, de construcción marketinera de trayectorias individuales, de desespero por las audiencias, por reinar en la propia burbuja. Cuando la “líena de fuga” viene de esos lares, mejor rajar del raje, y arriesgar en alguna experiencia de la hibridez. O incluso sumergirse en la tradición, que es como el afecto materno con su persistencia y su lengua.
Rubén Mira, alma mater de Red, diseñador de situaciones (gráficas, intelectuales, festivas, políticas, escriturales), que habla también en estas líneas, nos enseñó a sustraernos a los cantos de sirena de la hora… y claramente ¡no aprendimos! Pero lo estamos intentando. Esa sustracción no es una abstinencia racional, como se sugirió para la antigüedad Adorno, sino de un amargor vital que protege de lo empalagoso que se está poniendo el escenario. Porque en el fondo de este tiempo hay sombra de lo que fue y reacción a lo que viene. Entonces, quién sabe, mejor mantenerse al filo de los “requerimientos”, unas veces de ese lado, otras de este que seguimos buscando y, como cada tanto nos equivocamos (diría el maestro Borges), acertamos en un encuentro, en una intervención, en una pasión amable…La apuesta por el libro y las charlas, revistas y registros fotográficos, colectivos que aparecen como dentro de una mamushka que se muestra reversible, el rancho y la fiesta, el taller abierto a lo que sea, las marcas y la experimentación en diseño, responden a una dinámica cíclica. Ni el agite ni la trama vincular ni lo eminentemente productivo esconden en Red un deseo de totalidad. Las ansias de crecimiento (en audiencia, en economía, en prestigio), la pulsión de duración (tan confundida en el capitalismo con la pulsión de muerte), la necesidad económica como justificación de la tristeza organizativa (la cooperativización de la tristeza), la institucionalización de las relaciones entre colectivos y experiencias (fabricándose una adultez típica del regusto a poder)… son formas del deseo de totalidad, de la temporalidad lineal, de engorde al mismo chancho. Son problemas que nos tocan, que a veces logramos conjurar, superar o simplemente mantener a distancia y otras encontramos a la vuelta de la esquina o en la cocina de los más cercanos.
La apertura, por su parte, tiene riesgos, pero la cerrazón, los comisariados, los tontitos que se creen importantes, huelen a miseria humana como alcohol barato en la ropa y de eso tenemos demasiado. La hibridez es un desafío más o menos honesto y lo híbrido no quita lo pillo. ¿Academia? –Bienvenida, señora, tenemos lugar para usted, pero si encuentra alguna trampa en el camino no se asuste, es parte del asunto. ¿Primerizo, principiante? –No te emociones demasiado que sólo te ofrecimos un buen plan B y no te llevamos a ningún lugar importante, sólo nos gusta encontrarnos y producir un registro de lo que amistades y desconocidxs afines están imaginando, analizando, percibiendo. ¿Nombres cargados de consagración? –Claro que sí, ¡quién no se entusiasma con un Foucault, una Simone Weil o, más cerca, con Rozitchner o con el gran Horacio; pero vivos en carne y hueso o en papel y tinta, deberán soportar el mismo trato que cualquiera, una suerte de horizontalidad de hecho.
Re Editorial, por ahora, algunas ediciones editadas al compás de las ganas, tan rápido como para que se no se nos escapen, intervenciones efímeras o proyectos que conviven desde el vamos con su ciclicidad… Bancar un estado de invitación y hacer con lo que hay a la velocidad de un deseo frágil e interceptado por diversas condiciones. Así parece ser la red como apertura concreta y situada, potencialmente expansiva, pero nunca a costa de los tiempos del afecto y del arte de relacionarse. En ese sentido, la Red es unas veces alternativa y otras refugio ante la búsqueda desesperada de audiencias… Las palabras clave de nuestras coyunturas son “visibilización”, “llegada”, “acumulación”. Pero, ¿tenemos siempre algo para decir o mostrar? ¿Qué clase de narcisismo gobierna las operaciones personales y de colectivos que viven de la autorreferencia o del intercambio de capital simbólico? ¿Se trata de una impudicia de fondo o de una inseguridad para manual de psicología? Si se trata de hacer lo mismo que se critica, al menos mejor hacerlo con dignidad y profesionalmente.
El reconocimiento es un problema filosófico político importante y la “audiencia” es, tal vez, su captura por parte del capitalismo de burbujas. El clamor por el reconocimiento, la energía puesta en las causas justas, el “empoderamiento” de actores que no son considerados actores, entrañan tradicionalmente cierta nobleza y hasta sentido de justicia, pero también patinan en el narcisismo colectivo, el moralismo y el victimismo, etapa superior de lo que nunca debió aspirar a superioridad alguna. La militancia no se enseña, se milita y hasta ahí… No se enseña en dos sentidos: no se anda mostrando tanto ni se transfiere pedagógicamente. Y “hasta ahí” porque un horizonte indefinido se vuelve goce indefinido, mientras los ciclos permiten asir la legitimidad de los actos, incluso instintivamente.
En el fondo es la vida que podemos vivir la que se reconoce a sí misma a través de su capacidad de afectar y ser afectada. O es lo común creando las mediaciones de autorreconocimiento a diversos niveles. El resto son malas copias de los dispositivos de prestigio ya vigentes.
Las operaciones vitales, estéticas, intelectuales que alcanzan a conectar con un problema –a eso llamaríamos “altura” del problema y no alguna forma de sobrevuelo de éste por sobre nosotros, pobres mundanos–, algo tienen para enseñar, pero lo hacen a su debido tiempo, por efecto de decantación, por afectación real, es decir, experiencia. ¿Qué significa hacer una experiencia en un tiempo que llama “experiencia” a cada consumo, a cada emprendimiento a cada probadita de algo? El surgimiento de Red Editorial como modesta operación tiene que ver con el deseo de poner a disposición de algo que llamamos “común” todas nuestras capacidades, ya sean las más básicas de nuestra especie (esas que los amigos italianos anticiparon serían el néctar del capitalismo actual), como oficios, saberes, vínculos y cosas… y vivir en alguna zona de nuestras vidas, en algunos momentos y lugares, lo más que se pueda, en común. Nuestros problemas no son de escala, sino de funcionamiento del deseo, de interrogación sobre lo deseable, de interfaces entre miniatura y universalidad, soledad y comunidad, grupo y red.
Es curioso desparramar estas líneas al final de un ciclo, sin anunciar nada, sino contando algo que pasó y que pasa, en el doble potente sentido de acontecer con peso y de estar de paso. Es una alegría no tener nada que prometer, es una sorpresa la horizontalidad cuando no viene de ningún mandato, es productiva la verticalidad del deseo, digamos, la ‘manija’, cuando se aloja en la confianza de quienes la cohabitan. En una coyuntura mundial preocupante, en un contexto local y regional de fórmulas gastadas y reacciones exacerbadas, en un presente demasiado abarcado por la supervivencia subjetiva y de la otra (el “sálvese quien pueda”), nos toca investigar cómo vivir, con la confrontación y la fiesta a flor de piel por igual. Y todo eso sin darnos tanta importancia.
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